Bienvenida a Sara.
El polifacético Ricardo Magaz dedica un artículo a dar la Bienvenida a Sara, la recién nacida que viene a alegrar la existencia de José Antonio Martínez Reñones, colaborador de estas páginas y de otros empeños vinculados a La Cepeda y a la Asociación Rey Ordoño I, como las dos últimas publicaciones impulsadas por la Asociación Cultural: La Cocina Campesina Leonesa y la Vía de la Plata.
Sara es un poco hija de todos. Dicho quede como sentencia para ese futuro que ya no es lo que era. Su padre esperaba que Susana la naciera por vía expeditiva el 14 de abril, apoteosis de la Segunda (República, naturalmente). En realidad toda la pléyade literaria de Astúrica Augusta, de La Cepeda, de León y de la diáspora abrigábamos idéntica esperanza. El próximo año tendríamos otro motivo más para el festejo y el cortejo tricolor. Pero no, la susceptible infanta decidió salir de la preñez el 28 de abril, después de otear con sigilo y bandera blanca el ambiente. Nada llega por azar. Nada. En cualquier caso vino bien que es lo que importa.
Unos días antes le había pasado el periódico a José Antonio, hacedor paterno y unilateral de la nueva contribuyente. Mi columna semanal, casualidades del destino, se la ofrendaba a Pablo y a Carlos, mi prole insaciable. El de la Veiga del Tuerto disparó a quemarropa con el tabloide en la mano y aclimatada mordacidad, “... como se nota que lo has escrito para tus lebreles; estás menos rococó que de costumbre”. Tenía razón el muy condenado. Así son los vericuetos del alma. El mero hecho de escribir resulta un ocio parturiento laborioso. Escribir con el corazón, cuando se logra, es por tanto un alumbramiento sin forces. El lector lo agradece y los amigos lo notan. Carmen especialmente. Otra cosa es cuando se escribe con vocación de estar en los estantes de aluminio del departamento de papelería fina de Carrefour o de El Corte Albión; entonces la cosa cambia. Todos lo sabemos, no nos llamemos a engaño.
Los hijos son siempre una pregunta arriesgada que le hacemos al destino, garabateé con empaque e intención de intimidar al abuelo en mi artículo de marras. Bien lo sé. La apurada progenie también. La verdad es que en estos tiempos perplejos que corren, cuando en las guerras aprovechan los espacios de la publicidad televisiva para retirar a los heridos y enterrar a los muertos, dan ganas de tener nietos en lugar de hijos. O mejor aún, morir sin descendencia, como asegura Sabina que sucumbió su anciano padre. No obstante, el débito paterno-filial es hermoso, pero sobre todo, grande, muy grande, casi inconmensurable.
Nada nuevo hay bajo el sol y nada bueno se puede esperar para la heredad en este mundo absolutamente desequilibrado y equívoco. Todo parece discurrir con el paso al revés. Es como si el purpurado romano le contara un chiste de curas a Dios. Cuando los retoños empiezan a querer de verdad a los padres ya suelen rondar la edad del Nazareno. A pesar de todo son necesarios para asegurar la especie, el linaje, la pensión, la legítima y por supuesto la residencia con habitación al exterior. Además, y ellos lo saben, se les ama incluso contra corriente.
Bienvenida Sara. Llegas a puerto en época de incertidumbres pero arribas con el viento a favor. Vienes con la hogaza y un montón de libros y proyectos bajo la axila. Te puedes considerar afortunada. En el reparto consanguíneo te ha tocado un lote de buena gente; te lo digo yo que conozco el paño. Y por si fuera poco, eres de León. Podías haber visto clarear en los arrabales de Calcuta o de Bagdad, pero no, aterrizaste en la pluralidad del Viejo Reino. Estoy seguro de que pronto veremos tu nombre impreso sobre el papel y en la dedicatoria de algún libro. Por si acaso ya te voy dando de alta en el del colectivo literario Lobo Sapiens, sección futuras promesas, apartado clásicos del mañana. Un consejo en latín para cuando sepas leer, princesita: Festina lente et sol lucet ómnibus. Es decir, apresúrate lentamente y recuerda que el sol ha de lucir para todos.
Fdo.: Ricardo Magaz