Reúne más de 300 obras, pintura, escultura, videos, objetos de culto, piezas de orfebrería,... procedentes de prestigiosos museos como el Musée du Louvre, British Museum, Museo del Prado, Musée Beaubourg, etc. Para el montaje de la exposición el comisario Pedro Azara y el equipo de arquitectos formado por Beth Cantallops y Montserrat Domínguez han diseñado un espacio laberíntico donde el ojo tiene una ubicación omnipresente. La exposición es especialmente rica en obras del neolítico y de principios de la Edad del Bronce, así como contemporáneas, entre las que destacan obras de Zurbarán, Odilon Redón Picasso, Miró, Victor Brauner, Tony Oursler...
La muestra se complementa con un ciclo de proyecciones cinematográficas organizado en colaboración con la Filmoteca Valenciana. Con motivo de la exposición, el IVAM publica un catálogo que reproduce la mayor parte de las obras expuestas e incluye textos de Pedro Azara, comisario de la exposición y de François Quiviger, Astrid Schmidt-Burkardt, Françoise Frontisi-Ducroux, Marc Fumaroli, Hannelore Hagele y Jean-Christophe Bailly.
A lo largo de la historia, la representación del ojo y la visión ha sido una constante en las diversas manifestaciones artísticas. Desde el neolítico, las imágenes de los dioses, los héroes, los ancestros o de los seres en contacto con la divinidad o iluminados por ésta destacaban y se reconocían por los ojos, a menudo descomunales. Generalmente, el ojo era un signo de divinidad, la manifestación de una vida superior, de la vida eterna.
En el Egipto faraónico el sol y la luna en lo alto de la bóveda celeste parecían unos ojos deslumbrantes, pero el ojo también era un amuleto, un instrumento de defensa. La posesión de unos ojos sanos era la única garantía de triunfo sobre la noche y la muerte y los egipcios protegían incluso a los difuntos momificados con amuletos en forma de ojos. Esta costumbre tan antigua se practica todavía, lo que ha originado una gran variedad de amuletos.
En Mesopotamia, Palestina y en las culturas africanas se preservaban los rasgos del difunto, pero cuidaban de que no pudiera abrir los ojos. En la cultura mesopotámica destaca las estatuillas o ídolos de Tell Brak, con ojos desorbitados; pero Ídolos-ojo se hallan por todo el Mediterráneo. En la Península Ibérica abundan los ídolos-oculados, unos cilindros de alabastro con incisiones parecidas a los ojos y que han sido interpretadas como representaciones de una divinidad femenina principal, una diosa madre.
También en la Grecia Clásica el ojo estuvo ligado a las divinidades, y generalmente la mirada era lo que distinguía a los hombres de los dioses: la divinidad lo veía todo. Los escultores griegos no se atrevían a dibujar la silueta y a cincelar los ojos de los ídolos sagrados por miedo a que las imágenes cobrasen vida y se les escaparan. Pero, los dioses de la Antigüedad tenían dos caras y encarnaban valores contrapuestos. Por eso, los hombres antes que confiar en ellos, los temían e intentaban mantenerlos alejados mediante ritos. Ese poder destructor de la divinidad se concentraba en la mirada. Es el caso de las sirenas, de la Medusa y de Afrodita, cuya mirada era siempre destructiva. Para dar gracias a la divinidad, eran habituales las ofrendas en forma de ojos, según modelos que apenas han cambiado desde la antigüedad y que existen todavía.
La imagen obsesiva del ojo de la divinidad y la divinidad simbolizada por un ojo avizor era común en la Antigüedad. Sin embargo, no es hasta el siglo XVI cuando el dios cristiano, hasta entonces sólo representable de manera alusiva, se mostró como un ojo gigantesco flotando en un cielo despejado, y ese ojo, encerrado en un triángulo isósceles, se convirtió en emblema de la Trinidad.
Los pintores renacentistas ordenaron el mundo con su mirada, y el mundo coincidía con su visión, era lo que sus ojos contemplaba desde un determinado lugar. Durante la Edad Media y el Renacimiento se designa la imaginación como el ojo del intelecto y se comparan sus operaciones con las de la pintura. Posteriormente, los artistas barrocos se esforzaron en codificar y en reproducir emociones, sobre todo a través del estudio del ojo.
La hegemonía del ojo en el siglo XX se inicia con la pintura metafísica y se prolonga con el Surrealismo, con la exteriorización de imágenes interiores. El Surrealismo expresó el poder del ojo, capaz de alcanzar con su mirada aquello que desea. El poder vivificador de la mirada fue obra de algunos artistas y escritores surrealistas como Bataille, Bellmer, Masson o Brauner. El ojo, más que un síntoma de la visión, es un objeto para proyectar deseos y miedos, pensamientos e historias y adquiere un valor libidinoso.
A comienzos del siglo XX, y como consecuencia de los vínculos entre surrealismo y la fase de gestación del expresionismo abstracto, algunos pintores tendentes a la abstracción se aferraron al ojo como elemento facial primordial, aunque el órgano visual no acabó de encontrar su sitio en el arte abstracto. Con la aparición de nuevos medios, la cámara, infravolarada en un principio, sustituyó al ojo sensorial del artista y algunos cineastas y teóricos erigieron el ojo de la cámara en instrumento de conocimiento. El ojo se ha considerado como el órgano de la vida. La importancia del órgano de la vista es doble: por un lado, el ojo es la manifestación visible de una persona, pero también el medio de contacto entre el ser humano y el mundo que le rodea.
El ojo capta imágenes del mundo exterior, es receptáculo. Además de los sentidos externos, los seres humanos poseen sentidos interiores, los llamados en algunas culturas ojos del alma. Los poetas, profetas, magos o chamanes, además de tener visiones e imágenes procedentes de la memoria o la imaginación, son capaces de descodificarlas y traducirlas para el resto de los hombres. Al dar forma visible a estas imágenes intangibles, estos visionarios son verdaderos creadores comparables a los dioses. Son los artistas, que, como defendieron los surrealistas, están en posesión de un tercer ojo interno e invisible.
Con motivo de la exposición el IVAM en colaboración con La Filmoteca Valenciana ha programado el ciclo de películas titulado: El ojo, la mirada, el voyeur. Que proyectará a partir de septiembre obras como La ventana indiscreta de Alfred Hitchcock; El fotógrafo del pánico de Michael Powell; La muerte en directo de Bertrand Tavernier; El show de Truman de Peter Weir; Monsieur Hire de Patrice Leconte; Retratos de una obsesión de Mark Romanek.