El pintor compuso casi toda su obra en torno a un único motivo, a través de insistentes y sutiles variaciones. Ese motivo, como el monte Sainte-Victoire fue para Cézanne, podría ser en Caneja el paisaje de Castilla, si no fuera porque el propio pintor pensó y sintió siempre el espacio de su pintura al modo en que lo hizo la pintura de vanguardia, especialmente a partir del cubismo, es decir, un espacio autónomo, desligado de referencia real y muy cerca de los puramente abstractos.
La pintura de Caneja es Castilla y es la propia pintura a la vez y de ahí parte el raro equilibrio y la intensidad de su obra.
En 1923, Caneja se trasladó a Madrid y recibió la influencia de Daniel Vázquez Díaz, sobre todo, del cubismo o tardocubismo más o menos derivado de la lección de Cézanne y su dúctil geometría. Hacia 1927, conoció a Benjamín Palencia y a Alberto Sánchez y tomó parte en las excursiones de aquellos por los paisajes áridos del sur de Madrid que, mucho más tarde, dieron nombre a la “Escuela de Vallecas”. Al año siguiente —1929— viajó a París, donde contempló directamente la pintura de Picasso, Matisse y Braque.
Las pinturas de Caneja de los primeros años treinta muestran, a través de tonos pardos y ocres, la lección cubista y constructiva en su mayor grado de abstracción. En 1937, y tras conocer a Isabel Fernández Almansa, su inseparable compañera, el pintor se afilió al Partido Comunista de España, militancia a la que obedeció durante el resto de su vida. Sin embargo, la práctica del paisaje, en la inmediata posguerra, se debió aparecer a Caneja como el modo de mantener una especie de pureza plástica, inasequible a cualquier contaminación temática o ideológica que pudiera empañar la autonomía moderna de la pintura.
En 1948 y hasta 1950 fue encarcelado por su compromiso social. En 1958 recibió el Premio Nacional de Pintura. Durante la siguiente década, la pintura de Caneja se fue centrando casi exclusivamente en el paisaje, pero tomado cada vez más como espacio autónomo para la pura expresión pictórica de un mundo reducido a los mismos y pobres elementos —unas lomas, unos alcores, la cristalografía de un pueblo— continuamente reelaborados sobre el lienzo.
En los años setenta y ochenta su pintura alcanza la más escueta depuración formal. Hacia la mitad de esa última década, da cabida, por entre el levísimo y fundamental paisaje, a ciertas presencias apenas corpóreas que adquieren una elocuencia mínima y oriental. Pero será a partir de entonces y hasta el fin de su vida cuando componga una serie de pinturas de extremada alegría en el color y de una especie de furia arrebatada en la ejecución.
Esa pintura deshecha, liberada ya de cualquier armazón geométrico, era sin duda el canto de cisne de uno de los pintores más esenciales del siglo XX español. Su muerte acaeció el 24 de junio de 1988.
Como un pintor poeta, intimista, reflexivo y secreto fue definido Juan Manuel Díaz Caneja durante la presentación de la exposición retrospectiva que el Museo Reina Sofía dedica al artista palentino en el centenario de su nacimiento.
Setenta pinturas representativas de las diferentes etapas artísticas de Caneja, dibujos y material documental forman el recorrido cronológico de esta exposición homenaje con la que se quiere descubrir a un pintor presente en múltiples publicaciones, con numerosos reconocimientos y muy premiado, "pero que, paradójicamente, continua siendo secreto", según el comisario de la muestra Enrique Andrés Ruiz.
Las obras exhibidas proceden de colecciones privadas, de galeristas y, en su mayoría, de las colecciones públicas en las que el artista dejo estipulado en su testamento se repartieran sus obras "para que se conservaran y se difundieran". Estas colecciones son las del Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, que posee más de treinta obras; la Fundación Juan Manuel Díaz-Caneja, de Palencia; el Instituto Valenciano de Arte Moderno (IVAM); el Museo Municipal de Madrid, y el Instituto Leonés de Cultura, de la Diputación de León.