Paraíso de pizarras y urces Tomás ÁLVAREZ
Pasados los días de calor, Villar es un desierto. Quedan, en medio de una teoría de colores de otoño, un montón de casas, muchas ruinosas, rodeando una vieja iglesia, un edificio pequeño en el que destaca su humilde espadaña, hecha y rehecha en obras de siglos.
Una manada de gatos deambula entre las calles cubiertas de verdor, al lado de viejas casas de pizarra azulada. Sólo ellos y el canto estridente de una urraca, rompen la soledad de la estampa campesina.
Toda la especie humana existente hoy allí se reduce a tres personas. Una mujer que ha venido a dar de comer a la manada de gatos y dos hombres que recogen los últimos productos de la otoñada. Al anochecer partirán los tres y Villar quedará habitada sólo por gatos, lechuzas, zorros y jabalíes.
LOS DIOSES DEL PROGRESO
Ésta es la sierra de La Cepeda, un paraíso que está quedando desierto. La Cepeda es una comarca leonesa a caballo del Bierzo y la cuenca del Duero, donde se aúnan montaña, vega y meseta; territorio abundante en aguas que desembocan en los ríos Tremor, Samario, Barbadiel, Tuerto y Porcos; un espacio abandonado por los dioses del progreso.
En el norte de la comarca malmueren pueblos de dignidad y arquitectura tradicional; en el sur perviven los lugares más ricos, a la orilla de fértiles vegas cuyos campos de cultivo, cada vez más abandonados, son ahora engullidos por los bosques revividos.
La arquitectura tradicional del norte es de piedra pizarrosa, la del sur de tapial. La de la zona norte se conserva mejor, pero el fin de los pueblos de la comarca trae también el ocaso de estas construcciones cargadas de vigor.
BUENOS TIEMPOS
Los Barrios de Nistoso eran el conjunto urbano más importante de la zona en época del Catastro de Ensenada, a mediados del siglo XVIII. Estaba formado por los núcleos de Nistoso, Villar y Tabladas, con un único concejo y término, y bajo el dominio de los señores de La Cepeda, marqueses de Astorga, a quienes aún pagaban impuestos de martiniega y alcabalas.
Entonces habitaban allí 81 vecinos, (unas 400 personas), en 136 casas, atendidos por dos clérigos. Funcionaban seis molinos. En el lugar se asentaban ferreñales cercados, tierras de siembra y barbecho, prados de diversa calidad, zonas de roble y urces, pastos y tierra inculta por naturaleza. Se producía hierba y centeno; ganado de vacuno, lanar, cabrío y de cerda y, sobre todo, mucha miel, excelente miel de brezo, muy apreciada gracias a su altísima calidad.
ÉPOCA DE DECADENCIA
Pero aquella activa sociedad agraria fue decayendo paulatinamente. Un pantano cerró la vieja vía que comunicaba todo el valle con Astorga y el asfaltado del nuevo camino se retrasó demasiado. Aún cuando había niños, una política educativa nefasta consiguió que se cerrasen los colegios para concentrar a los pequeños en los nuevos puntos escolares. Decayó la economía, la cultura, la vida...
Hoy, entre los tres núcleos que integraban Los Barrios, apenas queda un puñado de ancianos que ven abandonados los campos y comtemplan cómo la naturaleza se apodera de los lugares. Ya no hay ningún joven que trepe por el manzano centenario para recoger una fruta que creció sin cuidados de nadie, sin sulfatos ni abonos químicos.
Allá por los años cincuenta hubo un periodo de repunte económico. Las minas cercanas daban más trabajo y sueldos razonables. Fueron tiempos de motos y güisqui, de más borracheras que libros. Se hizo algún dinero que acabó invertido en pisos en Astorga y Bembibre. Hoy no queda ni un sólo rastro de aquel efímero brillo de plata dulce.
Los lugareños hablan de la soledad. Cuentan que en los meses pasados hubo una empresa foránea que soltó en el término una manada de vacas y caballos que vagaron por calles, montes y fincas. Por unos meses, la zona fue como un parque natural donde los bóvidos entraban hasta las últimas huertas que resisten en torno a las casas.
CONSTRUCCIONES CENTENARIAS
Las tipologías constructivas son varias. El modelo más antiguo se fundamenta en edificaciones alargadas, de escasa altura, cubiertas de bálago. Son las más primitivas, emparentadas directamente con las de la época astur; sin chimenea, con un portón y casi sin ventanucos.
De los dos últimos siglos son las construcciones de mayor altura, con corredor de madera, modelos de todo el noroeste húmedo.
También hay algunas casas más herrerianas, de pizarra azul, sin balconada, a veces con alguna hilada de ladrillo. Son obras del siglo XX, adaptadas aquí a la influencia de modelos meseteños. No se pueden olvidar, lamentablemente, innovaciones paupérrimas: Las escuelas construídas allá por los años 40 ó 50, o las casas de algún emigrante que quiso marcar aires de triunfo y destruyó la primitiva de pierra para suplantarla por otra alta y con colores chillones y estridentes; de esta forma, mostraba a los lugareños que él era un triunfador y podía ocultar su verdadera condición de inculto o su complejo de inferioridad.
Todo esto es La Cepeda Alta, La Cepeda de la Sierra. Y lo será por poco tiempo, porque el olvido y la muerte acechan la comarca.
Sería hermoso y casi utópico que los herederos de estas viviendas las conservasen, arreglando techumbres y adaptándolas para su empleo eventual. Son excelentes para el turismo rural, pero tal vez es soñar demasiado...
Y mientras tanto, los robles, las urces y las retamas recubren el paisaje comarcal. Los zorros y jabalíes merodean entre las casas inhabitadas en busca de una brizna de comida e incluso los ciervos pasan con tranquilidad al lado de apacibles campesinos, ahora ociosos, de mirada cenicienta y digna.
En Nistoso, al lado de un charco de aguas de tonalidad verdosa, uno de estos supervivientes comenta cómo hace unos días vio allí un grupo de cuatro ciervos. «Intenté asustarles, grité ¡huuu!, pero hicieron caso omiso». El lugareño quedó sorprendido por la reacción del más poderoso de los ejemplares: «Únicamente me contestó con otro ¡huuu! ¡huuu! ...y siguió su camino».