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Otoño, lluvia y añoranza

Comienza a llover de nuevo y por la carretera que apunta en dirección a Astorga no circula nadie. Los sempiternos baches se han vuelto a llenar de agua otoñal. Es octubre. Crónica de Juan José Domínguez, joven escritor cepedano.

Por Juan Josי Domםnguez

Quintana del Castillo (Lיףn)26 de octubre de 2000

Ya han pasado dos semanas desde que las nubes han tapado el luminoso cielo azul de Leףn. Y si bien todavםa no ha empezado a llover de seguido, sם caen algunas generosas gotas de lluvia en la zona mבs montaסosa de la provincia. De hecho, en la agrietada carretera que va desde Astorga hasta Pandorado, sobre todo a partir de Sueros de Cepeda, se nota que ha llovido la noche anterior. El firme de grava y alquitrבn maltratado por los aסos y las temperaturas extremas aparece ahora salpicado de baches rebosantes de agua otoסal, de la que cae en octubre. Seסal inequםvoca, por otra parte, de que el buen tiempo no volverב hasta despuיs de Semana Santa.

¡Quי curioso¡ Pero a finales del mes pasado, especialmente en la תltima semana, los incendios prendieron en parte del monte leonיs, y ahora, despuיs de doce dםas tan sףlo, el agua necesaria se ha convertido en la protagonista climatolףgica. Hemos pasado, casi sin darnos cuenta, de la tragedia a la vida. Menos mal. El agua por lo menos trae cambio y renovaciףn. No como el maldito fuego, que todo lo arrasa. Mבs, cuando se presenta de modo intempestivo y a deshora; aunque, a decir verdad, las llamas siempre se presentan sin llamar y provocando horror y desolaciףn.

Bien distinto es el fuego de la cocina, tan necesario y acogedor. El calor que da la leסa se agradece incluso en octubre. Porque con las primeras lluvias tambiיn llegan los primeros frםos. E incluso, como ha sucedido este aסo, la nieve. El pico del Teleno, si no me equivoco, ha aparecido cubierto de nieve en los primeros dםas de octubre, dבndole un aspecto invernal a la montaסa. Y eso que es un mes que no se singulariza precisamente por el blanco de la nieve, a pesar de que caigan algunos copos aislados de vez en cuando, sino mבs bien por el amarillo marrףn de las hojas caducas que se mueren mientras descienden hacia el suelo arremolinבndose unas encima de otras. Mas como el tiempo no lo dirige nadie, hay que adaptarse a los caprichos de la Naturaleza. Para lo bueno y lo malo.

Porque el viento y la lluvia, asם como las hojas secas y el frםo, a pesar de que producen sensaciones desapacibles, y por eso, malas y desagradables, tambiיn nos permiten disfrutar con la vista de bellas estampas o, mejor aתn, sentirlas bajo nuestros propios pies. Quiיn no ha gozado en alguna ocasiףn pisando la alfombra de forraje y espesura que se forma por todos los lugares donde yacen enormes nogales y castaסos. Machado, por ejemplo, inspirבndose en Soria, le dedicף una poesםa al otoסo castellano. Y no me extraסa. En muchas comarcas de Castilla y Leףn los otoסos son preciosos.

A mם me gusta el otoסo de la comarca de la Cepeda, en Leףn, muy especialmente en Quintana del Castillo, es como mבs םntimo, mבs familiar. Los que somos de por ahם, con toda probabilidad, guardamos unos gratos recuerdos de los primeros otoסos de nuestra infancia, con los inicios en la escuela, las mojaduras de barro, las cuales nos costaban mבs de una torta, y, como no, con los primeros cigarrillos a escondidas. Creo que fumבbamos Rex.

Con todo, habםa un fenףmeno que no pasaba desapercibido para ninguno de los rapaces del pueblo: la plaza del ayuntamiento se convertםa en la principal pista de patinaje de toda la comarca. Y todo por culpa de un enorme nogal que yacםa junto al crucero, justo en el centro de la plaza. En cuanto principiaban a caer las hojas, a finales de septiembre, el suelo se iba convirtiendo en una alfombra de color marrףn verdoso. Asם que, cuando considerבbamos que habםa suficiente espesor como para patinar por ella, nos lanzבbamos a la carrera y manteniendo el equilibrio nos dejבbamos deslizar. En la plaza del nogal, en octubre, siempre olםa a otoסo y humedad.

Por supuesto que ahora ya no se forma la alfombra de hojas secas a medida que pasa el otoסo, ni tampoco hay nogal, ni plaza de tierra. Desde que la arreglaron al estilo moderno, con cemento y hormigףn, todo ha cambiado. Cortaron el nogal para no sי quי y, lo peor de todo, casi ya no se ven niסos por el pueblo. Por eso quitaron la escuela. Ahora los pocos zagales que viven en Quintana acuden al colegio de Sueros. Viene un autobתs a buscarlos todos los dםas del curso. Y cuando regresan del colegio marchan corriendo a casa, a jugar con la videoconsola y el ordenador. Y la plaza del pueblo se queda vacםa, sin niסos jugando, sin nogal y sin alfombra de hojas.

Los tiempos cambian y las costumbres tambiיn. Antes de que Quintana se quedara definitivamente sin escuela, en las calles del pueblo se veםa a los niסos jugar, parecםa otra cosa, como con mבs alegrםa, no lo de ahora, que en invierno se parece a una aldea fantasma. La escuela le daba mucha vida al pueblo, es cierto. La educaciףn era peor, menos selectiva, en la clase nos juntבbamos niסos y niסas de todas las edades, mezclados, con una תnica profesora. Pensבndolo bien, a veces me pregunto cףmo era posible que de aquella escuela salieran futuros ingenieros, mיdicos, maestros…Casi parece increםble. Nos ponםan por filas: a los de un curso una fila; ordenados de los mבs pequeסos a los mבs mayores. Y asם hasta 1983, que cerraron la escuela para siempre.

En aquel aסo, los de mi quinta ya estudiבbamos fuera. Unos habםan marchado a Madrid, otros a Oviedo, algunos a Leףn, y los menos, como yo, a Pamplona. Asimismo, los habםa tambiיn que se quedaban en el pueblo para trabajar en el campo, que por entonces aתn daba algo de dinero, aunque poco. Las familias mבs modestas, de normal la mayorםa, mandaban a los hijos a estudiar con becas, salvo alguna excepciףn. La Cepeda era muy pobre y la gente de los pueblos no disponםa de recursos econףmicos.

Se vivםa muy justo y no sobraba nada. De hecho, hasta que los socialistas no llegaron al poder, en 1982, la gente de Quintana del Castillo y en general la de toda la Cepeda, cagaba en la cuadra con los animales. A muchos ahora les da verg�enza reconocerlo, y a los mבs jףvenes les cuesta creיrselo. Sea como fuere, el caso es que bien porque vinieron los socialistas, o tal vez porque habםamos evolucionado tecnolףgicamente, los wateres llegaron por primera vez a las casas de Quintana al comenzar la dיcada de los ochenta. Y muchos chavales de la zona pudieron estudiar una carrera.

De todos mis compaסeros de cuando entonces falta uno. Se llamaba Juan. Se matף con el coche un maldito dםa de octubre, mientras disfrutaba del puente festivo del Pilar, hace ya casi una dיcada. Con יl compraba cigarrillos en el estanco de Faustino, pescaba truchas en el rםo y nos reםamos de las bragas con lazo rosa de…bueno, quי mבs da. El caso es que el accidente mortal fue un palo muy duro para todos, pero especialmente para Felipe, que era su םntimo amigo. Aתn hoy, despuיs de tanto tiempo, si al hablar nombramos a nuestro amigo, se emociona al escuchar su nombre. Y tambiיn le pasa lo mismo a Pedrito – y supongo que a Miguel, el de Berta-.

Con casi todos ellos he perdido contacto. Si acaso, los veo en verano o Navidad, cuando visitan a sus padres. Nos saludamos, nos deseamos buena suerte y poco mבs. Ya no es lo mismo. Se han hecho mayores, como yo. Lo cual me da mucha pena, pues nada volverב a parecerse a lo de antes.

A veces me queda el raquםtico consuelo de los sueסos, con el que viajo hacia atrבs y me imagino que el tiempo se ha parado. Sףlo en esas ocasiones vuelvo de un modo real a mi niסez, con los mismos personajes y los mismos sitios que de zagal eran para mם el lugar mבs importante del mundo. A mis amigos de la infancia no sי si les ocurrirב lo mismo que me pasa a mם; en realidad, ni siquiera sי si sueסan alguna vez con los recuerdos de entonces, pero yo, cuando disfruto regresando al pasado, los veo como siempre. Muy especialmente me sucede si veo fotos de aquella.

Desde hace bastantes aסos, casi siempre coincidiendo con octubre, acostumbro a mirar fotos familiares y de los amigos que mi abuela guarda en una caja de zapatos vieja del aסo en que Manolita Chen triunfaba en los escenarios de Madrid. Suelo aprovechar las tardes del otoסo para, en silencio y con mucho deleite, verlas y acariciarlas suavemente con los dedos; hasta el punto de que, a veces, casi me parece que por un instante, yo mismo, y echבndole bastante imaginaciףn, les doy vida de nuevo a los protagonistas de papel. Lo cual, como es de suponer, me proporciona ratos de emociףn y placer

Entre tantas fotos, casi las de una vida entera, la de mi abuela, las hay de todas clases y de todos los colores. Confieso que me gustan, sobre todo, las que pintan en blanco y negro. Son como mבs originales, con esas poses tan estבticas de los figurantes, que, ademבs, nos recuerda bastante a los relatos barojianos. Carecen de expresividad o son muy tristes, pero me agrada verlas, porque, a fin de cuentas, representan otra vida, otra יpoca, casi mבgica, en mi caso particular, el que guarda con mimo mi abuela, es decir, la historia de mi familia retratada en papel.

La verdad, antes, del תnico modo que se podםa guardar y recordar el linaje familiar era por medio de una simple foto. Por ejemplo, los que otrora marchaban a Amיrica, a lo mejor para no regresar jamבs, llevaban en el macuto la foto de la madre, que era como tener en las manos una estampa bendita: servםa para pedirle ayuda en los momentos difםciles, para llorar de nostalgia cuando…para traer el pueblo a la memoria, en fin, para consolarnos de las penas lejanas.

Y es que todos somos dueסos de una foto especial. La mםa, en concreto, es una en la que aparezco montado en una bicicleta de color verde, que si no me equivoco, su dueסo se llamaba Eduardo.

Fue la bicicleta en la que aprendם a pedalear a base de jostrazos, por supuesto; y tambiיn en la que aprendם a frenar, aunque no apretando la manilla de la sirga, como se hacםa comתnmente en las demבs bicicletas, sino dando al pedal hacia atrבs. Creo que el mecanismo se llamaba freno de tambor o algo asם. Por esa razףn –y por alguna otra que aquם oculto- no habםa en toda la Cepeda un zagal que derrapase como yo. Lo juro. Me daba lo mismo cףmo fuera el terreno: de piedras, de gravilla, de hierba…quי mבs da, mם pasiףn por aquella bicicleta que frenaba de un modo diferente a las demבs me llevף en una ocasiףn a ir derrapando en lםnea recta cerca de catorce metros. Desgraciadamente perdם el equilibrio y en el תltimo metro se torciף el manillar y acabי en el mיdico: me clavי el manillar en la tripa.

En la foto de la bici verde, cuya herida abdominal no se aprecia, si se ve la bicicleta destrozada. Para mם, ahora, es uno de los mejores tesoros que guardo en la vieja caja de fotos de mi abuela. Y junto a esa y otras mבs, las de mis amigos de la infancia.

Comienza a llover de nuevo y por la carretera que apunta en direcciףn a Astorga no circula nadie. Los sempiternos baches se han vuelto a llenar de agua otoסal, como todos los aסos, y a la derecha queda Villamejil, con el abuelo de Luםs y Guillermo saludבndome desde el arcיn. Es octubre y se nota humedad en el aire. Huele a otoסo.

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