Por Germán Suárez
Oviedo, diciembre de 2000
El llabor del ñeñu es poucu
y’l que lu pierde es un tontu
El niño, como en otras partes del mundo, ha sido objeto de muy distinto trato a lo largo del siglo XX en La Cepeda Alta.
En los años cuarenta y primeros cincuenta pervivía una situación de pobreza extrema. Consecuencia de ella era que los niños comenzaban a aportar su trabajo a la economía doméstica desde el mismo momento en que eran capaces de hacer algo: quitar hierbas del sembrado, cuidar de los corderos que salían a pacer por primera vez en primavera, aquedar las vacas en la linde del prado contiguo ...
Ello implicaba que, antes de que el niño fuera admitido en la escuela (seis años, normalmente) ya aportaba su trabajo a la familia. Cuando estaban escolarizados era frecuente que cualquier necesidad laboral (tocaba la vecera de las vacas, de las cabras o de las ovejas, viajaba alguno de los padres y había que cuidar de un hermano pequeño) era disculpa suficiente para que el niño perdiera la escuela ese día.
El Colegio de Villameca, de la fundación Sierra Pambley, sirvió durante esos años para paliar las deficiencias de escolarización. Muchachos de más de catorce años, que ya no estaban escolarizados en la red estatal de enseñanza, acudían uno o dos inviernos a Villameca donde el maestro, don Felipe, lograba que adquirieran un dominio de las matemáticas, la geografía o el lenguaje superior al que pudieran tener en otras comarcas próximas: la madurez de estos alumnos les permitía aprovechar mucho más las escasas jornadas escolares que los trabajos del campo les permitían cada año.
Con frecuencia estos alumnos del Colegio ingresaban luego en la Escuela de Especialistas de Aviación de La Virgen del Camino. De allí salían suboficiales del Ejército del Aire o eran licenciados de las fuerzas armadas, con una especialidad laboral que les capacitó para el trabajo industrial.
Otra fuente de instrucción de más alto nivel eran las levas que los frailes hacían cada año en las escuelas: Acudía un fraile (agustino, lassaliano, redentorista...) a la escuela, preguntaba al maestro cuáles de sus alumnos despuntaban por su capacidad para los estudios, les hacía el fraile un pequeño examen y se ponía en contacto con los padres invitándoles a enviarlo al colegio de Griñón, de Motril... Luego unos fueron frailes o curas y otros, tras unos años de estudio, en el convento, salieron preparados para el trabajo o para estudios superiores.
En los años sesenta pocos padres dejaban de enviar a sus hijos a la escuela, por mucha necesidad que tuvieran de ayuda en las faenas agrícolas o ganaderas, con lo que la instrucción de esas generaciones resultó muy superior a las anteriores.
En las últimas décadas del siglo apenas si hay niños en los pueblos de La Cepeda y es obligatoria la escolarización.