Una de pulpo
Por Tomás Alvarez
Una de las imágenes que conserva mi retina más tierna es la presencia del pescadero con su carga mas o menos fresca, despachando pescados por las calles del pueblo.
- ¿Qué traes hoy, Rogelio?, preguntaban las mujeres al vendedor ambulante, mientras husmeaban en las cajas de madera, donde estaban los pescados, sobre un lecho enramado de exóticos helechos.
Y Rogelio explicaba:
- Sardinas, chicharros, jureles, pulpo….
Rogelio era un tipo interesante, que sabía álgebra, porque estuvo preso durante el inicio del franquismo y lo único que le dejaron en sus manos fue un libro de matemáticas
Su reparto era humilde. No había en las cajas salmones ni lubinas, sino un mínimo elenco de pescados al alcance de los bolsillos campesinos…. Pero allí estaba el pulpo.
El pulpo no era antaño un producto caro; aunque siempre apreciado. La tradición de su manejo en la cocina cepedana se acerca básicamente al modelo gallego.
Antes de cocinarlo había que darle unos buenos golpes, para romper sus fibras y hacerlo más digestivo.(En la actualidad se consigue idéntico resultado congelándolo durante unas horas). Luego, una vez bien lavado, el proceso de elaboración es el siguiente:
En una olla -mejor de cobre- se pone agua salada. Cuando ésta hierve, se sumerge el pulpo en el agua tres veces -las cocineras dicen que así cuece mejor- y se deja en ebullición como media hora, más o menos; en función del tamaño del pulpo (se sabe cuando está bien pinchándolo con una aguja larga de hacer punto, por ejemplo).
Antaño, cuando no se tenía a mano una olla de cobre, se cocía poniendo en el agua unas monedas de cobre. Lo del cobre -sinceramente- no sé qué misterio tenía.
Luego se saca del agua y se deja reposar. Por último se cortan los tentáculos en rodajas con unas tijeras y se disponen en platos (si éstos son de madera, mejor) se riega de aceite, se le pone sal gorda y pimentón(es correcto mezclar pimentón picante y dulce, en función del gusto personal).
Un buen pan de hogaza y un vino rasposo tinto le vienen de anillo al dedo, como acompañamiento humilde y necesario.
Mi madre utilizaba luego el caldo (en casa no se tiraba nada) para cocer unas patatas. Éstas podían servirse de primero, caldosas, o tomarse con el pulpo, preparadas de usanza similar: rociadas con aceite, un poco de sal y espolvoreadas de pimentón.
El pulpo -por suerte- sigue siendo un producto apreciado en el territorio, aunque un poco más caro. En los bares de Villamejil es una especialidad cuidada, y en muchas tabernas de La Cepeda lo hacen también de maravilla.
Y ahora, cuando llega el invierno y las nieves se asoman sobre las montañas, un plato de pulpo y un vaso de vino tinto constituyen una excelente alianza para disipar temores y penas
- ¡Una de pulpo, por favor!
Artículo de la revista León en Madrid, editada por la Casa de León