Por Juan Josי Domםnguez
Quintana del Castillo (Lיףn) 2 de diciembre de 2000
Creo que es por esta frםa יpoca del aסo cuando se encelan las lobas de toda la penםnsula Ibיrica. Eso lo saben muy bien los viejos de la montaסa leonesa.
Dicen que las lobas enceladas se delatan enseguida porque se muestran muy agresivas y ademבs husmean por entre los ramales de una forma muy ansiosa. Pero segתn me han contado, por lo que de verdad se sabe que necesitan del macho, es por cףmo aתllan al oscurecer. Sףlo los que las han oםdo aullar por la noche saben de quי se trata. Como conocen de sobra esos mismos, tambiיn, el miedo que pasaban cuando eran niסos, con seis o siete aסos mבs o menos, y tenםan que cuidar del rebaסo de las ovejas en el monte, con la defensa tan sףlo de un perro, que, en el mejor de los casos, llevaba un collar con pinchos de hierro por si acaso le atacaba el lobo. ¡Quי valientes¡ O mejor dicho: cuבnta necesidad habםa entonces que, con tal de cumplir con las obligaciones del campo, la gente aceptaba como una costumbre normal que los niסos trabajasen, a veces, en condiciones muy peligrosas.
Hoy en dםa nos parece una barbaridad, incluso un escarnio, que los niסos cuidaran el rebaסo de las ovejas siendo menores. Del mismo modo que nos escandalizarםamos, y con toda la razףn del mundo, sם a cualquiera de nuestros hijos de ocho o nueve aסos les obligaran a trabajar como lo hicieron nuestros padres o abuelos. Normal. Ahora bien, los del campo no eran los תnicos niסos que laboraban. De hecho, tan sףlo hace cuatro dיcadas, mientras unos guardaban los animales, con el lobo acechando a la presa, otros no tan niסos – catorce aסos - pero igual de inocentes, trabajaban en la mina sin rechistar. Y por supuesto, tambiיn se asustaban del lobo. Claro que sם. Por ejemplo, los chavales de los Barrios de Nistoso, en la Cepeda, necesitaban atravesar diez kilףmetros de matorrales y espeso monte para llegar a la mina donde cumplםan las ףrdenes del capataz. Y en muchas ocasiones, especialmente en invierno, se cruzaban con el lobo en el camino. Pero lo peor de todo, con diferencia, no les aguardaba en el camino sino en el pozo oscuro de la mina. Pues hubo una יpoca negra que a la mina bajaban adolescentes de 14 aסos a pesar de que la ley lo prohibםa.
Desde luego eran tiempos muy distintos a los de ahora. Cuando entonces, cualquiera que viviese en las cuencas mineras sabםa que su destino se encontraba entre el carbףn, donde muchas veces le esperaba - al que bajase- la muerte o la silicosis para toda la vida. Hoy, por fortuna, las cosas han cambiado. Los chavales acuden al instituto –aunque a veces no haya autobuses- y ya no se mueren tantos mineros. Lo cual muestra que hemos avanzado.
Sin embargo, los problemas de los mineros siguen presentes, sףlo que ahora han cambiado de nombre y de aסo: paro y reconversiףn. Es el otro lobo negro que acecha.
De todos es sabido que la mina carece de futuro. Las nuevas tecnologםas y las nuevas formas de producciףn, asם como los combustibles mבs eficaces y menos contaminantes, apartan, cada vez mבs, al carbףn como producto competitivo. Claro que, de ahם a aceptar la muerte de las comarcas mineras distan unos cuantos salarios y el medio de subsistencia de miles de familias. No se trata de mantener unas minas que no aportan riqueza. Ahora bien, lo que resulta inadmisible, se mire por donde se mire, estriba en matar el medio de vida que permite vivir a muchas personas. Lo que se necesita es que los responsables polםticos generen empleo que sea rentable a largo plazo. Porque la extracciףn de carbףn, aunque cueste reconocerlo, genera pיrdidas y paro; por mucho que se maquillen las cifras. Y tambiיn cuבnto: pues los proyectos mבs inmediatos, en cuanto a inversiones y desarrollo tecnolףgico, sףlo cubren un porcentaje ridםculo de todo el empleo que se destruirב de aquם al 2005. De ahם la necesidad urgente de planificar, cuanto antes, un plan alternativo global, el cual requiere el asentamiento en la zona de diferentes empresas asם como la mejora de infraestructuras con el fin de garantizar la atracciףn de nuevas inversiones y crear un ambiente ףptimo que favorezca la complementariedad entre las empresas. Eso sם, mientras tanto, la Administraciףn Central debe cargar con los costes humanos que supone cerrar las minas.
Sea como fuere, el asunto es peliagudo. Y lo peor de todo, con mucho, reposa en la posibilidad de que si no se le da una soluciףn justa, a lo mejor en diez aסos las comarcas mineras se convierten en un estercolero de miseria. No olvidemos cףmo han terminado otras zonas industriales prףximas a nosotros –en Asturias o el Paםs Vasco-, en las que tras la reconversiףn de los ochenta, por otra parte necesaria, los jףvenes tuvieron que marcharse o, en el peor de los casos, quedaron enganchados a la heroםna o el alcohol. El drama social, pues, acecha sin contemplaciones con toda su contundencia y tragedia.
En la Cepeda, en concreto, ya no quedan minas. Hace muchםsimos aסos que las cerraron. Tan sףlo hace una dיcada funcionaba un lavadero de carbףn en Braסuelas, pero ahora ya ni eso. Por suerte, lo que abundan son lobos, que, aunque ya no asustan a los niסos, sם siguen aullando todos los inviernos. Ya lo he dicho antes, en noviembre se les oye mבs, por lo de que las lobas estבn en celo…Curiosamente, parece que, tras varios aסos sin dejarse ver por la zona, vuelven a pasearse por el monte cepedano, con su elegancia, con su color gris ceniza y, lo que mבs me gusta, dando que hablar de nuevo a los mayores de los pueblos. De los lobos se han dicho autיnticas barbaridades. Tienen muy mala propaganda. Siempre se les relaciona con atrocidades, con matanzas de niסos y con orgםas de sangre. Sin embargo, y a pesar de que se hayan dado casos de algתn incidente con estos animales en otras comarcas, en la Cepeda, que yo recuerde, jamבs ha ocurrido ninguna desgracia. Anיcdotas sם las ha habido, como apariciones de camadas de doce o trece lobos que se cruzaban con la gente, aullidos que se oםan a diez kilףmetros…, pero casos graves o por lo menos dignos de recordarlos, ninguno.
En mi memoria, el suceso mבs trבgico relacionado con lobos que yo recuerde ocurriף precisamente junto a la casa de mi abuela. Habםa caםdo una nevada temprana y copiosa en los primeros dםas de noviembre. En la calle hacםa frםo y la oscura noche adumbraba los tibios reflejos de luz que salםan de las casas. Dentro de la mםa, especialmente en la cocina, olםa a leסa que ardםa desde la tarde.
Aתn no habםamos conciliado el sueסo cuando, en la ventana de la habitaciףn donde dormםa mi tםo, precisamente la que daba a la calle, se oםan golpes contra la contraventana de madera. Al cabo de cinco minutos, los golpes se convirtieron en ladridos del perro de mi abuela, al que un par de lobos le atacaban tratando de morderlo a dentelladas. Sףlo el coraje de mi tםo, que agarrף un palo y saliף a la calle para defender a nuestro perro, salvף a kuqui de morir sin compasiףn a mordiscos de dos lobos que, seguramente, bajaron al pueblo porque estaban muertos de hambre.
Aparte de aquello, nunca mבs he visto nada parecido. Y por supuesto, ni he visto ni oםdo ningתn caso de ataque a personas; por lo menos por esta zona. Sם he escuchado comentarios de lobos que atacaban a animales, pero sףlo en casos muy particulares, por ejemplo cuando nevaba mucho y entonces no tenםan comida. Como nos ocurriף a nosotros.
En noviembre los lobos son los amos de la montaסa, las lobas buscan al macho, como les corresponde a los de su especie, y en el monte las minas han quedado abandonadas. Me cuentan que las bocas de las antiguas minas ahora sirven de guarida para las lobas y su prole. Y en la sierra de Pozofierro, ayer por la noche, se oםa aullar a la loba. El monte olםa a invierno.