LA PENICILINA DE VILLAR
Germán Suárez Blanco
El precio de la penicilina bajó en EEUU a 20 dólares por dosis en julio de 1943 y más aún a 0,55 por dosis en 1946
Cuentan, por ejemplo, que los antibióticos se administraron por primera vez en España en marzo de 1944 a un ingeniero de minas (que los obtuvo de las tropas norteamericanas desplegadas en el norte de África) y a una niña de nueve años. Para que la pequeña pudiera tomar la dosis prescrita, las doce ampollas de penicilina sufrieron un viaje azaroso. Los frascos del preciado medicamento, depositados en un termo con hielo, se empaquetaron en Brasil y recalaron en Casablanca y Lisboa, hasta llegar a Madrid.
Ninguno de los dos sobrevivió suficiente tiempo para comprobar la eficacia del medicamento.
El primer éxito de resonancia de la penicilina en España fue la curación del doctor Carlos Jiménez Díaz, quien tras contraer una neumonía durante sus vacaciones en Santander en agosto de 1944 pudo salvar su vida gracias a los dos gramos de penicilina que consiguieron, de estraperlo, sus discípulos.
Desde la generalización del empleo de los antibióticos en la década de 1950, ha cambiado de forma radical el panorama de las enfermedades. Enfermedades infecciosas que habían sido la primera causa de muerte, como la tuberculosis, la neumonía o la septicemia, son mucho menos graves en la actualidad. También han supuesto un avance espectacular en el campo de la cirugía, permitiendo la realización de operaciones complejas y prolongadas sin un riesgo excesivo de infección.
Por esas fechas llegó a la Cepeda el medicamento “milagroso” de la penicilina que, aunque escasa, llegaba a veces en frasquitos similares a los de la foto, acompañados de un vial de suero que había que inyectar dentro del frasquito para disolver el polvillo en que se contenía el medicamento.
Como no había en toda la Cepeda otra farmacia que la de Vega Magaz, allí había que acudir para conseguirla. Tampoco se podía tener en reserva porque su vigencia era muy corta y caducaba en pocas semanas.
Ocurrió a finales de los años cuarenta, posiblemente en el cuarenta y ocho.
Salvador, el marido de Purifica, cayó enfermo de pulmonía y la enfermedad se agravó tanto que llamaron al cura para que le administrara el Viático y la Unción de difuntos.
Don Manuel, el encargado de la parroquia que vivía en Sanfeliz, celebraba misa en Villar cada segundo domingo. Después de misa acudió a casa del enfermo, le administró los sacramentos y, al salir, se dirigió a Purifica, la esposa, con la siguiente pregunta:
“-¿Con cuántos curas quieres el entierro, con uno o con tres?”
Ignoro la respuesta de la afligida mujer, pero ese mismo día llegaron desde la farmacia de Vega Magaz con la penicilina que el médico había recetado al enfermo y se la inyectaron. Enseguida se notó la mejoría y dos semanas más tarde ya acudió a la iglesia para la misa.
Cuando don Manuel llegaba a la puerta de la iglesia, ni corto ni perezoso, el bueno de Salvador le espetó:
“-¿Don Manuel, usted con cuántos curas quiere el entierro, con uno o con tres?”
Se cruzaron muchas miradas entre los que oían la frase, pero ninguno llegó a reírse.
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