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FELISINA EN EL RECUERDO

Juan José Dominguez, joven escritor cepedano, nos narra este mes una vieja y trepidante historia, tan enjundiosa como atrevida, en la que evoca las aventuras-desventuras de una compañía de tititeros portugueses que recorrió los pueblos de La Cepeda,

En febrero de 1942, tres años después de que acabara la Guerra civil española, cuentan que por Brañuelas entró un carromato alegre y bullicioso en el que viajaba una familia muy numerosa de actores portugueses. Algo muy normal, por otra parte, pues era la época de los carnavales y por tanto de que llegaran a la zona comediantes y titiriteros ambulantes, como cada temporada. En la mayoría de los pueblos, en el segundo mes del año, además de Las Candelas se celebraba la fiesta de la carne, que si bien no se disfrutaba con plena libertad debido a las prohibiciones que había impuesto el dictador, sí se festejaba por todo lo alto con baile y teatro.

La compañía de artistas se llamaba Atracciones Fandongueiro, y la componían un matrimonio muy simpático y sus siete hijas, una de las cuales causó tal sensación desde el primer día que llegó a Brañuelas, que los hombres, cuando la veían, quedaban embobados. Era la primera vez que viajaban hasta La Cepeda con el fin de representar por los pueblos un número teatral que por entonces gozaba de mucha popularidad en León. Creo que la función se llamaba Doña Bibina, las ovejas y la escuela de Dismundo. En ella se escenificaban las figuras que le hacían los rapaces a una maestra que enseñaba caligrafía en un pueblo del noroeste Ibérico.

Cuando apareció la familia portuguesa no es que hubiese mucho que celebrar por la zona, ya que la miseria, la escasez y las consecuencias de la guerra aún se dejaban sentir entre los paisanos, pero tampoco se trataba de no festejar el carnaval, cuya tradición secular sólo se había interrumpido durante la contienda civil. La excusa del carnaval, a fin de cuentas, se aprovechaba para cometer algún exceso, pero, muy especialmente, para disfrutar con las comedias de los figurantes.

Aquel año, sin embargo, todo lo que ocurrió fue diferente. Además del teatro hubo una atracción muy singular jamás conocida, por lo menos que se sepa oficialmente. Al parecer, entre las jóvenes actrices que vinieron había una que, además de guapa, de actriz y de cocinera también era puta; pero, ojo, puta como las de la capital, con palancana y todo. Es decir, una que ofrecía sus servicios amorosos a cambio de dinero.

El escándalo no tardó en descubrirse para indignación de las mujeres de media comarca. Después de actuar durante una semana en Brañuelas, los comediantes marcharon en dirección a Villagatón con el fin de representar la obra en los demás pueblos. Pero, para entonces, ya se había corrido la voz por La Cepeda de que había una puta hermosísima que fornicaba por unas perras en los intermedios de las comedias. Para ello el portugués, que era el que cobraba los servicios de Felisina, había preparado un camastro en el interior del carromato, justo detrás del escenario. Allí dentro, a golpe de campanilla, los hombres llegaban a la gloria de la actriz fornicando a cuatro patas, de tal modo que con esa postura a los paisanos que probaban las delicias de Felisina se les ponían los ojos en blanco, casi como en trance.

Cuentan que el día que los de la compañía actuaron en Villameca, en el intermedio había una cola de más de cincuenta hombres esperando los servicios de Felisina Folgueiro. Nunca se vio nada igual. Y en parte se comprende, pues hay que recordar que jamás se había ofrecido ese tipo de servicios en La Cepeda.

Lo más parecido que se recuerda es a Filomena la de Benavides, una puta coja que se acostaba con los trabajadores gallegos - y con los de los pueblos de alrededor - que venían todos los veranos a segar el pan a los quiñones de la sierra de Pozofierro. Siempre aparecía puntual todos los años a finales de julio, y en la Casa de La Griega, entre el monte de Villar y Quintana, allí montaba una especie de alcoba en la cual retozaba con todos los que le pagasen un jornal de los de cuando entonces. Se calcula que con lo que ganaba en 15 días le daba para vivir el resto del año.

De todos formas, según Laurentino, un pastor de Murias que ya murió hace unos años, la de Benavides olía a cabra. No así la dulce Felisina, cuya piel fina y con olor a tomillo enloquecía a los que se acostaban con ella.

Pero como iba diciendo, se desató tal pasión para ver a Felisina en Villameca que, incluso, vinieron señores y señoritos desde Morriondo, Ferreras o Astorga para comprobar lo que contaban de ella. El jaleo que se montó en torno al carromato del amor, cómo era de esperar, se desmadró sobremanera.

En algunos momentos de la función había tal ir y venir de hombres detrás del escenario, a lo mejor con la excusa de que iban a mear, que aquello endemoniaba a las paisanas de un modo muy peligroso, ya que en realidad conocían perfectamente el motivo por el que los hombres se levantaban de las sillas. Por tal escándalo tuvo que intervenir la fuerza pública a petición de la autoridad municipal. Y claro que actuó la guardia civil; muy especialmente el sargento de la Benemérita, que antes de poner orden y de suspender la función, con el fin de evitar desmanes ante el desenfreno del personal, probó la carne tierna de Felisina. De este modo, sin contemplaciones, y dejando que el cabo que le acompañaba catara también el camastro de la portuguesa, disolvieron la función a cambio de que se les devolviera el dinero a los asistentes.

Por poco se llega a la tragedia.

Pero las cosas no quedaron así. Muy en particular porque Elías Fndongueiro no se podía permitir el lujo de quedarse sin actuar y mucho menos de largarse de la comarca sin cumplir con el programa que tenía previsto. Había que trabajar para comer.

Así, en un alarde de chulería italiana, el portugués se dirigió al día siguiente en tono amenazador a la autoridad municipal y les dijo que si no le daban permiso para instalar el carromato en los pueblos que aún le faltaba por visitar, con la intención de representar la obra, aunque sólo fuera por una tarde en cada pueblo, diría el nombre de todos los alcaldes que habían fornicado con Felisina.

Vaya que si actuaron. Eso sí, a condición de que Felisina no se acostase con nadie más. Por lo menos tan descaradamente.

Poco a poco recorrieron los demás pueblos de la comarca, mas el dinero que se recaudaba no daba ni para sopas de ajo Desde que Felisina no daba servicios sexuales las cuentas no le salían al cabeza de familia Por eso, el portugués, harto de tanta escasez, aprovechó que en Sueros de Cepeda había mercado, y por tanto, más gente, con lo cual podía aprovechar la ocasión para sacar más dinero con el teatro.

Cómo Elías se las sabía todas, no tuvo mejor ocurrencia que sacar en escena a Felisina, la cual enseñaba medio muslo para estupor de las mujeres pero para deleite de los hombres. Ella conocía muy bien el modo de encandilar a los hombres. De lo demás ya se encargarían las mentes calenturientas. Y en efecto, así sucedió: cinco minutos antes de que finalizase la función y cuando la noche se cerró oscura que no se veía ni a dos metros, en derredor del carromato de Felisina se formó tal algarabía que sucedió lo que nadie esperaba:

Las mujeres se habían encelado de tal manera que, hocín y forca en mano, arremetieron envenenadas contra el escenario y el portugués y contra la pobre Felisina, la cual, en ese momento, doblaba las rodillas mientras un tratante de ganado le daba por retambufa a buen ritmo ЎCuánta gloria celestial vería el ovejero en aquel instante, que, a pesar de que una paisana tapada con una toquilla negra le clavó la forca en el culo, el tratante gritó ay,ay,ay, Dios te bendiga Felisina por estos ratos de cabalgaduraЎ

Nunca más se supo ni de Felisina ni de su padre. Se entiende que después de aquello les quedaran pocas ganas de volver a la Cepeda.

Ahora bien, fue tal el ímpetu y el empeño que puso la muchacha en satisfacer a los que requerían sus servicios que, aún hoy, después de medio siglo, algunos abuelos muy mayores recuerdan cómo la portuguesa doblaba las piernas mientras el suelo del carromato crujía por el movimiento fogoso y endiablado de la joven meretriz. Y sobre todo, porque el habitáculo olía a coño y a tomillo.

Pamplona, 16 de febrero de 2001

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