Quintana del Castillo, Leףn, julio de 2001.
Los milanos son aves de rapiסa, pero de segundo orden, es decir, ni tan grandes ni tan carroסeros como un cuervo o un buitre. Tienen la nariz aguileסa y unos ojos marrones tirando a verdosos que, allם donde apuntan, clavan las garras sin piedad. En La Cepeda, por ejemplo, cuentan que cuando el milano asoma en el cielo, quiere decir que el lobo anda cerca de algתn rebaסo, pues andan ojo avizor para comer las sobras.
No obstante, al milano, a veces, tambiיn se le ve vigilar desde lo alto y no por ello el lobo merodea por los alrededores. Como ocurriף, tal vez, a mediados de los aסos ochenta, con una milana a la que yo llamaba milano bonito y que me fascinף desde la primera vez que lo vi adornando el cielo de mi pueblo con su baile de plumas particular.
Que yo recuerde, todos los aסos, con la llegada de julio, aparecםa por el cielo lםmpido de la sierra de Pozofierro la figura majestuosa del milano bonito. O mejor dicho, de la milana bonita, que era hembra. Habםa que verla cףmo circundaba el contorno de Quintana, con sus alas de mariposa reina y sus vuelos de dueסa de los cielos de seda. Mi amigo Alfonso, el de ֱurea, se quedaba prendado cuando la veםa volar encima de las copas de los chopos de junto a su casa, allב por donde se asienta una especie de castillo moderno o algo asם.
Durante varios aסos nos visitף siempre coincidiendo con el perםodo estival. Y siempre en el mismo sitio. Hasta que en el verano de 1986, una de sus crםas, tambiיn hembra –de ello Alfonso sabםa mucho mבs que yo -, apareciף como una reminiscencia platףnica de su madre y, cual astro que hubiese dejado tras de sם una mבcula de sexo estelar, nos encandilף de un modo muy especial. Vaya criatura hermosa. Confieso que me quedי prendado de ella en cuanto la vi.
Pocas veces en mi vida habםa visto algo tan maravilloso. ¡Quי espectבculo! En cuanto el sol principiaba a hundirse detrבs de San Bartolo, como a una luz triste a la que se le apaga la vida, la milana hacםa ondulaciones de arriba a bajo y piaba desde lo alto anunciבndonos que en cualquier momento se posarםa histriףnica sobre una rama cualquiera, como otrora hiciese su antecesora. Parecםa una diosa con alas.
A esa hora bella de la tarde, yo la miraba fijamente, con descaro, casi como retבndola, me encantaba, gozaba…. Y entonces, Alfonso, mucho mבs sabio que yo en cuestiones relacionadas con las milanas, me explicaba quי habםa que hacer para no asustarla, pues mi intenciףn era arrimarme a ella lo mבs cerca posible. Deseaba tocarla y acariciarla. En realidad me habםa dado un arrebato de posesiףn. De agarrarla con las manos y decirle: tת no te escapas de mם.
Pero la milana, aunque joven, ya conocםa la mano pםcara y experta del hombre cazador. No se fiaba. Era muy lista. En efecto, por mucho que Alfonso o yo tratבsemos de acercarnos, en cuanto ella oםa nuestras pisadas, por muy sigilosas que fueran, levantaba el vuelo y comenzaba a elevarse elegantemente en direcciףn al infinito. En ese momento mבgico, lleno de gloria, el leve viento hacםa susurrar las hojas de los chopos y, como si de una orquesta natural y arborescente se tratara, la milana bailaba y desaparecםa al son del aire templado de julio.
Al dםa siguiente, con los primeros rayos del sol, la milana bonita volvםa planeando al mismo sitio. Y otra vez, de igual modo que la tarde anterior, rondaba seductora el mismo lugar; siempre enfrente de la casa de Alfonso, justo encima de donde ֱurea colgaba la ropa lavada en verano. ¡Quי tendrםa aquel lugar! Pues no habםa rebaסos y, mucho menos, lobos.
Asם, pues, con aquellos vuelos matinales de la milana bonita, con el aire cבlido de julio y con el olor a ropa limpia que venםa del tendal de la madre de Alfonso, a uno le entraba un cosquilleo en la tripa que daba gusto quedarse mirando al cielo mientras los rayos inofensivos del sol tostaban nuestros cuellos desnudos.
Permanecםamos horas y horas prendados de la milana bonita, aunque, a decir verdad, Alfonso se fijaba mבs en otra que tenםa nido en Palacios Mil, y que si no recuerdo mal, solםa sobrevolar muy alto por donde la casa de Jamםn..
En uno de aquellos dםas, creo recordar que un doce de julio, al amanecer, con el alba en su mבximo punto de luz, la milana bonita comenzף a picotear el cristal de la ventana donde yo dormםa, y, entonces, lo que luego sucediף, yo no sי si ocurriף de verdad o simplemente lo soסי. Sea lo que fuere, el caso es que la milana bonita, posada en el alfיizar, se quedף mirando hacia mi cara, y puedo jurar que jamבs vi un pבjaro tan hermoso como la milana bonita… la que volaba por encima de los chopos de enfrente de casa de Alfonso, la que circundaba el cielo de Quintana...
Como si de un sueסo mבgico se tratara, la milana bonita se elevף cבndidamente y con las alas me indicaba a mם que hiciera lo mismo, a lo que yo, un poco incrיdulo, optי por imitarla con un ligero movimiento de brazos. De pronto, me di cuenta que yo volaba igual que ella, y asם, mitad ensueסo, mitad ilusiףn, conseguם subir al cielo disfrutando de una sensaciףn tan placentera que, de no ser por lo irreal que era todo, me hubiera quedado allם arriba, junto a ella, planeando mientras el tibio aire de julio peinaba mi cara.
En aquel alucinante viaje por el cielo, la milana bonita me llevף volando desde mi casa hasta su lugar favorito, enfrente de la casa de Alfonso, y entonces comprendם por quי le gustaba tanto hacer cםrculos aיreos encima de ese sitio: desde el aire, y justo encima del castillo, casi al lado del prado que lo separaba de la casa de Alfonso, se divisaba sin lugar a dudas el paisaje mבs hermoso que yo haya visto jamבs. Con palabras no podrםa explicarlo. Sףlo un pבjaro, como yo lo fui por unos instantes, aunque hubiera sido en sueסos, podםa advertir la belleza tan inmensa que se oteaba en todas direcciones. El monte de San Bartolo, con el pantano acariciבndole los bordes escabrosos, parecםa una estatua gigante; la sierra de Pozofierro, desde donde se columbra toda La Cepeda, una muralla de robles y tierra…
Cuando despertי del sueסo, como es normal, me di cuenta de que en realidad toda habםa sido pura imaginaciףn. Simplemente lo habםa soסado. Y como todos los dםas, la milana bonita, al atardecer, volaba alto, encima del castillo.
Desde la casa de Alfonso, sentados en la acera, la veםamos volar mientras el leve aire que soplaba suave nos traםa olor a trigo y a yerba del campo.
Milano bonito.