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Días de San Martín

<i>A todo cerdo le llega su San Martín</i>, dice un refrán popular. Y en estos días en los que el frío atenaza los campos de La Cepeda el dicho se hace más verídico que nunca. En la generalidad de los pueblos de la comarca se torna habitual el rito a

Días de San Martín

Por Tomás Alvarez

Villamejil, León, 17 de diciembre de 2000

A todo cerdo le llega su San Martín, dice un refrán popular. Y en estos días en los que el frío atenaza La Cepeda el dicho se hace más verídico que nunca. En los pueblos de la comarca se torna habitual el rito anual de las matanzas. Esta hecatombe porcina viene de lejos. Ya antes de la llegada de los romanos a estos lares, los nativos tenían cerdos entre sus animales domésticos. En aquella época lejana, los astures apreciaban el jamón y la manteca.

Durante toda la historia, este animal ha estado en la dieta cepedana. Y ya en la antigüedad, la matanza se efectuaba por los días de San Martín.

Así, en 1231 los vecinos de Espina de Tremor –lugar que en algún momento de la historia se ha vinculados a La Cepeda- tenían entre sus obligaciones con el obispo de Astorga la de darle unos lomos de éste animal: El que tuviese puerco o puerca dé dos lomos por San Martín; el que no le tuviere dará dos perdices o cuatro dineros.

Por cierto que estos días de San Martín eran importantes para los señores del territorio. Se trataba del periodo en que la cosecha se almacenaba en los humildes graneros, y la época de la matanza. En consecuencia, era el momento oportuno para exprimir al colono o pechero de turno.

Aquellos que cultivaban fincas de la propiedad señorial tenían que entregar una renta o censo anual. Al principio de la Edad Media, el nombre de este gravamen era censum, foro, infurción o pectum. Más adelante se cambió el nombre latino por marzadga o martiniega, porque se pagaba en marzo o en San Martín. Se trataba de una renta pagada en especie, que evolucionaba entre la cuarta parte y el diezmo del producto recogido.

Los viejos textos nos hablan de este impuesto. Por ejemplo, el 7 de junio de 1157, el obispo Fernando de Astorga otorgó un fuero a los habitantes de Quintanilla del Monte en el que se estipula: ... cada uno de vosotros pague a mí o a mis sucesores, por la festividad de San Martín(martiniega), veinte buenos panes de trigo, un cañado de vino y un carnero de un año...

Este tipo de impuestos continuó hasta el siglo XIX, cuando finalizó el régimen señorial.

En los textos del catastro de Ensenada se puede comprobar que pueblos como Brimeda, Carneros o Sopeña pagaban martiniegas a la marquesa de Astorga, señora de La Cepeda. Ese mismo impuesto se pagaba también en otros puntos. En Los Barrios de Nistoso, por ejemplo, se estipulaba el pago de matiniegas en 59 reales.

Los tiempos han cambiado. Ya no se tiene necesidad de dar a los señores del territorio lomos de cerdo o reales (ahora se habla de IVA o IRPF), pero San Martín sigue siendo la fecha en que se inicia la hecatombe porcina. Son los días de frío, excelentes para la mejor curación de los embutidos, y los campesinos afrontan la matanza.

Han cambiando también las tecnologías: antaño, por ejemplo, una vez sacrificado en animal se recubría con bálago para quemar las cerdas, y se raspaba la piel con un sencillo trozo de teja, para dejarla bien limpia. Hoy se hace todo con otros elementos mecánicos... pero la matanza sigue teniendo ese ritual de fiesta de la abundancia.

Es un preludio a las jornadas navideñas, una época en la que las amas de casa se esfuerzan por poner algo especial en la mesa, aparte de la abundancia. La cosecha alegra los yantares: carne abundante, castañas, peras carujas...

La demografía ha descendido. Pero la matanza sigue siendo habitual en los inviernos cepedanos. Muchos de los que han nutrido las oleadas de la emigración, vuelven por ahora para cumplir con el viejo rito.

Los que están lejos de sus antiguas raíces saben que los productos de la tierra tienen más calidad; que los animales domésticos tienen un sabor más intenso, y confían más en los embutidos si han participado en su elaboración.

En León, los campesinos aún citan el refrán de comida en calceta (en alusión a los chorizos), que la coma quien la meta. Los refranes son la columna troncal de la sabiduría popular.

Reportaje gráfico(en fototeca) realizado por Jesús García, cepedano residente en Santander

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