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LLANTO POR BENILDE LA PASTORA

Santiago Somoza Pardo, excelente escritor vinculado a Quintana del Castillo, autor de una bella prosa recuientemente publicada en estas páginas, <b> A Fidio</b>, envía para gozo de los internatutas de La Cepeda una magnífica Elegía.

Quintana del Castillo. León
Santiago Somoza Pardo, excelente escritor vinculado a Quintana del Castillo, autor de una bella prosa A Fidio envía para gozo de los internatutas de La Cepeda una magnífica Elegía. La misma, Llanto por Benilde, la ha elaborado recogiendo datos de familiares y allegados, para dar mayor fidelidad a su obra.

I

Tanti, cabión!

Un vuelo de campanas y cigЧeñas
despierta en mi memoria,
en este día,
el vacío de tu ausencia.
Lloran los tuérganos y los chopos lloran.
San Bartolo está triste.
El eco de tu voz, cariñosa y profunda,
puebla las calles, silenciosas, de Quintana.
Nos has dejado solos
sin avisar siquiera,
ni una simple señal, ni despedidas,
nada.
Y en este tiempo de calor y frutos,
tiempo en que despertabas al estío
de tu invierno de frío y de letargo,
te oigo por los rincones familiares, Benilde,
los que me regalaban tu presencia,
ese saludo tuyo
que jamás era insulto
sino tu propia forma de abrirte a la confianza
de los demás, de gritar aquí estoy,
hacedme caso,
de expresar tu amistad a los amigos
de siempre, de dar gracias
a la madre Natura por las tantas
desgracias
que te dio, Mi no quero, hija re puta,
de hablar, hablar y hablar,
que ya llegará el tiempo
de callarse.

II
АTanti, maricónА

Y claro que llegó. Fue hace dos años.
Todo muy de improviso
y con nocturnidad y alevosía.
Primavera llamaba ya a la puerta
aquella noche aciaga
de marzo. Te habías unido para siempre al río,
al padre Gándara que te acogió en su seno
definitivamente
para llevar tu espíritu,
en su corriente líquida y viajera,
por cañadas fluviales
(Tuerto, Órbigo, Esla, viejo Duero),
escoltado de peces y de ninfas
sobre un lecho de algas y de limos,
a tu destino último,
un finisterre atlántico y lejano,
paraíso de sal donde tu voz es fado
y es saudade. Encontraron tu cuerpo en hora sexta.
Junto a una enorme piedra
que servía de puente para vadear el río
entre La Gorguillera
y Valvidares, en los campos de Truides
y de trigos,
estabas boca abajo, ya sin vida,
como una ofrenda acuática.
Y tu cuerpo presente,
pasado de infortunios y futuro resuelto en esperanzas,
fue colmado de incienso, de plegarias y cantos.
Pero tú ya no eras. Cruzabas la meseta
rumbo al mar.

III
АTanti, cunenao!

Qué fuerza misteriosa te llevó a ese lugar
más que improbable,
nadie lo sabrá nunca.
Tu hidrofobia probada, tu pánico a lo húmedo,
fiel hija del secano,
no permitían pensar, de ningún modo,
que allí te encontrarían.
┐Acaso la llamada interior,
la voz postrera que a todos nos anuncia,
inapelable,
el final del camino? Quién lo sabe.
┐Tal vez la luna llena,
que iluminaba el mundo aquella noche, ese imán
sideral con el que hablabas
tu lenguaje secreto,
llenando tus mareas interiores, preñándote
de urgencias vegetales nocturnas
en busca de lo ignoto? A este lado
nos basta con razones más prosaicas:
entresaca de robles,
huérfanos los fuyacos,
tú no podías dormir pensando en ellos.
El destino, una llave
que siempre había en la puerta
y aquella madrugada tú giraste en silencio,
(en los ojos de A. reinaba Orfeo),
la noche por abrigo
y unas ansias de leña
que guiaron tus pasos a una trampa mortal
e irreversible.

IV
АTanti, mangantón!

Eras hija del aire y del monte, pastora
de vientos y de ovejas de algodón
por la sierra infinita,
con sol y con carámbanos y lobos y balidos.
La libertad fue siempre tu preciado tesoro
y tu razón de ser,
riqueza que quisieron robarte en ocasiones
pero que defendiste,
por encima de todo, en tu inocente
aunque firme acracia.
Si te hubieran sacado de tus lares,
de tu tierra sagrada,
te habrías muerto hace mucho de angustia y de tristeza,
sola
en conversación con las paredes
de algún centro sin vida. Aquí fuiste feliz,
a tu manera, tenías
gente a la que querías y te quería, tu casa,
tu crucero, tu puente, tus caminos,
tus campos, tus montones de palos, tu rebaño,
tu paisaje, tu aire, tus perros, tus raíces,
que eran todo tu mundo.
Y ese mundo interior,
tan insondable, emergía en espontáneos
soliloquios
que mantenías, doncella de la triste figura,
con molinos de viento
forjados por tu mente riquísima y extraña,
genio teatral, gestualidad del drama,
fantasía.

V
АTanti, munín!

Es tarde. Hablas sola.Estás sentada.
a la puerta de casa. Como siempre.
Centinela de nada ni de nadie.
Esperando por todos y por todo.
Viendo pasar la vida tras tu muerte.
Y más viva que nunca.
Me preguntas
si hay novedad alguna, cómo están
las cosas por el pueblo.
Por aquí todo bien, no te preocupes.
El pantano, sediento. Las cigЧeñas
han vuelto y tienen hijos. Cierra la plaza ahora
una larga avenida
que cruza las Linares. El asfalto
ha cubierto, por fin, algunas calles. La torre
de la iglesia,
sin sus viejos achaques,
hacia el azul se yergue en recta limpia. Temes
por tus coreros, pero no te apures,
que tu pastor
los mima y los atiende
ahora mejor que nunca, con su mando a distancia
de gritos y ladridos, tu buen Antón del alma,
voz de trueno,
a quien tanto quisiste y que te quiso tanto,
él todavía sueña
con churras y con fuentes. Tú no sufras,
que aún sigues
con nosotros.
Puedes quedar tranquila.

VI
АTanti, joriroА

Hacía algún tiempo que te venías quejando
de un dolor permanente en el costado izquierdo,
donde tu débil corazón sentía
y presentía la mortífera lanza.
Pero no imaginábamos
que tu presencia,
eterna,
nos iba a faltar nunca. Tú bajabas,
encorvada y eléctrica,
el paso irregular, la mirada perdida,
del monte o de tu casa
en busca de otras casas y otras cosas,
de un barrio al otro barrio en incesante búsqueda,
toda voz, toda huesos, toda ropa.
Y todos te querían, y tu memoria,
inesperadamente prodigiosa,
reconocía y nombraba y recordaba a todos.
Y aquí un poco de fruta y allí un café muy negro
(y un Њpotín de jorujoћ, por supuesto)
y más allá una prenda
para tu colección prЖt-Я-porter, siempre de invierno,
que aun en pleno verano
varias capas textiles te cubrían como segunda piel,
la carne ausente.
Mas no te hicimos caso y ya te estabas yendo
hacia la paz de Pedro...(ЊAy, la mi Benireћ)
... y Micaela, y Mero y Rufino,
y abandonando babas y temblores
y este valle de lágrimas donde todos lloramos,
pero unos más que otros y a ti sí te tocó
la peor parte.
Descansa en paz, que bien te lo mereces,
y espera por nosotros. Hasta pronto.

Tanti el de Malalú Julio/99

N.B.
Benilde Suárez Suárez, hija de Micaela y Pedrón, vino a este mundo, es un decir, el 17 del 7 de 1928, en Villarmeriel, y se marchó para siempre el 11 de marzo del 97. Con su presencia inconfundible, formaba ya parte de la geografía de Quintana, conocía a todo el mundo y era conocida y querida por todos.
Sostiene A. que Benilde era muy alegre; que había que entenderla; que no daba lata ninguna; que dormía a pierna suelta; que tenía buen diente y le encantaba el tocino (el colesterol no era un problema: se quemaba corriendo tras el ovino descarriado); que, tras su apariencia raquítica y enfermiza, se escondía una salud de hierro; que era una excelente pastora y alegraba el monte con sus cantos, sus bailes, sus risas, sus llantos, sus discusiones, a veces cómicas, a veces dramáticas, con interlocutores ficticios surgidos de su propia imaginación; que le gustaba el morapio
Ete vaso peme que ta tiste; secóuse, cono*, reclamaba con su peculiar ironía y su idiolecto sui géneris) y había que controlarle el garrafón, porque* si le gustase el agua como el vino, andaríamos como dios*; que en casa se dedicaba a sus labores (coser, barrer, fregar, lavar, hacer la habitación) ... de destrucción, pues dejaba todo peor, pero se entretenía; que era de radio más que de televisión y le gustaban mucho los* cabionines *de los niños más pequeños, los que todavía no le tomaban el pelo y a los que aún asustaba un poco su aspecto de bruja mala de los cuentos infantiles, escoba aparte.

Que todas las mañanas salía por los alrededores de su casa a* atropar fuyarascos*, hacer* montonines de leña, cargar de palos su saco, arramar topos*, esto es, limpiar de toperas los* paos que ella consideraba de su propiedad (la tierra para quien la trabaja, camaradas, y eso sin haber leído a don Carlos), que no eran pocos; que, con rebaño o sin rebaño, zarandeaba por doquier, primero por los pueblos del concejo, joven postulante ella, luego por todos los rincones de Quintana (La Cuesta, Truides, Los Molinos, La Noria, La Llama, Praosmilantos, San Cil, Quimadiello, Riuguándara, Valdeciervas,... qué sé yo) y siempre por las calles del pueblo, rompiendo con su voz característica y su monologar incansable el silencio de toda la vecindad, que no paraba quieta con su incesante baile de san vito; que, en fin, en su corta vida de precariedad y anticonsumismo fue incluso capaz de practicar el ahorro a partir de su exigua pensión de invalidez (Parece ser que el gobierno de la llamada democracia le había subido bastante la paga, lo que provocó su ya histórica frase: Ete Fanco paga mejó*, todo un análisis político de la transición).

Y si A. sostiene todo eso, es suficiente razón para creello, sostenello y no enmendallo, con qué derecho.

Cuentan las crónicas locales que una mañana de verano un turista residente en un pueblo vecino, madrugador y andariego, caminaba cerca de El Castillo cuando oyó una conversación-discusión que lo dejó estupefacto. La voz, pues era una sola, profería gritos, amenazas, insultos, maldiciones, mezclado todo con carcajadas, canciones, humor y sentencias varias, en un lenguaje único y muy particular, reducido en su expresión y escasamente comprensible a los no iniciados, sobre un fondo de ruidos y de gestos que el asombrado caminante solo podía presentir, porque desde su situación no conseguía ver a nadie. Un tanto asustado, este decidió poner pies en polvorosa, nunca mejor dicho, por si las moscas. Le faltó tiempo para llegar al pueblo e informar a sus vecinos, que a los primeros datos ya sabían de quién se trataba y, entre risas, lo pusieron al corriente sobre la vida y obra de Benilde, genio y figura. Que no tenía un pelo de tonta y que, al saberse apocada para los demás, no dejaba escapar ninguna ocasión que le permitiese soltar, exhibiendo una rapidez mental inusitada, aquello de┐Y tú qué pensaba, que lo bobo no sabemo. АAna, jórete!.

Tampoco tenía miedo a la noche, ni al lobo ni a la gente, ni a nada ni a nadie. Solo al agua. Pero eso no era miedo, era pavor. Lavarla era sacarla de sus casillas. Algunas personas del pueblo lo hicieron, unas con más éxito que otras, que ella se oponía con uñas y dientes, sus mejores armas. Solo A., su hermano y, a la vez, padre, madre, médico, cocinero y factótum de la casa, era capaz de cortar por lo sano e imponerse, entre los llantos de rabia e impotencia de la zagala, con su filosofía sencilla y tajante:* Da igual que llores que no, que lo que lloras no lo meas*. Y a enjabonarse tocan, compañera.

El día en que desapareció, habría salido de casa muy temprano, poco después de medianoche. O eso al menos deduce A., inmerso entonces en las profundidades del primer sueño nocturno. Por aquellos días habían estado cortando árboles en El Oteiro, y Benilde, que creía, en su calenturienta fantasía, que algunos* Њcabiones *del pueblo le llevaban su leña, debió de salir de casa preocupada por que eso no sucediese y dirigir sus torpes pasos hacia allí, en busca del preciado botín maderero. Y así se encontró en aquel lugar infortunado con la vieja desdentada del gadaño inexorable, siempre puntual para el fatal desenlace.

A la mañana siguiente, A.. la echó en falta, se tocó a concejo y se movilizó todo el pueblo. Tras unas horas de búsqueda infructuosa, la encontraron, ya cadáver, en el río, en un lugar que no frecuentaba y que el destino le tenía preparado.

АTanto huir del agua, para acabar ahogada en ella!

Volvieron a tocar las campanas, esta vez a duelo, y su cuerpo fue velado en la casa del pueblo, en los bajos del ayuntamiento, para ser llevado al día siguiente a su destino definitivo en la zona residencial de La Escarbayada, 79-bajo, izquierda.

Esté donde esté, estará disfrutando, con toda seguridad, del merecido descanso que no tuvo en vida, sentada en primera fila y burlándose, con su sorna inteligente, de nuestras mezquindades y banales preocupaciones, que ella siempre estuvo por encima del bien y del mal. Y con la certeza de que más temprano que tarde nos reuniremos con ella. Nunca falla.* SANTIAGO SOMOZA PARDO Quintana del Castillo (León)

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