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Homenaje a Maite

La periodista Maite Almanza se ha ido, pero nos ha dejado la huella de su afecto, sus innumerables artículos sobre Astorga y comarca y otros escritos, como este relato que escribió para el libro El Corazón del Camino.

EL CAMINO DE LA CULPA

Maite Almanza

La niebla es como una niña caprichosa. Viene y va, a su antojo, de repente. Desde aquí apenas puedo divisar las torres de la catedral de Astorga. Parecen, como todo el edificio, envueltas en una especie de espuma blanca y densa.

Pensé que este crucero sería un buen lugar para contemplar el paisaje, pero me equivoqué. No hay prácticamente nada que ver. Lo mismo sucede con mi vida. No pasa nunca nada, es como una huida constante hacia delante. Mi vida se detuvo en aquel instante en que Miguel se marchó para siempre.

Jamás pensé que mi relación con Miguel terminaría así. De hecho, nunca pensé que terminaría. No se me habría pasado por la imaginación ni en el peor de los momentos que tendría que matarlo. Analizado en este instante, parece la lógica respuesta a tantos años de violencia, de humillaciones y abandono. El abandono y la indiferencia eran lo de menos: a muchos matrimonios les ocurre, con el paso de los años. Las vejaciones dolían, en lo más profundo, como si cada vez que me gritaba o me recordaba mi insignificancia como ser humano me arrancara de cuajo años de vida. Pero lo peor eran los golpes, que me dañaban por fuera y por dentro. Por fuera, porque me dejaba magullado el cuerpo, y yo tenía que fingir que todo iba bien, para no estimular su violencia con mis quejas. Y por dentro, porque sentía que me llegaban a lo más hondo: a mi dignidad como persona. Llegué a creer que no servía para nada, como él decía: que era un trapo viejo, un mueble, un despojo. Pero reaccioné. Reuniendo fuerzas de no sé dónde, reaccioné cuando comprobé con estupor que pretendía perpetuar su comportamiento con nuestra hija. Ella ha sido la que me ha traído hasta aquí. No podía volver a mirarla a la cara si antes no limpiaba mi alma, si antes no la vaciaba de lastre y de culpas. Muchos pensarán que fue justo lo que le ocurrió a Miguel, lo que le hice. Pero yo soy consciente de que dejé a María sin padre. He saldado mi deuda con la sociedad, es cierto, y mi tiempo en la cárcel, sin verla, ha sido suficiente castigo. Nunca quise que me visitara allí. No quería que guardase de su madre ese recuerdo. Y yo necesitaba purificarme antes de volver a enfrentarla. A eso me está ayudando el Camino. Creo firmemente que las heridas en los pies, después de tantos kilómetros, son una penitencia más para mí. Sin embargo, lo más provechoso de este viaje es que, lo noto, poco a poco vuelvo a reencontrarme conmigo misma, y con el mundo.

Desde que salí de Roncesvalles he escuchado muchas historias. Algunos peregrinos son corrientes, turistas sin pretensiones; gente que camina en pareja, o en grupo, y va conociendo España a un precio asequible. En otros he encontrado un cierto sentimiento espiritual que se acrecienta a medida que avanzan hacia Santiago: asumen el sentido de la peregrinación. Algunos esconden historias curiosas: la hija que hace el Camino allí donde su padre falleció sin poder terminarlo, la mujer que peregrina cumpliendo la palabra empeñada, el viudo que camina para sentirse más cerca de su esposa, como en una especie de comunión espiritual. Un puñado de peregrinos, sin embargo, esconde terribles historias: el delincuente arrepentido, el enfermo sin esperanza. Me duele que ninguna sea tan espantosa como la mía.

Miguel era el hombre perfecto. Tenía buen aspecto, modales, un buen trabajo. Era algo dominante, sí, pero eso jamás fue un problema al principio. La primera bofetada llegó cuando me quedé embarazada. Creí que no se repetiría, que fue fruto de un mal momento, pero me equivoqué. Comencé a notar que sentía celos de ese bebé que todavía era un proyecto en mi vientre. Cuando María nació, las cosas empeoraron. Las humillaciones se intensificaron, los golpes se acentuaron y comenzaron a lastimar partes de mi cuerpo ocultas a las miradas de los demás. Aguanté, con la esperanza de que fuera una mala racha. ЎTenía que serlo, acabábamos de tener un bebé precioso! Pero el día que, en la cocina, ví que le levantaba con saña la mano a mi hija, que había cometido una diablura, me dí cuenta de que siempre sería igual. Traté de detenerlo, y eso disparó su rabia. La emprendió conmigo, de nuevo a empujones, delante de la niña. Conseguí que ella saliera a tiempo de la cocina, cerré la puerta y me quedé a solas con él. Intenté razonar, pero ya era inútil. Cuando la paliza amenazaba con ser la peor hasta entonces, palpé el cuchillo que había sobre la encimera y, sin pensarlo dos veces, se lo clavé en el pecho. Miguel, el que había sido el hombre de mi vida, se desplomó sobre el suelo. Salí como pude de allí y llevé a María, que apenas tenía un añito, con la vecina. Por suerte, la niña parecía no haberse dado cuenta de nada. Regresé, llamé a la policía, y el resto es lo habitual.

Es curioso. Repasando mi historia, aquí, sentada en el crucero, me parece la de otra mujer. Tal vez sea porque empiezo a sanar mis heridas. Todos me dicen que ya purgué mis culpas. Yo siento que no es verdad. Es decir, apenas ahora estoy empezando a purgarlas, al menos frente a mí misma. No he querido caminar en compañía, ni hacer turismo, ni visitar los pueblos y ciudades por los que he pasado. No he venido a eso. He venido a pensar. Pero sólo ahora, cuando estoy más cerca de mi objetivo, he reunido el ánimo suficiente para escribir estas reflexiones que actúan, por fortuna, como una vía de escape.

Es cierto lo que dicen del Camino. Te hace mejor persona, más accesible, más solidaria. Es como si el número de llagas en los pies fuera directamente proporcional al bienestar que recibe el peregrino de esta experiencia. Si uno ignora conscientemente los burdos intentos por mercantilizar este trazado, el Camino parece otro planeta.

En todo este tiempo he vivido al margen de los reproches, de las envidias, de la competencia desmedida a la que nos conduce esta sociedad, del aislamiento al que nos aboca irremediablemente. He visto ayudarse a peregrinos que no se conocen: “Tú camina, que yo te llevo la mochila”, le decía uno a otro, éste último ya agotado, en León. He sido testigo de cómo unos caminantes se interesan por los otros, les cuentan su historia, les muestran las fotos de su familia. Muchos peregrinos hacen amistades en la ruta, y juran que serán para siempre. Ya veremos. Tal vez no sea posible, salvo en contadas ocasiones, conservar estos buenos sentimientos cuando regresas al mundo real. En el Camino sí es creíble la teoría de Rousseau de que el hombre es bueno por naturaleza. La decepción llegará, supongo, cuando, una vez alcanzado Santiago, la realidad te expulse brutalmente a la vida diaria.

Sin embargo, no me resigno. Quiero creer que, si no en todos, en algunos peregrinos quedará un poso de esos valores que muchos de ellos, seguro, ignoraban que poseían y que otros muchos han aprendido e interiorizado a lo largo de cientos de kilómetros.

Yo también he aprendido algo en este largo camino. Me he dado cuenta de que la vida me puso una zancadilla y yo, acorralada, opté por la peor de las salidas. Pero nadie sabe que quien más se culpa de lo que ocurrió soy yo misma. Y que llevaré conmigo este peso el resto de mi vida. Sin embargo, visto desde la distancia física y temporal, tengo la esperanza de recomponerme y de ser una buena madre. Me he perdido los primeros años de mi hija, es cierto, pero María ha estado en buenas manos. Ahora vuelvo a ser una mujer consciente de sus capacidades y limitaciones, que ha rescatado su personalidad, y ya puedo enseñarle qué está bien y qué no. No sé si le contaré lo que ocurrió. Quizás fuera mejor que siguiera pensando que su padre se fue al cielo tras un accidente de tráfico. O tal vez lo más conveniente, tal y como me ha enseñado el Camino, sea no ocultar secretos, afrontar la realidad con valentía y asumir las consecuencias de los propios errores. No sé. Йsta es la decisión más difícil de cuantas me quedan por delante. Pero aún tengo tiempo para decidir.

Me quedan once días y menos de trescientos kilómetros para llegar a Santiago. Cuando me arrodille ante el patrón, mi hija estará más cerca de mí. Ella me espera en Barcelona. Pero, de momento, mi prioridad inmediata es llegar a la próxima ciudad: Astorga. Dicen que tiene un palacio que parece de cuento. Lástima. A María le habría encantado.

Datos de El Corazón del Camino

El Corazón del Camino (Ed. Puente de Letras) fue impulsado por la Asociación Rey Ordoño I con motivo del último año santiagueño y coordinado por Tomás Alvarez. En el texto se analizan "once siglos de intercomunicación, un flujo y reflujo de masas peregrinantes, que han dejado huella en la memoria colectiva del pueblo”, según las palabras de Antonio Viñayo, abad emérito de la Basílica Real de San Isidoro y uno de los redactores del texto.

El libro cuenta con la participación de una quincena de autores, entre ellos también el filósofo Rogelio Blanco, quien recuerda a Shakespeare para destacar que somos de la madera de nuestros sueños, y de ahí arranca el viaje perpetuo del hombre en búsqueda del paraíso perdido. En la obra, se analiza el territorio leonés como nudo del Camino de Santiago. Pero, previamente, se centra el mundo de la peregrinación desde Roma, con un texto de Laurentino García, editor radicado en Italia.

Juan José Domínguez, otro escritor leonés afincado en Pamplona, retoma el flujo viajero en Roncesvalles, donde halla los ecos de un mundo pasado, donde las tropas de Carlomagno perdieron su primera batalla mientras el emperador jugaba al ajedrez Antonio Viñayo centra el tema en el territorio leonés, y recuerda el papel de la realeza leonesa en fortalecer este trasiego humano, que impulsó la cultura y el arte de Europa, y Tomás Álvarez presenta su recorrido desde Sahagún a El Cebreiro, extraído de su libro "El Camino de Santiago para paganos y escépticos".

Completan la descripción de rutas Emilio Gancedo (Camino del Salvador), Belén Molleda (Camino de Madrid), Pedro J. Abajo (Vía de la Plata), Jovino Andina Yanes (Caminos en el Bierzo) y Germán Suárez (Camino Primitivo).

La segunda parte de la obra se centra en "visiones" de la ruta, en la que aparecen desde narraciones cortas a poemas, con textos de Luis M. Alonso Guadalupe, Ángel Casado, Máximo Cayón, Maite Almanza, Constantino Álvarez, Francisco Fernández Rubio, Ricardo Magaz, Rafael Paz, Santiago Somoza, cerrando el libro un relato de Fulgencio Fernández. Beatriz Alvarez es la directora de fotografía de la obra.

El Corazón del Camino

El Corazón del Camino

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