Joaquin Lobato: Pincel de poeta y pluma de pintor
Ha sido un personaje amado por gentes como Miró, Aleixandre y Alberti; un intelectual a quien sus seis décadas de vida no han arrebatado su forma de enfrentarse al arte y a la literatura, con las armas de la lírica y la ingenuidad.
Hoy, recién salido del hospital, y en una situación de salud sumamente precaria, Joaquín Lobato es un referente cultural importante para Andalucía; un intelectual a quien sus seis décadas de vida no han arrebatado su forma de enfrentarse al arte y a la literatura, con las armas de la lírica y la ingenuidad.
Nació en 1943 en Velez Málaga, cerca del Mediterráneo, y conoció una infancia en lo que lo lúdico y lo sacro se daban la mano... Y conoció a un cine que le permitía ver películas de Glenn Miller y la atractiva Silvana Mangano.
En su primera juventud pintaba, escribía y hacía teatro ...y se deslumbraba en las tardes de cine. Luego marchó a Granada para estudiar Filosofía y Letras. Es la época en la que empieza a publicar y entra en contacto con vanguardias artísticas y poéticas. Participa en diversas reuniones de poesía e incluso crea un “Club de poetas cabreados con Platón” (Platón echó a los poetas de su ciudad ideal).
Irónico, alegre, culto, Joaquín Lobato llega a su sexta década con la salud sumamente maltrecha, que le liga más al hospital que a la creatividad. Aún así, es capaz para sacar lírica hasta del sufrimiento y componer versos hasta de sus accidentes clínicos.
Uno de los últimos poemas – tierno y dramático- está dedicado a su caída de la cama hospitalaria y pertenece a un poemario experiencial realizado a raíz de su última estancia, de tres meses, en un hospital malagueño.
Secretario de la fundación María Zambrano, radicada en Vélez Málaga, su localidad natal, desarrolla en la medida en que puede físicamente una labor comprometida con el pueblo, al que implica en la defensa de la cultura.
Libros como “Farándula y epigrama”, “Infártico”, “Atardece el mar” y “Dedicadas formas y contemplaciones” certifican una actividad poética que se remonta hasta sus días de estudiante. “Jácara de los Zarramplines”, premio García Lorca de Teatro 1977, es una muestra de su actividad teatral.
La sencillez es su arma:
*“Atiendo
si
dicen
mi nombre
las anémonas. O
cuando
llaman
a mi puerta
las palomas.
Me hago el
tonto
cuando los muy
serios
señores
de rabiosas corbatas y
espantosas
calvas
me
señalan.”* Juvenil, alegre, candoroso, el poeta es un paisajista luminoso. En “Atardece en el mar” narra:
“De cuando yo niño
me asomaba sobre los hierros
de la baranda de mi azotea
para ver el caballo que volando
iba hacia el mar. Cruzaba el cielo
con la brisa azul sobre su lomo,
desnudísimo. Elegante
y fiero hasta alcanzar la orgullosa
plenitud que proyecta
su codicioso y navegante vuelo”. Pero ese amor a la literatura también está unido al arte. Practica el cartelismo y la pintura al óleo y ha realizado diversas exposiciones individuales, básicamente en Andalucía; donde existe un gran aprecio a su obra tanto literaria como pictórica.
Ese amor al arte se denota también en sus versos, como éste dedicado a Tolouse Lautrec:
“antiguo Paris de humeante
atmósfera esperpéntica de
mujeres fetiches de altos
cocos ligeramente
despeinados.
Soledad todavía romántica (nostalgia
de una vieja canción) color azul íntimo
sepia
difuminándose
Acordeones en la madrugada del Sena
otoñal
trasnochadas levitas y rociadas
lentejuelas
tristeza incontenible bajo la
máscara
antifaz solitario ya
sin gota alguna
de
champaña en
la copa
rota
de su
mano
Enaguas de encajes rabiosamente
blancos y las medias de la bailarina
borracha
entre serpentinas grises.” Joaquín pinta a su aire. Tiene influjos de Miró, con quien aprendió arte del pincel, pero no es mironiano; a veces recuerda a Modigliani...y hasta Braque o Saura. Pero es todos y ninguno. Es un amante de la cultura, un renacentista que aprende, pinta y aplica en sus cuadros un color vivo, cargado de luz, algo inherente al sur mediterráneo donde vive.
La cercanía de su pintura a la poética es plena. Nace para la poesía en 1967, cuando publica “Metrología del sentimiento”; pero en esas fechas ya estaba experimentando la pintura, y en 1970 hace su primera exposición. “Asombrado y disperso es el corazón del poeta”, dijo María Zambrano, también nacida en esta tierra, como recuerda Rogelio Blanco, escritor y filósofo, uno de los mejores conocedores de María Zambrano y de Lobato.
Pero también está cerca la pintura de Lobato de su amor al teatro. Lo testifican sus “goliardos”, caras-máscaras que impregnan sus cuadros de un aire más misterioso que trágico.
Joaquín Lobato está entrando en los sesenta, pero es un niño-poeta-pintor. Y eso es muy difícil a ciertas edades.
Tomas Alvarez
Imagen de Joaquín Lobato, sobre uno de sus goliardos. composición guiarte.com