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El Guggenheim analiza el París del siglo XX

París, capital de las artes 1900-1968 es el título de una buena exposición que organiza el Guggenheim de Bilbao, hasta el 3 de septiembre de 2002.

El auge y la decadencia de Paris en el siglo XX como centro mundial del arte moderno, queda patente en la extraordinaria muestra organizada por The Royal Academy of the Arts de Londres

Recorre cronológicamente las obras de algunos de los artistas más representativos del siglo XX, haciéndose eco de los acontecimientos políticos que se vivieron entre 1900 y 1968 en París, la ciudad que fue primero punto de encuentro de artistas e intelectuales y luego mantuvo un plano artístico destacado aunque menos relevante, tras los días dramáticos de la guerra mundial.

Figuras emblemáticas francesas como Matisse, Braque o Duchamp y numerosos extranjeros como Picasso, Kandinsky, Mondrian, Brancusi, Joyce, Hemingway, Beckett, Brecht, Stranvisky y Buñuel, dieron brillo a este periodo, aunque a partir de los años cuarenta la dirección política, económica y artística pasó allende el Atlántico, básicamente en dirección a Nueva York.

Uno de los aspectos recogidos en la exposición es el progresivo desplazamiento de los centros creativos por los barrios parisinos: desde Montmartre, cuna del cubismo, a Montparnasse, escenario de la bohemia de los años veinte y del surrealismo, hasta Saint-Germain-des-Prés, núcleo del existencialismo, y finalmente al Barrio Latino, territorio de las revueltas del 98.

Durante el tránsito de los siglos XIX y XX, París ocupó una relativa capitalidad de las artes de vanguardia. La ciudad se creó su propio mito de urbe bella, romántica, y punto de encuentro para quienes buscaban libertades e inspiración.

París: capital de las artes, 1900 –1968, reúne más de 250 obras. Es la crónica del papel de París como centro artístico e intelectual durante las siete primeras décadas del siglo XX, y está comisariada por Ann Dumas, Norman Rosenthal y Sarah Wilson. La exposición tiene un contenido cronológico.

Montmartre: crisol de la vanguardia, 1900 –1918

El encanto de Montmartre procedía de su carácter de territorio límite y rural, conocido también por sus cabarets y clubes nocturnos. En Montmartre, Pablo Picasso y Georges Braque destrozarían las estructuras perspectivas tradicionales del arte occidental y superarían las visiones cromáticas de los impresionistas, creando el cubismo, un estilo que desarrolló una ingente vitalidad tanto en pintura como escultura.

Pablo Picasso, recién llegado de Barcelona, atrajo a un círculo artistas y escritores de talento, muchos de ellos hispanos, conocidos como la "bande à Picasso". Él vivía en el Bateau-Lavoir, una antigua fábrica de pianos en ruinas que albergaba un laberinto de estudios. Allí, en 1907, pintó “Las señoritas de Avignon”, pieza base del cubismo y del reaprovechamiento del arte africano. Braque y otros quedaron atónitos ante esta poderosa obra que supuso el punto de inflexión en el arte moderno y abrió el camino al desarrollo del cubismo.

Por su parte los fauvistas, cuya obra está más vinculada al Midí francés y a las playas de L’Estaque y Collioure, también frecuentaron Montmatre.

Montparnasse: ciudadela del placer, 1919 –1939

Pero en los años veinte, Montparnasse reemplazó a Montmartre como centro de creatividad artística parisina. Artistas de todo el mundo establecían sus estudios en el barrio.

Coincidió con el retorno a una pintura más figurativa como el clásico y retrato que hizo Picasso a su esposa de entonces, Olga Koklova. Este retorno a la pintura más tradicional queda patente en las pinturas del tema clásico del desnudo femenino. Las atenuadas formas italianizantes de las sensuales figuras de Modigliani son buen ejemplo de ello.

Es también el tiempo en que llegan a París los dadaístas. El dadaísmo, fundado en Zurich en 1915, floreció también aquí durante algunos años de la década de los 20. Tras la I Guerra Mundial, los artistas expresaron su desprecio por los valores morales de la generación anterior satirizando irreverentemente los conceptos establecidos. Un ejemplo paradigmático es la “Mona Lisa” de Duchamp, que añade bigote y barba a este icono de los grandes maestros de las colecciones del Louvre.

Durante la década de 1930, una creciente oleada de fascismo amenazaba con engullir a toda Europa. El arte comenzó a reflejar premoniciones del horror que se desataría en la Guerra Civil española en 1936 y posteriormente en la II Guerra Mundial en 1939. En este contexto, los surrealistas –hijos de los dadaístas- fueron los primeros artistas en asimilar los principios de Sigmund Freud, desde la interpretación de los sueños hasta la sexualidad y su represión. Sus objetos fetichistas, su culto al absurdo a la sorpresa provocaban deleite e indignación por igual. Dalí es un ejemplo.

Saint-Germain-des-Prés: 1940 –1957

La guerra mundial fue determinante del hundimiento de la primacía de París. Muchos artistas abandonaron la ciudad: René Magritte, André Masson, Max Ernst, André Breton, Piet Mondrian y Marc Chagall se fueron a Estados Unidos. Pensadores y escritores existencialistas encabezados por el filósofo Sartre, se reunían en los cafés de Saint-Germain.

El arte de esta época revela las privaciones que sufrieron los parisinos durante la ocupación. Los "retratos" de Jean Dubuffet, unas salvajes figuras pintadas con un estilo deliberadamente "primitivo", capturan la atmósfera de aquella época y evidencian su afinidad con el art brut, creaciones de locos y artistas sin formación. En el género de la naturaleza muerta, los alimentos racionados, delineados con un pesado negro, expresan la austeridad de aquellos tiempos.

Los “memento mori” ilustrados con la calavera refuerzan la atmósfera sombría en la obra de artistas como Braque y Bernard Buffet. Las figuras de Giacometti evocan un mundo inhóspito y sin sentido. Entre los testimonios más emotivos de aquellos años se encuentra la serie “Rehenes” de Fautrier, testigo de las atrocidades de la época.

Las pinturas abstractas del artista alemán Wols, superviviente de los campos de prisioneros franceses, también sugieren el dolor. Las vanguardias no están ya en París, aunque hay movimiento. A finales de la década, se funda en París el grupo COBRA (COpenhague, BRuselas, Amsterdam). Sus miembros buscaban liberarse de las tradiciones surrealista y de la Escuela de París. En su tratamiento expresionista y en el uso de colores violentos, buscaban el regreso a Van Gogh, Munch y Ensor, así como al arte infantil y folclórico. También éstos fueron los años del retorno de algunos surrealistas.

En este camino decadente, de pérdida de la universalidad y la hegemonía, un sentimiento de identidad nacional caracterizó a los "jóvenes pintores de la tradición francesa", grupo que hacía hincapié en la historia y el patriotismo. Yves Klein trató de renovar la pintura francesa. Inventó y patentó su propio color, el International Klein Blue (IKB) en el que el elemento aglutinante se evapora permaneciendo únicamente el efecto visual del pigmento puro. Dirigió “performances” en las que modelos desnudas se impregnaban en pintura azul y después presionaban sus cuerpos contra los lienzos. Germaine Richier y César emplearon en sus esculturas el oro y el bronce para evocar una dimensión espiritual y un sentido de esplendor que contrastaba con el desánimo terrenal de la escultura existencialista de los primeros años de la posguerra. El op art y el arte cinético continuaron desarrollándose.

El Barrio Latino: arte y barricadas, 1958 –1968

Las obras realizadas en el París de los años sesenta reflejan los turbulentos acontecimientos políticos del momento. Son los días de la guerra de Argelia y la conciencia de la decadencia, disimulada a veces por “grandeur” política.

París mismo se convertiría en escenario del drama político en 1968. La sociedad francesa parecía pasiva, inerme, en los años sesenta. El descontento alcanzó a las universidades que protagonizaron las revueltas de mayo del 68. El país se paralizó mientras en la capital la policía armada sofocaba los disturbios en unas calles repletas de barricadas, especialmente en el Barrio Latino junto a la Sorbona.

Mientras que para muchos artistas franceses de los años sesenta la prioridad era el compromiso político, otros reinventaron el concepto del “readymade” de Duchamp en su búsqueda por realizar arte a partir de objetos reales cotidianos.

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