UN POZO CASI MILENARIO EN EL CUETO DE SAN BARTOLO
Por Ricardo Magaz
En horas vespertinas del 16 de julio y con el cielo azul cósmico, coincidiendo con la venturosa onomástica de las cármenes, montañistas del célebre grupo de senderismo “Las de Caín”, vinculado al Instituto Cepedano de Cultura y La Voz de La Cepeda y Maragatería, iniciaron desde las cercanías del pantano de Villameca la subida al Cueto de San Bartolo, de 1.320 metros de cota, en plena Cepeda Alta. El objetivo consistía en hallar la olvidada y enigmática fuente en la cúspide del mítico promontorio de las vetustas tierras de los amacos, ahora cepedanas, y proceder a su limpieza y señalización.
Son abundantes los hijos de estos lares leoneses que aún hoy en día ponen en tela de juicio la veracidad de los atinados comentarios de unos pocos expertos, fundamentalmente personas mayores, quienes afirman que en la cumbre de San Bartolo, monte simbólico de la Cepeda, existe un manantial que desde que el mundo es mundo y gira alocado sin cesar, viene derramando sin interrupción sus aguas bienhechoras. El prolífico autor de Sueros, Gumersindo G. Cabezas, lo recoge acertadamente en 1994 en las páginas de su libro “Excursión por La Cepeda”.
Al parecer ya los monjes-guerreros de la orden de los Hospitalarios de San Juan de Jerusalén, que asentaron sus reales en tan estratégico lugar hace casi un milenio (1191), se surtían en esta fuente, su único y vital recurso acuífero, además de un conocido pozo en el pedregoso recinto conventual, próximo al derruido molino. Sin embargo, la fontana ha permanecido prácticamente semioculta durante siglos por la sabia y favorecedora naturaleza. Son escasísimas las gentes que conocen en la actualidad su emplazamiento. Las crónicas sobre su posible existencia habían entrado hace tiempo a formar parte del cautivador ámbito de la leyenda. Siempre se ha dicho que la información suele acercar al poder. Poseer datos precisos y veraces aligera los trámites y la consecución del propósito final. “Las de caín” se procuraron la suficiente documentación y testimonios fidedignos como para que la incursión no resultara baldía. Hay que organizar para la adversidad. Por consiguiente el plan previsto funcionó a la perfección. He aquí la evidencia de la conquista final, en forma de recomendaciones a seguir para otros amantes de la naturaleza y el patrimonio histórico que tengan análogo interés.
Una vez en la cresta del Cueto, debe situarse el expedicionario perspicaz al lado de la superlativa torre metálica de telecomunicaciones, cercana al punto geodésico o mojón del Servicio Geográfico Nacional que en plena cima indica la altitud sobre la que se asienta y señorea. Se ha de bajar por el camino que parte en dirección sur desde donde los días diáfanos se puede divisar Astorga microscópica en la lejanía. Tras unos minutos de marcha y ya rebasados los cúmulos de guijarros del desaparecido monasterio de los frailes hospitalarios y latifundistas, se llega a la encrucijada de la senda con el cortafuegos; es indispensable girar a la derecha y descender por la pista 120 pasos de andariego adulto, aproximadamente. Ya estático, el explorador tiene que virar de nuevo a la diestra e introducirse con arrojo entre el espeso ramaje y medir 75 pasos irregulares, dado lo escarpado del terreno y la frondosidad de la rica flora autóctona. Ese es el momento preciso en el que el rastreador curtido tendrá ante sí la recóndita, mítica e enigmática fuente del Cueto de San Bartolo, con un anillo exterior de unos quince metros y un calado de no más de tres. Un pozo perfectamente circunscrito y en un magnífico estado de conservación a pesar de la inapelable tara de los siglos se presenta por sorpresa bajo sendas salgueras ante los desconcertados ojos del excursionista, que en ningún caso esperaba tropezar con semejante regalo de la historia. Destaca a primera vista su boca de piedra pizarrosa azabache de un par de metros de diámetro y una profundidad similar. Este foso inédito, de bella factura arquitectónica y eruditamente empedrado, se encuentra justo en el corazón de la depresión u oquedad de la fuente y sólo es visible en las escasas épocas en las que falta el agua y en consecuencia el manantial permanece excepcionalmente seco; no así el pozo que conserva agua que mana áspera e invulnerable.
La ausencia de noticias o escritos sobre el nuevo pozo ahora descubierto, señalado, fotografiado y divulgado, quizá se deba a que esté ubicado dentro del propio perímetro del manantial y a que éste último casi nunca carezca del preciado líquido elemento. Es de suponer, por tanto, que haya permanecido solapado bajo las aguas del fontanar, ajeno a los ojos escrutadores de quienes ocasionalmente han/hemos arribado por allí en las últimas centurias. No así el otro pozo u horadación que existió en las cercanías de las ruinas del cenobio y que es conocido por todos los estudiosos de la zona y público en general.
Conviene que los investigadores de la fauna sepan que el paraje es frecuentado como abrevadero por los animales del territorio. No es difícil divisar corzos, jabalíes, zorros, reptiles o aves. En años recios de sequía tenaz como el presente 2002, el acuífero y en especial el pozo constituyen, sin duda, un autentico medio de supervivencia para muchas especies; seguramente en su día también lo fue para el género humano. ¿Será éste el famoso “tesoro” que guardaban celosamente los clérigos? Confiemos en que el homo sapiens contemporáneo lo respete.