Por Aureliano Arienza
Recordando un poco nuestras tradiciones y vivencias; por estas fechas del mes de Santa Marina, quiero dedicar un pequeño recuerdo a una faena tradicional y necesaria, como era la siega del Centeno ; al mismo tiempo, recordar a esas mujeres de la época, que tanto y tanto aportaron su esfuerzo y dedicaron su vida , para sacar adelante con su trabajo diario a los suyos; unas mujeres, que no hablaban ni entendían de machismo, feminismo, acoso, violencia de género, y no reclamaban la igualdad que tan necesaria ha sido y será para todas las mujeres. Afortunadamente, muchos de estos perjuicios han sido superados; pero de los que nuestras antepasadas, no disfrutaron; y que muchas vivían, sometidas a un régimen patriarcal integrista. Las mujeres de la época; que todavía algunos mayores conocimos, solo entendían de trabajo y dedicación a su familia; tanto de los pequeños, como de los mayores; sin manifestar nunca, el cansancio y el esfuerzo.
Alguna vez, he escrito algo relacionado con la siega; pero no obstante, quiero incidir una vez más, para que se mantenga siempre en el recuerdo, la forma de vida; en épocas no muy lejanas, de aquellos que nos precedieron.
Estas mujeres, que se entregaban en cuerpo y alma para dar todo a sus familias, podían ser; mi madre, la tuya, nuestras abuelas, y las de todos los que descendemos de nuestros pueblos; pues siempre hemos de recordar; sin avergonzarnos de donde venimos, y quienes eran las nuestras, a las que siempre hemos de tener en la memoria, por haber dedicado su vida para darnos a nosotros un mejor bienestar, del cual disfrutamos.
Después de este recuerdo a nuestras mayores; y en muchos casos ya desaparecidas, quiero recordaros como era un día cualquiera de la siega en mi pueblo; seguro que en todos los pueblos de nuestro entorno, la situación era lo mismo, o muy parecida.
El mes de Santa Marina
Habréis comprobado, que mencionado el mes de Santa Marina; pues tiene su significado, y es el siguiente. En aquella época, había varios meses, que se mencionaban por nombres distintos al suyo propio, y que todos conocíamos. Así Junio, se conocía por el mes de San Juan; Julio, se conocía por el mes de Santa Marina; Agosto, por el mes de Nuestra Sra. Y Septiembre, por el mes de La Garandilla.
Unos días antes de comenzar la siega, los hombres ya se habían preocupado de afilar las hoces empleadas en la faena del año anterior; también preparaban las abarcas; calzado a base de gomas o pieles de animales. Las mujeres, preparaban las medias de lana de oveja, muy apropiadas para andar por el rastrojo, y que las pajas no hicieran daño en las piernas; también preparaban toda la ropa apropiada para la faena.
En varias casas, se mataba una oveja o una cabra. Esta, se había estado engordando durante algún tiempo antes, con el fin de tener carne fresca durante los días que duraba la siega, y aportar proteínas, para llevar mejor el esfuerzo que esta requería. Para conservar la carne, la metían en una quilma de lino, que la defendía de las moscas; luego, metían en un cuarto oscuro, generalmente lo más posible aislado del calor; por la noche, la sacaban al fresco del sereno; y así, hasta que la terminaban de consumir; era la nevera que en esos tiempos había.
El día de siega, la gente se levantaba antes del amanecer; los hombres, preparaban los animales; las mujeres preparaban la comida para todo el día, y a la vez preparaban a sus hijos pequeños, para dejarlos con los abuelos, o familiares y vecinos, que por sus limitaciones no podían acudir a segar; donde no había gente mayor para cuidar los niños, de estos se encargaban los hermanos mayores. En mi caso, nos quedamos en muchas ocasiones solos, ya que todos nuestros mayores, tenían que segar; de más pequeños, nos quedábamos con una vecina mayor que ya no segaba por su edad.
Los primeros que marchaban eran los hombres, y otros miembros de la familia que no tenían más obligaciones, para segar por la fresca, antes de que el sol apretara con toda su fuerza. Las amas de casa, se iban a las tierras un poco más tarde, y después de terminar de hacer la comida, y atender a los pequeños y personas mayores que lo necesitaban. En cuanto les era posible, estas partían con todo lo necesario para pasar el resto del día segando; unas llevaban las cosas sobre sus hombros, y las que tenían burro o caballo utilizaban estos para portar el equipaje. Una vez que habían llegado al lugar en que estaban los segadores, se disponían a tomar “las diez” que consistía en comer un pequeño refrigerio a base de comida seca, como chorizo, tocino o algo de jamón si lo había, y meterse unos lingotazos de vino de cosecha, o que habían traído del Páramo; luego de esto, se disponían todos a segar hasta la hora de comer. Era normal ver segadores medio descalzos y casi niños, mujeres mayores embozadas en su negro pañuelo y arrastrando sus sayas por entre la gavillas; muchos hombres mayores, con su pantalón de pana, y el único sombrero que utilizaban era su negra boina.
Quiero también recordar a algunas madres que acudían a segar portando en brazos a sus bebés pequeñitos, ya que estos tenían necesidad de mamar varias veces al día, y no los podían dejar en casa. Estas se arrimaban a alguna sombra si es que la había; y si no, a pleno sol; sacaban su pecho y correspondían con la necesidad de su bebé. Una vez el niño o niña satisfechos, acostaban a este encima de unas pajas, y una sombra improvisada, hecha con las gavillas segadas; os podéis imaginar el sufrimiento de estos niños, entre el calor del sol y el asedio de las moscas; e incluso, de otros insectos mayores, a los que conocíamos por “tábanos”.
A medio día, cuando creían que ya era la hora, pues casi nadie tenía reloj; y esta, la calculaban, por la sombra del cuerpo, que medían en pasos (y he de reconocer, era bastante aproximada), buscaban una sombra si era posible, y se disponían a comer el cocido o las patatas con bacalao que había preparado el ama de casa. En esta hora, se solían juntar varias cuadrillas; sobre todo, si había sombras para descansar un rato, y dar unas cabezadas si era posible. Si no había sombra, pues a pleno sol pasaban la siesta.
Después de la siesta, se disponían a segar otra vez hasta la hora de tomar las “cinco”, que consistía en otro refrigerio, y a segar hasta la puesta del sol.
El agua y el vino, lo metían debajo de las gavillas, ya que decían que estaba más fresco; yo creo que era más psicológico que otra cosa.
Al final de la tarde, las amas de casa, solían marchar un poco antes que el resto de los segadores, ya que estas tenían muchas obligaciones al llegar al hogar; el resto de las cuadrillas, llegaban entrada la noche a su casa.
Las mujeres al llegar, nunca podían disponerse a descansar, ya que había que atender al resto de la familia, y preparar las cosas para el día siguiente; cuando llegaba la hora del descanso, era media noche; antes de amanecer, ya había que tirarse de la cama otra vez, pues el resto de los días que duraba las siega, eran igual de exigentes que el que acabamos de describir.
Y después de tener un recuerdo muy merecido a nuestras abuelas , a nuestras madres y a todas las mujeres de aquellos tiempos difíciles, también los jóvenes tenían otras inquietudes, relacionadas con el mes de Santa Marina , y en el apogeo de la siega; pues esta era la fiesta grande de la Utrera; esta se celebraba el día 18 de Julio, y se sigue celebrando; a ella acudía la juventud de mi pueblo, y de los pueblos del entorno de la Utrera; también acudía juventud de La Cepeda; concretamente, de Escuredo y San Feliz . Yo acudí a ella varios años y he de confesar que me encantaba esta fiesta. Había mozos de San Martín, que al subir al monte a segar ya se llevaban consigo la ropa de ir de fiesta; pues en muchos lugares donde estaban segando, les quedaba más cerca La Utrera que San Martín.
Por la tarde noche, se hacía un gran baile, casi siempre amenizado por los Mayos. La juventud, lo pasaba muy bien; pues muchos y muchas, nos conocíamos de otras ocasiones festivas. Era una fiesta, en la que nunca había problemas entre los mozos de nuestro pueblos; pues la mayoría, éramos amigos.
Al terminar el baile, los mozos que se habían comprometido con alguna chica, en la mayoría de los casos, la acompañaban hasta su pueblo; y como es de suponer, el trayecto se hacía siempre andando, y por caminos de tierra y piedras; era lo que había, y no se escatimaban esfuerzos.
Y el gallo
Quiero resaltar un acto, que casi la única vez que lo presencié, fue en la Utrera el Día de Santa Marina; pues era la lapidación de un pollo, que los mozos organizaban para sacar algún dinerito mas para ayuda de los gastos de la fiesta. El desarrollo del acto, era de la siguiente forma: se hacía un hoyo en el suelo y en él se metía el susodicho pollo, tapando este con tierra, y dejando asomar el cuello y la cabeza. Desde una distancia establecida; y con unas piedras ya preparadas de antemano, se le tiraba a la cabeza del plumáceo; por supuesto, había que pagar antes la tirada; el que conseguía matar el bicho, se lo llevaba de premio. Un acto desagradable, pero era un atractivo más de la fiesta.
Otro acto que también presencié en la Utrera, y varios pueblos de la Ribera, fue la carrera del gallo con caballo; esto consistía en lo siguiente: colgaban el gallo por las patas, en un cordel; a una altura determinada, y con el caballo al galope, el jinete que consiguiera arrancarle la cabeza, era el que se llevaba el premio. En estos tiempos, estos actos considerados festivos, no sería posible ejecutarlos.
Después del baile; y hasta altas horas de la madrugada, se corrían unas grandes juergas en las tabernas que entonces había en La Utrera; la de Calzón, y la de Angelín. Aquí aguantaban los mozos hasta que amanecía y marchaban a sus pueblos, donde les esperaban sus familias y allegados para coger otra vez la hoz, y sin pegar ojo, otra vez a segar. Eran aquellos tiempos. Aunque difíciles en muchos casos, no dejaban de ser intensos en otros.
Este relato , se refiere al pueblo donde yo nací, “San Martín de la Falamosa “, un pueblo donde en épocas de siega nos juntábamos en algunos lugares; sobre todo a la hora de comer, con gente de La Cepeda; concretamente, con segadores de Escuredo, ya que nuestros pueblos son colindantes .
Quiero manifestar que me considero un Cepedano más pues hace muchos años conocí a una hermosa cepedana; natural de un bello pueblo, San Feliz de las Lavanderas, que me hizo integrarme completamente en esta comarca, a la que tengo un gran aprecio.
Bueno amigos, mi intención es recordar un día cualquiera de la siega en mi pueblo, y un poco la vida de aquellos que nos precedieron y que en su mente no se podían imaginar la forma en que hoy empleamos nuestro tiempo por estas fechas, en que se producían las grandes faenas del campo en nuestros pueblos.
(Aureliano Arienza es autor del libro “San Martín de la Falamosa. Un viaje a mis recuerdos”)
Segadores cepedanos, en el primer tercio del siglo XX. Imagen de la exposición La Cepeda en Blanco y Negro, organizada por la A. Cultural Rey Ordoño I
Trilla en la Cepeda Alta. Imagen de la exposición La Cepeda en Blanco y Negro
Restos del casón señorial de San Martín de la Falamosa. Imagen del libro San martín de la Falamosa, de Aureliano Arienza
Vecinos de San Martín de la Falamosa, hacia 1930. Imagen del libro San martín de la Falamosa, de Aureliano Arienza