Villarmeriel 27 de febrero de 2013
Desde que las nieves van dejando grandes claros entre los bosques de la montaña todo sonríe de nuevo.
Las prímulas amarillas se apresuran a abrirse apenas sus tallos y hojas han asomado de la tierra; los árboles comienzan a hinchar sus adormiladas yemas que revientan en una explosión verde de hojas y multicolor de flores; los herbívoros despiertan de su letargo invernal, salen de sus madrigueras, con frecuencia subterráneas, y tienen prisa en devorar las hierbas y hojas más tiernas para saciar su hambre atrasada.
Los insectos están presurosos por libar la miel que destilan esas flores, los pájaros tienen prisa por hacer sus nidos para sacar adelante su camada de polluelos y el hombre primitivo abandonaba sus grutas porque llegaba el tiempo de la buena caza, la vida al aire libre y la recolección de aquellos frutos que la tierra prodiga generosa.
Desde los más remotos tiempos el hombre ha celebrado, con máscaras destinadas a alejar los malos espíritus de la muerte, dueños y señores de la tierra a lo largo del sombrío invierno, con ruidosas y abundantes comidas, con danzas y toda suerte de regocijos, la buena noticia de que "las cigüeñas veninun a llevase l’ivierno y las golondrinas nos trayen la primavera".
Los carnavales son pues herederos de estas fiestas paganas que en Grecia se llamaron Dionisíacas (Dionisos o Baco era el dios del vino, de los hipnóticos y del amor ocasional) y en Roma Lupercales. Jamás la Iglesia logró cristianizarlas pese a sus serios intentos para ello.
El carnaval urbano de hoy día, con la única excepción quizá del brasileño, ha perdido totalmente su carácter mágico y las máscaras son un elemento más de regocijo, permitiendo a su portador licencias a las que de otro modo tal vez no se atrevería.
No solo el clero cristiano, sino todas las religiones se han sentido incómodas con los excesos que acompañaban a las fiestas de despedida del invierno. Por eso instituyen una temporada de penitencias que limpien el alma y también el cuerpo de tales excesos mediante la abstinencia y el ayuno (la abstinencia de carnes de cerdo es obligada durante todo el año tanto para mahometanos como para judíos). De aquí nacen el Ramadán musulmán, el Yon Kipur y Expiación hebreos o la Cuaresma cristiana.
La Cuaresma se celebraba en nuestras latitudes con crudísimo rigor y de ello se encargaba la Inquisición en tiempos lejanos y algún representante del clero en otros más próximos: recuerdo, a finales de los cuarenta, a familias comiendo, mientras descuajaban el monte para cultivarlo, únicamente una cazuela de patatas viudas (hervidas sin ningún tipo de sazón-grasa) porque no podían comprar aceite. "Miércoles de Ceniza, qué triste vienes, con cuarenta y seis días, todos de viernes", reza la canción popular. Por eso su final se esperaba con fervientes deseos. La Pascua de Resurrección, tras una época tan poco atractiva, resultaba pues mucho más brillante y acogedora.
La primavera se había hecho dueña de los campos totalmente y las flores poblaban huertos, prados y montes. Las colmenas están llenas de dulce miel y todo convida a la alegría. Por eso se llama también la Pascua Florida. Los novios habían pospuesto sus bodas hasta fin de la cuaresma, con lo que ahora se multiplicaban los esponsales.
Pasamos a describir algunas de las costumbres relacionadas con estas fechas en la Cepeda Alta.
NOCHE DE SÁTIROS
En la Cepeda Alta podríamos inscribir dentro de las propias del sátiro, la moceril costumbre de asaltar, por carnavales y a media noche, las casas en que había mozas y sacarlas de la cama, tal cual estuviesen, en medio de gran regocijo,.
La moza que era un poco avisada se acostaba totalmente vestida y, cuando venían a sacarla de la cama, se levantaba presurosa y se iba a bailar con los mozos.
La que no era tan prudente se encontraba, de súbito, en plena calle, desnuda, y en medio de todos los mozos.
Como es lógico, antes de iniciar la ronda de "sacá las mozas", el vino se encargaba de entonar los ánimos. Luego no faltaban las reyertas y peleas con padres, hermanos o primos de la moza ofendida.
Hemos conocido a mujeres que fueron objeto de la saca cuando eran mozas, allá a comienzos del siglo XX, pero no ha llegado a nuestros oídos noticia de que esto sucediera de nuevo desde los años cuarenta.
LA COMILONA
"¡El ti Fulano..., n'esa casa pe que facen una cumiloria a la semana!"
Recibía el nombre de comilona o comiloria en La Cepeda la comida que, al término de las fiestas de l'Antruexo o Carnaval, celebraban los muchachos por un lado, y los mozos y mozas por otro, con los víveres y dinero que han obtenido pidiendo durante las mismas, de casa en casa, vestidos de guirrios y de fanfarrones, y también la que esos mismo mozos celebraban con los huevos, chorizos, etc. conseguidos pidiendo de puerta en puerta cun'el pelleyu d'un llobu al que habían conseguido dar muerte o con lus llubinos capturados en una lobera
Con la fiesta del patrón de cada pueblo (una en verano y otra en invierno), los filanderos y la cena'l muelu, constituían la diversión más tradicional de estos pueblos.
A MATAR JUDÍOS
"Poucas ganas trais hoy de trabayar. Pem'a mí que fuste ayer a matar judíos".
Si en alguna fecha de todo el año los cepedanos, al igual que los de todas las comarcas encabezadas por la ciudad de Astorga, se emborrachaban más que ninguno, incluida la fiesta del pueblo, la mata'l cochu o la derrita, era sin duda el Jueves y Viernes de Semana Santa.
Era costumbre, durante los días de Semana Santa, y especialmente el jueves y viernes dedicar el obligado ocio ("el Jueves Santo ni las paxarinas mueven los guevinos n'el ñal", se nos decía a los chiquillos de los años cincuenta) a matar judíos, labor consistente en recorrer (con la disculpa religiosa de asistir a los oficios o visitar el monumento) todos los bares y tascas del pueblo propio y los vecinos comiéndose torrijas y bebiendo limonada, una bebida altamente embriagante, obtenida por maceración en vino tinto durante tres semanas, de higos secos, pasas, limones y azúcar, dejándolo fermentar y removiéndolo un poco cada día.
En La Cepeda eran pocas las tascas que se decidían a elaborar matajudíos y a preparar torrijas, pero para eso estaba Astorga que surtía de bebida a cuantos quisieran obtenerla.
LA NOCHE DE PASCUA
La noche de Pascua, como la de san Juan, sirve de marco, con frecuencia, a las tradiciones más antiguas. La Cepeda Alta no es una excepción, si bien aquí, a diferencia de otras regiones, la madrugada de San Juan comparte con la de San Lorenzo (10 de agosto) algunos de los ritos y creencias propios del solsticio de verano.
En la Noche Pascual en cambio se ha celebrado siempre el renacer de la vida tras el período invernal. Por lo tanto es la noche de los sátiros, de los duendes, de los enamorados.
Diversos tipos de tradiciones pueden ser interpretadas en una u otra de las direcciones apuntadas. Algunas son costumbres simpáticas. A las otras... ¡para qué enjuiciarlas!
EL RAMU
En el grupo que podríamos llamar "de enamorados o galanteo" inscribiremos la costumbre de poner el ramu a las mozas, que perduró hasta fechas muy recientes.
Consistía ello en colocar un ramo de cerezo florido (a veces de mayuelu (espino albar), de boj o de acebo) sobre la puerta de las mozas casaderas. Cuando la moza era excesivamente huraña, en lugar del ramo florido, les ponían un fuyacu (Rama seca de roble almacenada como alimento invernal de cabras y ovejas).
De vez en cuando, y si las relaciones de una moza (o de varias hermanas que viviesen en la misma casa) con todos o parte de los mozos no eran buenas, comenzaban estos a "pasarse un poco":
Por los años sesenta, en una casa en que vivían tres hermanas casaderas, apareció un cangón (Camal, gajo de un gran árbol) de cerezo de unos seis u ocho metros de largo, y con unas ramas inmensas, metido por el agujero de la chimenea de la casa, chimenea que, naturalmente, se derrumbó.
Era noche de gran ilusión para mocinas que, por primer año, sienten el perfume de las flores en su puerta. No lo era tanto para la que, acostumbrada al adorno floral durante años, veía su puerta vacía en la mañana de Pascua: ha dejado de ser moza casadera y ha ingresado en el gremio de "solteronas que visten santos".
Germán Suárez Blanco
Una huerta en primavera. Magaz de Cepeda. Guiarte Copyright
La primavera llena de flores los jardines y huertas de Villamejil. Guiarte Copyright
El monte, lleno de color, a la altura de Cogorderos. Guiarte Copyright