Villamejil, diciembre de 2012
Como sabéis, queridos amigos de la Asociación Cultural Rey Ordoño I, vivo en Roma desde hace muchos, quizás demasiados, años, dedicándome, entre otras cosas, a la arqueología y la historia de la antigüedad romana, centrada básicamente en las atestaciones aportadas por las excavaciones de Pompeya, ciudad sepultada por el volcán Vesubio y descubierta a partir del 1748 en adelante.
Estudiando y documentando la vida cotidiana de hace 2.000 años en dicha ciudad me he encontrado a menudo maravillado con algunos detalles que me traen a la memoria escenas del vivir cotidiano de hace sólo 60 años en nuestros pueblos de la Cepeda.
La última curiosidad se me ha presentado hace unos días cuando, durante los estudios preliminares para un nuevo libro que intentaré publicar próximamente y que llevará por título “Mujeres y negocios en Pompeya”, me detuve ante el grabado de una antigua pintura allí encontrada, ahora desgraciadamente perdida por la sucesiva caída de la pared que la soportaba, en la cual, como también vosotros podréis constatar, se admira una escena, afortunadamente copiada por un buen grabador, de la llegada del vinatero con su carro y su pellejón de vino.
¿Os acordáis de la escena? En Villamejil se salía con los garrafones para rellenarlos.
En la pintura de Pompeya se ven bien los mulos o caballos que han traído el carro, liberados por el ‘mulio’, carretero de mulos, que está ya llenando dos ánforas, grandes vasijas de ceramica con dos asas, que podían contener unos quince o veinte litros, más o menos como nuestros garrafones.
Naturalmente el vinatero abastecía sobre todo los bares y establecimientos pero atendía también a los privados que se lo pedían.
Y mientras se llenaban las tinajas casi oímos la conversación entre el vendedor y el comprador:
-Eh! Cuspio ¿no le habrás echado demasiada agua?
– Anda, cállate Pupio, mala lengua... sabes que mi vino es el mejor de la zona...
– A qué precio sale esta vez?
- Pues mira, aunque la crisis económica que nos ha dejado el último reciente terremoto ha desquiciado los precios, yo lo cobro como la última vez... y para ti es mucho más conveniente que beberlo en la cantina a un ‘asse’ cada vaso... y el cantinero... ¡ese si que le echa agua a destajo!
Y la conversación continuaba durante el relleno de la segunda ánfora con noticias frescas de los pueblos cercanos traídas en primicia por el vinatero ambulante...
Si, pienso que la escena ha sobrevivido casi idéntica durante veinte siglos para desaparecer para siempre en las últimas décadas del pasado siglo. Se me llena el alma de inquietudes e incertidumbres. Y no vale que me convenza a mí mismo de que todo ha desaparecido para dejar el paso al progreso.
Esperando el verano y el retorno al pueblo, desde Roma, felicito y brindo a la felicidad y a la fortuna de mis amigos y compaisanos de La Cepeda.
Vinateros en Pompeya. Imagen facilitada por Laurentino García