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A Xeito

No lo hice <i>a xeito</i>. Así comienza un interesante artículo de Germán Suárez Blanco, sobre el habla comarcal de La Cepeda.

A XEITO

Por Germán Suárez Blanco

- No lo hice a xeito- contesté al director del colegio y, al instante, sentí que todos los poros de mi piel Цporque vello apenas si tenía- se erizaban ante el gesto del cura.

No recuerdo de qué me estaba disculpando, supongo que de alguna travesura infantil, pero tengo totalmente vivo el recuerdo de que don Ѕngel me preguntó -¿cómo has dicho?- y yo, concienciado por años de adoctrinamiento, en el sentido de que debía hablar el castellano correcto y que debía olvidar el dialecto cepedano que hablaban las gentes de Villar, sentí que había cometido una grave falta.

El director, toledano de origen, era persona inteligente y el sentido de su pregunta no era represivo, sino aclaratorio de los contenidos y, a los sumo, curioso por el giro dialectal utilizado.

Sin embargo, la educación que se me había dado hizo que me sintiera fatal por haber utilizado el vocablo dialectal.

Ignoro hasta qué punto fui capaz de repetir lo que había dicho y de explicar los contenidos que quería expresar. Mis recuerdos se centran en lo mal que lo pasé en esos momentos.

Tampoco habría sabido explicarle gran cosa, sino el sentido que se le daba de Сa propósitoТ, СintencionadamenteТ. No hubiera podido conectarlo con verbos castellanos como echar, jactar, inyectar o proyectar.

Viene esto a cuento del sentimiento lingíístico del hablante cepedano: a mitad del siglo pasado, fecha en que ocurría la anécdota, teníamos un profundo sentimiento de inferioridad cuando hablábamos nuestro dialecto y tanto padres como maestros se esforzaban en desterrar de nuestro lenguaje esos giros. El sarampión regionalista-autonomista-nacionalista que ha invadido las últimas décadas del siglo XX y la primera del XXI, potenciado por las ventajas políticas que conlleva, hace que, en los últimos años, muchas personas tengan a gala hablar cualquier variante lingíística que no sea el castellano.

Ni una cosa ni la otra me parecen a mí las más adecuadas: no debemos avergonzarnos de la herencia lingíística que hemos recibido de nuestros mayores, pero tampoco podemos despreciar la lengua que ha servido para desarrollar la mayor parte de nuestra cultura y que es vehículo de comunicación con cerca de quinientos millones de hablantes. Debemos intentar que quede constancia de la lengua que hablaban coloquialmente nuestros abuelos y cuanto más estudiada quede en trabajos eruditos, mejor, pero me parece absurdo pretender que nuestros hijos gasten mucho tiempo y esfuerzos en aprender algo que va a servirles de muy poco en sus relaciones humanas.

En agosto de 1996, con motivo de las Primeras Jornadas Culturales Cepedanas, explicaba yo en Villaobispo: "mi experiencia me demuestra que, en investigaciones dialectales, la información no puede pedirse. Hay que robarla. Esto suena muy mal y he de explicarlo: si pedimos información a un hablante dialectal y él quiere colaborar de verdad, intentará decir las cosas lo mejor que pueda, con lo cual ultracorregirá constantemente y su testimonio no tendrá ningún valor. El sistema adecuado es que los hablantes dialectales conversen entre sí sin ser conscientes de que alguien está en esos momentos estudiando su lenguaje o de que una grabadora está registrando su modo de hablar. Solo así se expresarán espontáneamente, con la naturalidad que los lenguajes de uso común tienen. Esos testimonios sí que son válidos a nuestra investigación."

Paisaje en Villarmeriel, en la Cepeda Alta. guiarte.com

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