106 piezas seleccionadas componen la muestra, con la que el visitante podrá comprobar la extraordinaria capacidad de estos artistas para adaptarse y modificar sus estilos tradicionales sin perder el carácter inconfundiblemente indio.
Creada por Edwin Binney (1925-1986) y con cerca de un millar y medio de piezas, esta excepcional colección ofrece una visión panorámica de la historia del arte indio. Según uno de los primeros expertos en arte indio, el profesor Pramod Chandra, de la Universidad de Harvard: "Abundan en ella obras de primera calidad, por sí mismas y porque iluminan de manera excepcional las cualidades de un estilo. No conozco ninguna otra colección reunida por una sola persona en la se haya logrado ese objetivo, que tiene tanta dificultad y exige tanta reflexión".
La pintura india presenta considerables variaciones según las regiones, épocas y estratos sociales, aunque ofrece también algunas caracterésticas comunes que se mantienen en el tiempo y en el espacio, como la ya señalada capacidad de adaptación de sus artistas y, sin duda la más sobresaliente, el detallismo y minuciosidad de su trabajo.
El uso de pinceles extraordinariamente finos, incluso de tan solo dos pelos, y de lupas, permitía a los artistas realizar una labor prácticamente de miniatura que invita a contemplar las obras con detenimiento para poder apreciar la cantidad de detalles con que se representan figuras, fondos y paisajes. La larga dedicación a tan minucioso trabajo hacía que muchos artistas perdieran la vista a edad temprana y tuvieran que abandonar su actividad. También la continua exposición a algunos productos tóxicos de los pigmentos que utilizaban, como arsénico, plomo o mercurio, terminaba afectando a su salud. El trabajo en los talleres de pintura estaba organizado según los distintos niveles de especialización y maestría. Por ejemplo, en los dedicados a la iluminación de manuscritos, el maestro esbozaba primero la composición; después, los pintores noveles aplicaban las primeras capas de color y los especialistas en rostros, árboles y otros motivos añadían estos elementos; finalmente, la obra volvía a manos del maestro para darle los últimos toques. Una vez terminada, se bruñía con una piedra de ágata, lo que compactaba las diversas capas de pigmento y le proporcionaba un brillo muy especial, que es otra de las características distintivas de la pintura india.
El trabajo de los artistas, determinado por la tradición familiar o la pertenencia a una casta concreta, solía ser anónimo. Sin embargo, en algunos casos, principalmente bajo el mecenazgo del emperador mogol Akbar (siglo XVI) y de sus sucesores, algunos pintores llegaron a destacar y su obra fue muy apreciada por los coleccionistas.
La exposición, organizada en cuatro secciones, sigue un recorrido cronológico, empezando en el siglo XII con algunos ejemplos tempranos de la iluminación de manuscritos de estilo autóctono, hasta llegar a mediados del siglo XIX, con el traspaso del poder del Imperio Mogol al Raj, el sistema británico de administración colonial.
Dondiegos de noche o la maravilla de Perú. India, c. 1640
Buda como gran sanador. Tibet, siglo XV