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Una mirada intimista

Una mirada intimista

Enrique del Río nos aproxima a la naturaleza con una mirada intimista que observa una realidad fragmentada; fragmentada por su percepción selectiva, educada, refinada y entrenada a distinguir y captar lo esencial y lo que adquiere mayor expresión, en una bella muestra presentada en Navacerrada(Madrid), sala de exposiciones de Frontalia.

Por Lola Salinas.

Breve reseña biográfica

Enrique del Río, Sevilla, 1.952. Con una intensa formación en Artes Gráficas, participa en sus primeros años de actividad artística en diversos talleres de Grabado e Impresión Artesanal en Madrid. Durante esos años iniciales participa igualmente en diversas exposiciones individuales y colectivas con obra personal centrada en la técnica mixta y el collage.

Más de veinticinco años de actividad como publicitario en tres de las mejores agencias de este país, dos de ellas ocupando durante años un primer puesto en el ranking nacional y con una amplia proyección exterior. En la actualidad Director de Cuentas en McCann Erickson Madrid.

Diversas campañas y piezas publicitarias de su responsabilidad han sido premiadas y finalistas en múltiples ocasiones en los festivales publicitarios de Cannes, Venecia, San Sebastián y FIAP.

La naturaleza subjetiva

Para esta ocasión Enrique del Río nos propone una doble temática o, si se prefiere, un planteamiento explícito con un trasfondo. De una parte, aborda la naturaleza vegetal como objeto directo de trabajo, creando variaciones de la misma -árboles, hojas, flores- que, enfocados en “encuadre recortado”, constituyen un tema monográfico para cada cuadro.

El trasfondo de su temática es quizá menos evidente, sin embargo, despierta inmediatamente nuestro interés. Enrique se interna en una dimensión muy sugerente de la realidad, interpretándola desde el espacio íntimo o subjetivo que evoca en su memoria.

Esta doble propuesta parece traducir un objetivo claro: La orientación selectiva de su atención en encuadres reducidos o recortados le permite explorar, estudiar y trabajar las posibilidades de expresión que ofrece el “espacio mental de la imagen”, de forma que pueda recrearse y profundizar, evitando la dispersión que ofrece un marco de la realidad más amplio.

El espectador participa también de la virtud de esta doble elección, porque, de inmediato, capta la propuesta de estudio de Enrique; no viéndose trasladado al estado de aturdimiento que, en muchas ocasiones, puede producirnos la dispersión de la atención, cuando, por ejemplo, someten nuestra sensibilidad a la percepción de una multiplicidad de diferentes imágenes u objetos.

Por todo ello, no es una exposición "amplia" o generalista, que abarque distintas áreas de su trabajo. Es un territorio específico de su quehacer artístico, de su diálogo interno, de su debate y reflexión sobre la relación entre “método-expresión-objeto-interpretación”. Creo que podemos decir, sin miedo a equivocarnos, que en esta ocasión el autor aborda un "trabajo" con voluntad de ahondar en un campo de análisis y expresión, tratando de descubrir y explorar las posibilidades, las variantes y las dificultades, que la técnica pictórica y la perspectiva adoptada le van generando sobre el terreno de estudio. En este sentido, es una exposición "intensa".

Cada cuadro es un estudio del tratamiento pictórico de la naturaleza -acuarela, tabla, matices, enfoque, luminosidad. El conjunto de la obra expuesta es un análisis de las variaciones que nos ofrece ese tratamiento -gama de luces, diversidad de objetos, cambios de color, dimensiones. Los elementos comunes del estudio son los conceptos y contenidos de trasparencia en la luz y el color; la indefinición de las formas; la búsqueda de la esencia; el trabajo con la sensibilidad de los materiales; la atención centrada en los elementos diferenciados...

. En cuanto al tratamiento del material, Enrique nos lo describe en una respuesta espontánea con estas palabras:

"...se trata realmente de una técnica mixta, aunque básicamente son acuarelas y anilinas pintadas sobre tabla con una base acrílica previa y luego añadiendo lo que pillo - acrílicos, témperas y ceras - con la intención de que el resultado final se produzca a través de la suma de una serie de capas de color transparentes".

Transparencia. La atmósfera, que no podemos ver en la realidad, es transparente; sin embargo, existe, está ahí; la sentimos; somos capaces de percibirla; llena los espacios, los huecos y los fondos; se interpone entre el objeto y nuestra mirada. Esa calidad de transparencia la consigue el autor con el tratamiento del color translúcido; y creemos que es uno de los grandes logros de este trabajo.

Los objetos, las hojas, el tronco, el fondo, todo es atravesado por la luz; podríamos decir que el color, también, es creado por la luz. Es la luz, que se filtra por la naturaleza, la que nos permite descubrir su textura, su forma, su amplitud. Es la luz, la que nos introduce en el color, la tonalidad, la levedad de la materia.

No podemos decir que Enrique trabaje en un territorio minimalista, porque su expresión se nutre de una realidad rica en matices, sugerente de más realidad que, como una cadena, nos transporta sucesivamente a nuevos significados. No, decididamente no parece moverse en el minimalismo. Sin embargo, lo mencionamos porque ese afán por la esencia apunta un remarcado gusto por exponer lo sustantivo, y porque la elegancia de su abstracción nos sugiere una tendencia a prescindir de lo obvio y lo superfluo. En este sentido, a veces, la temática de su pintura nos recuerda, salvando las diferencias, esas magníficas ilustraciones de algunos excelentes libros de botánica. No obstante, su técnica y su estilo planean entre el concepto figurativo más original -pensamos en la pintura rupestre levantina- y el esquema de representación y síntesis que conduce a la abstracción. Es decir, algo así como una combinación entre el concepto y la realidad, entre la materia y el significado, entre la naturaleza y la cultura.

Concepto figurativo porque nos representa una realidad con nombre, común a nuestra experiencia: árboles, ramas, hojas, entornos y lugares transitados por nuestra vista y nuestra sensibilidad. Pero esa realidad no es trasladada al lienzo tal cual, es traducida, es reinterpretada desde la cognición pictórica de Enrique. Es su propio discurso el que nos habla de la realidad que él ve, y él no la ve igual que usted o que yo. Además, él nos aporta su propio vocabulario, que incorpora nuevo significado a esa realidad. En cada cuadro estamos hablando con el pintor, y, claro, lo hacemos desde nuestra lengua, dejándonos invadir por su sintaxis.

Siguiendo con el símil del lenguaje, uno de los atractivos que nos despierta la obra de Enrique es su capacidad para plantear incógnitas a través de una naturaleza vital, pero en absoluto agresiva (equivocadamente alguien podría pensar que esa armonía la convierte en inerte). Uno se pregunta si la presencia de la reflexión es la invitada constante de este pintor en sus constructos de imágenes. Esa otra realidad a la que hacíamos referencia al principio. Es como sí a través de esas elegantes líneas; de esos cálidos, delicados y amables tonos; y de esa composición tan lograda, tan equilibrada, descubriéramos, no ya la mirada del artista sobre la realidad, sino el hilo de pensamiento del autor suspendido en el momento que ha captado su memoria. Es como si cada elemento escogido tuviera una relación misteriosa con algún elemento de su propia reflexión. He aquí el elemento abstracto de su pintura.

Enrique del Río nos aproxima a la naturaleza con una mirada intimista que observa una realidad fragmentada; fragmentada por su percepción selectiva, educada, refinada y entrenada a distinguir y captar lo esencial y lo que adquiere mayor expresión. Momentos de una realidad, aspectos o instantes de la naturaleza suspendidos por la atención del observador en un espacio y tiempos no convencionales, que están habitados por la esencia de esa naturaleza, más que por la propia materia. Lo que vemos no es la dimensión más biológica de la naturaleza, ni la perspectiva botánica, ambas están voluntariamente ausentes. Enrique con su pintura nos invita a caminar por una dimensión menos transitada en nuestros paseos por el bosque. A través de los objetos que conforman ese bosque tan personal, podemos adentrarnos en un mundo de sensibilidad, atención, selección de formas, construcción de esquemas y, en definitiva, percepción que enlaza muy sutilmente con el probable significado que esos objetos tienen para el autor. Parece decirnos que lo que vemos en sus cuadros es lo que queda cuando nos despojamos de todo lo superfluo: la esencia.

Queremos advertir al visitante que, en este sentido, cuando interpretamos su pintura, incorporamos nuestra propia visión de lo que nos parece su concepción del cuadro. Así, la pintura, como cualquier creación, es un territorio de múltiples miradas y múltiples lenguajes, donde se teje un discurso paralelo a la intención del autor. Espero no apartarme mucho de esa sensibilidad original, aunque ya acepto que es imposible traducir su obra "literalmente".

Es una aproximación a la realidad mezclándose con ella, implicándose, dejándose invadir por ella. No parece haber distancia entre su mirada y la realidad, su mirada transita en el interior de esa realidad. Nos la recrea desde allí, haciendo explícita la sensibilidad del autor que capta la delicadeza, la fragilidad, la atemporalidad de lo fugaz, la liviandad de la existencia. El observador que intenta acercarse y "componer" una imagen que poder retener sólida en la retina y en la memoria, realiza vanos esfuerzos, infructuosos porque esa realidad que Enrique nos trasmite con la acuarela, se diluye en nuestra percepción, nos invade múltiple y fragmentada, nos despierta la sensación de estar ante una realidad más perpleja que una rama, unas hojas, la hojarasca, el viento o el paisaje. Nos lleva a un territorio, o mejor, a una dimensión más arraigada en nuestra conciencia, que podríamos describir cómo el lugar donde el significado adquiere vida propia, frente a la apariencia del objeto.

Significados que, como apuntábamos al principio, no necesariamente están en el autor, pero que él nos incita a transitar en nosotros mismos. La coincidencia entre unos y otros no es necesaria para que disfrutemos de su arte. Es más, casi sería obscena; es decir, fuera de escena; porque el arte es una puerta al mundo de la imaginación, al mundo de la representación, a la fantasía, a la sensibilidad, a las posibilidades; y esas circunstancias se enfrentan con la voz unívoca, con la mirada única, con la sensibilidad monolítica. Todo ello se desarrolla desde la pluralidad.

Enrique capta muy bien el espíritu del arte, sus cuadros, al igual que la filosofía del arte, nos invitan a experimentar por nosotros mismos, nos invitan pensar, a disfrutar de lo no dicho, de lo no explícito, de lo posible, de lo variado, de lo sugerente. Su obra es un espíritu abierto al diálogo interior (el bosque), un diálogo pacífico (las tonalidades cálidas y tenues), una actitud generosa en el discurso del arte (trazos inacabados). Su pincel crea unos trazos limpios y equilibrados; es sensible a la síntesis y a la simplicidad rica en matices. De la sutileza de su lenguaje pictórico captamos todo un proceso de desnudez en el que parece haber alcanzado la expresión más sugerente de la forma más sencilla, desechando vocablos innecesarios, evitando retóricas de color y formas que sustraen significado a la esencia del momento.

Si estamos equivocados o no, nos lo dirá el propio autor. Lo que sí es real, aunque esa no hubiera sido su intención, es que su vocabulario pictórico nos acerca a significados filosóficos, éticos, humanísticos. Por poner algún ejemplo, el bosque difuminado de fondo, que intuimos, sirve de escenario de la vida, nos habla de la fugacidad de la vida y nos invita a internarnos a querer saber más, a buscar más allá; Las ramas dibujadas incompletas, donde sólo se representa una parte de la realidad total, nos habla de la conciencia del autor sobre la visión parcial del individuo; los tonos y los colores, que se mueven en el ámbito de la calidez y la elegancia, nos evocan el deseo de un mundo más armonioso, más respetuoso, más cálido, también. El conjunto de la obra, nos agrupa la realidad como invitando a que la diversidad conviva. Los fondos matizados, nos muestran la relatividad de los objetos, de nuestras creencias, de nuestras raíces.

Antes de dar por terminado el comentario de la obra, le he pedido al propio autor que nos dé su propia interpretación, con la intención de obtener esa perspectiva tan importante que es la del creador y también tratar de establecer un debate abierto con la mirada del espectador:

"La verdad es que cuando uno se pone ante un lienzo –en mi caso tabla- en blanco y se enfrenta al difícil momento de dar la primera pincelada, te puedo asegurar que todas las fuerzas se centran en intentar plasmar en ese soporte en blanco y de la mejor forma que seas capaz, esa imagen fija que en algún momento anterior, no sabes como, se te ha formado en la cabeza. Y naturalmente, esas fuerzas no incluyen de momento la previsión de la proyección futura de la obra, bastante es que uno logre el objetivo inmediato de transformar en pintura esa imagen fija.

De modo que precisamente porque uno inicialmente no se hace esos planteamientos, lo cierto es que se agradece y mucho que alguien desde fuera, con la frescura que seguramente permite el acceder a una obra por primera vez, haga una descripción como la que tú haces, captando y expresando los planteamientos originales de la obra. Especialmente me siento identificado con algún párrafo en el que destacas la intención de provocar en el espectador el deseo de un mundo más armonioso, más respetuoso y más cálido, que de algún modo facilite la convivencia en la diversidad. (Enrique del Río, Abril 2003)

Exposición de Pintura “Enrique del Río. Obra Reciente”. Navacerrada, 16 de Abril 2003. Bodegas/Sala de Exposiciones de Frontalia

Lola Salinas

Contrastes

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Flores azules.

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