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Obra clave de Juan de Flandes, para el Prado.

La ministra española de Cultura, Carmen Calvo, formalizó ante el presidente del Real Patronato del Museo del Prado, el director de la Agencia Estatal de Administración Tributaria y el presidente del grupo Ferrovial, la adscripción al Museo de la tabla Crucifixión de Juan de Flandes. Obra maestra del Renacimiento Español y de indudable interés para las colecciones del Museo.

La obra ha sido aceptada por el Estado como dación en pago de impuestos de la empresa Ferrovial por un valor de 7.000.000 euros.

La tabla, obra maestra de la pintura hispano-flamenca y de su autor, procedente de una colección privada, fue adquirida hace unos meses por Ferrovial para su entrega en dación en pago de impuestos por importe de siete millones de euros. Durante dos semanas, la pintura estará expuesta en la rotonda ‘de Ariadna’ del Museo (sala 74) para que el público pueda admirarla antes de su traslado al taller de restauración, en el que será sometida a una limpieza.

De origen y formación flamenca, cómo revela su propio nombre, a Juan de Flandes se le conoce por las obras realizadas a partir de 1496, fecha en la que llegó a Castilla para convertirse en pintor de corte de Isabel la Católica. Desde la muerte de la reina, en 1504, el artista permaneció en Castilla pero tuvo que someterse a las exigencias de sus nuevos encargos, grandes retablos que requerían mayores dimensiones y mayor número de tablas que las obras que había realizado como pintor de corte. A esta última etapa de su vida corresponden las pinturas que realizó para el retablo mayor de la capilla de la Universidad de Salamanca (casi totalmente perdidas), para el de San Miguel del claustro de la catedral vieja, también en Salamanca, y para el retablo mayor de la iglesia de San Lázaro y el de la catedral de Palencia, al que pertenece la Crucifixión.

Origen de la obra

La Crucifixión de Juan de Flandes (? – 1519) es una de las obras maestras de la pintura hispano-flamenca. A pesar de ser relativamente poco conocida, debido a que ha sido expuesta públicamente en muy pocas ocasiones, se trata de una pintura fehacientemente documentada.

Cuando Juan de Flandes recibió el encargo de hacer las pinturas de este retablo mayor para la catedral de Palencia, en diciembre de 1509, Felipe Bigarny, el otro artista encargado del proyecto, había concluido ya las esculturas. Al tener que incorporarlas a un retablo de grandes dimensiones, en el que la pintura tenía que competir con la escultura, Juan de Flandes concibió para el banco (o predela) del retablo tres tablas - el Camino del Calvario, el Entierro de Cristo, y en el centro la Crucifixión - como una especie de tríptico, de carácter excepcional en este tipo de obras por su formato apaisado, mayor y diferente al resto de las tablas que pintó para el retablo, por su extraordinaria luminosidad y calidad pictórica, y por la originalidad de las composiciones.

La Crucifixión formaba el foco de atención del retablo, siendo la parte más visible y cercana al oficiante y al fiel y, junto con las otras dos escenas (que todavía se conservan en su lugar de origen), constituye el canto de cisne de su autor, en ningún caso comparables con las demás obras que realizó en esta etapa de su vida, después de dejar de ser pintor de corte.

Originalidad, riqueza compositiva y ecos italianos

En el contrato firmado por Juan de Flandes el 19 de diciembre de 1509 para ejecutar las pinturas del retablo mayor de la catedral palentina, el artista se comprometió a realizar las pinturas de su propia mano. La Crucifixión, para la que el pintor ideó un semicírculo con las figuras para llamar la atención sobre Cristo Crucificado, realzado por un amplio paisaje dominado por la intensidad del cielo, presenta una extraordinaria riqueza compositiva, muy poco común en la pintura hispano-flamenca, al conjugar de forma maestra tres elementos que dificilmente pueden encontrarse juntos en otras obras de la misma escuela y época: figuras, paisaje y naturaleza muerta. Digna de destacar también es la forma en que concibió el espacio, utilizando un punto de vista bajo, que evoca las composiciones de Andrea Mantegna (1430/31-1506), y el modo de disponer a los personajes, que dota de resonancia italiana a esta obra. En torno a Cristo muerto permanecen sólo la Virgen y unos pocos seguidores, junto con los que se convierten tras su muerte. Los primeros -María, San Juan, La Magdalena y dos de las Santas Mujeres- ocupan el lado izquierdo de la tabla, mientras que, en el derecho, entre los segundos, destaca el centurión a caballo detrás de Cristo y el soldado del primer plano, de espaldas y de pie, con armadura moderna.

Llama la anteción el especial interés que el artista puso en la representación de las emociones de cada personaje y la forma en que se esmeró en los detalles, como la larga melena de Cristo, las guarniciones del caballo del centurión y las calaveras o las joyas distribuidas en el suelo al pie de la cruz.

Técnica y estado de conservación

El estado de conservación de la superficie pictórica se puede considerar excepcional, si se compara con muchas otras pinturas de la época, como lo ha demostrado la radiografía efectuada en la que se aprecia que las pérdidas son mínimas. No obstante y debido a que la pintura muestra cierta opacidad ya que presenta lo que los expertos denominan ‘barniz pasmado’ (un deterioro habitual del barniz que cubre la pintura originado por su oxidación y la suciedad acumulada), el Prado tiene previsto someterla a una limpieza antes de su exposición en sala.

Por su parte, a través de la técnica de reflectografía infrarroja se ha podido ver el cuidadoso dibujo subyacente y se perciben algunos cambios de composición respecto a la obra acabada, lo que confirma el esmero con que el pintor realizó esta pintura, hasta el punto de no dudar en variar su idea original para conseguir los objetivos perseguidos sin olvidar la imprescindible relación que debía guardar con las otras dos escenas que la flanquearían, en las que trabajó de igual modo.

Una importante aportación para las colecciones del Prado

Dado el carácter excepcional de esta tabla de Juan de Flandes, documentada, totalmente autógrafa y una de sus mejores creaciones, en la que sumó ecos del arte de Mantegna a la tradición flamenca en que se formó, su adscripción al Museo del Prado supone la aportación de una obra preeminente a la colección de pinturas realizadas en España en tiempos de los Reyes Católicos. Precisamente, esta parte de la colección del Museo, desde el Románico hasta el primer Renacimiento, es la que tiene más lagunas y una calidad menor en conjunto en relación a otras del Museo. Aunque el Museo del Prado posee otras cuatro tablas del artista, no tienen la misma calidad e importancia de esta Crucifixión, lo que incrementa el singular interés de su incorporación a los fondos del Prado.

Juan de Flandes, Crucifixión.

Juan de Flandes, Crucifixión.

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