Por Tomás Alvarez
León, 23 de agosto de 2012
La Congosta es un estrechamiento roqueño del valle del Porcos, por el que avanza la rumorosa corriente del agua evocando eternidad y poesía. Al lado del río también se escucha el traqueteo de los trenes sobre la vía férrea, un sonido que retumba en eco; son repetitivo y maquinal que nos lleva a un mundo de usinas, cadenas y grúas.
El verdor inunda al espacio. En el fondo del valle, ramajos, salgueros y choperas conviven junto a mínimos prados. Retamas, encinas, robles y algún pino tapizan las laderas de este valle en el que aún se detectan los muros castreños sembrados de historias y leyendas milenarias de dioses y guerras.
Desde las ventanas de la casa de Benito, hacía el norte, aparecen los paisajes cargados de sudores y mitos. Hacia el sur se esparce el caserío de Otero, un ámbito en el que resuena el vacío de la desolación y el paso de ese dios asolador de la decadencia que ha arrancado de cuajo la fuerza y la sangre campesinas para entregarlas a la sociedad de la alienación.
…Y en el interior de casa, el pintor acumula la memoria, sintetizada en multitud de elementos etnográficos: piedras venerables, restos de cerámica sigillata o troncos retorcidos sobre los que no ha resistido la tentación de pasar a modo de caricia alguna brocha cargada de pintura roja o azul.
Cuando pinta, Benito tiene ese mundo complejo y profundo a la altura de sus ojos, pero también tiene el aporte de un amor por las formas clásicas, reflejado en jarrones de perfil helénico o arquitecturas renacentistas que enmarcan reflejos de vida: venus, frutas, emparrados, caballos o danzarines.
Este pintor es uno de esos seres cargados de coherencia que ha sabido dejar la ciudad para pintar desde un rincón idílico, cargado de belleza y también de dolorosas ausencias, en el que vive el presente y el pasado …y donde da vida a óleos en los que libera recuerdos y sueños.
Antaño, simultaneaba su actividad docente con muestras en numerosos puntos de España y otros países; pero ahora la vida de Benito Escarpizo es más reposada y no por ello menos rica. Raras veces –-ahora es una de ellas- interrumpe esa estabilidad vital para exponer, y lo hace con nuevas creaciones, experimentando formatos.
En Astorga, casi al lado de casa, este año ha llevado sus “agujeros”, unos óleos de acusados contrastes, en los que conjuga dos espacios: un interior sombrío, de negros violáceos, roto por alguna puerta en la que aparece otro mundo, un horizonte abierto de tonos blancoamarillos, con figuras familiares, el hombre con la guadaña, un crucificado, un acróbata…
Pero junto a la innovación, Escarpizo vuelve a llevar sus grandes cuadros de amplio formato, cargados de reflexión, sensualidad, arquitecturas clásicas, humanidades y naturalezas.
El mejor Escarpizo está en esos cuadros en el los que incorpora los colores vivos, y aúna naturalezas frutales con arquitecturas clásicas, para generar composiciones que parecen deformadas o matizadas por cristales prismáticos o rectangulares, para recrear una sinfonía de tonos cromáticos. Es una forma de pintar en la que encuentro reminiscencias de Lyonel Feininger, en la que vislumbro armonías musicales y poéticas.
He buscado en la biografía de Benito Escarpizo, esperando encontrar en ella algún antecedente de estudios musicales, y no los he encontrado (Feininguer sí estudió violín) y he llegado a la conclusión de que las mejores armonías de Escarpizo no están sino en su propia vida y en el paisaje que la rodea.
Exposición en Galería Rama. Astorga. Agosto de 2012.
Guindas en aguardiente. Benito Escarpizo. guiarte.com
Ariadna y un caballo rojo. Benito Escarpizo. guiarte.com
De la serie "Agujeros". Benito Escarpizo. guiarte.com