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Los Bassano

El Museo del Prado ha rescatado de sus fondos algunas de las obras de los Bassano, familia de pintores muy apreciados durante el siglo XVI.

Esta muestra se integra por quince óleos sobre lienzo, y se enmarca dentro de un programa de promoción, revisión y estudio de las obras menos conocidas de la colección del Museo que, por falta de espacio, se encuentran desperdigadas en distintos edificios de las Administraciones Públicas, o depositadas en los almacenes. De los casi cuarenta Bassano con que cuenta El Prado, la exposición que se inaugura mañana exhibe sólo aquellas piezas que recogen mejor el espíritu estético de aquella familia.

La exposición tiene lugar del 30 de marzo al 20 de mayo de 2001, en la Sala 16 B. Es comisario de la misma Miguel Falomir, quien ha escrito lo siguiente sobre esta.

Gloriavasi Iacopo da Bassano d´haver ottenuto dal Cielo quattro figliuoli, ciascun di loro dotato di qualche particolar gratia nella Pittura: Francesco, ch´era il maggiore, attivo alle inventioni, Gio. Battista e Girolamo, pratici nel far le copie delle sue pitture, e Leandro il Cavaliere (...) particolarmente eccellente ne´ritatti. RIDOLFI, Le maraviglie del´arte, Ovvero. Le vite degli illustri pittori veneti e dello Stato, Venecia, 1648.

Durante siglos, Jacopo Bassano (hacia 1510-1592) fue una especie de Noé cuyos lienzos acogían tantos animales como el Arca. Pensar en su pintura era imaginar vastos escenarios naturales habitados por personajes ocupados en tareas cotidianas y repletos de animales y objetos tratados con pretendido realismo. Aunque siempre se alzaron voces contrarias a una caracterización tan simplista de su pintura, ésta es la que, más para mal que para bien, ha prevalecido entre el gran público pese al esfuerzo de los especialistas. Tampoco ha beneficiado a la reputación de los Bassano la enormidad de su producción, en la que junto a pinturas extraordinarias conviven mediocres productos de taller, lo que ha generado además confusión respecto a la autoría y cronología de muchas de ellas. Excepto la obra de Jacopo previa a 1560, el resto plantea interrogantes derivados de la propia situación familiar -todos sus hijos fueron pintores: Francesco (1549-1592); Giambattista (1553-1613); Leandro (1557-1622) y Girolamo (1566-1621)-, y de su enorme éxito en Venecia tras esa fecha, que alteró el funcionamiento de la bottega, reservándose Jacopo cada vez más tareas de diseño, corrección y acabado. A medio plazo, el incremento de la demanda obligó a una completa reorganización de la empresa familiar, que quedó dividida entre Bassano del Grappa, donde permaneció Jacopo, y Venecia, a la que se trasladaron Francesco (1578), Leandro (1588) y Girolamo (1595).

No todos los hijos mostraron idéntica aptitud; Girolamo y Giambattista carecieron de talento, y el éxito de Leandro debió mucho a la perpetuación de los modelos paternos a excepción de su labor como retratista. Francesco fue el único que entabló una relación más equilibrada, firmando con Jacopo algunas de las composiciones más populares de la bottega en la década de 1570. La dependencia de los diseños paternos, disponibles en distintos formatos, soportes y estados de ejecución, del pastel a modo de schizzio al dibujo más perfilado, fue de cualquier modo enorme y explica la cansina repetición de figuras que caracteriza la producción bassanesca.

Pese a permanecer siempre en su ciudad natal, Jacopo fue reclamado por la clientela veneciana desde la década de 1560, y por la del resto de Italia y Europa tras 1570. Desde entonces la bottega Bassano, continuada por Leandro hasta 1622, produjo multitud de obras de desigual calidad destinadas preferentemente al mercado que reproducían las composiciones ideadas o reelaboradas por Jacopo en la década de 1570: viajes del Antiguo Testamento, imágenes del Paraíso, cocinas, nocturnos, y series de cuatro o más lienzos dedicadas a la historia de Noé, las Estaciones o los Elementos. Tras la marcha a Venecia de Francesco y Leandro, el repertorio se acrecentó con nuevos temas como los mitológicos, demandados por la clientela de la ciudad.

El 21 de enero de 1574 Diego Guzmán de Silva, embajador en Venecia, anunciaba a Felipe II el envío de un lienzo con la historia de Jacob de Jacopo Bassano, que en lo que toca el pintar al natural animales y otras cosas es muy estimado. El 19 de abril de 1574, el soberano contestaba a Guzmán de Silva: El quadro de la historia de Jacob: también he visto y me ha contentado mucho. Tan escueto intercambio epistolar marca el inicio de la espectacular recepción tributada a la pintura de los Bassano en la España del Siglo de Oro. En ningún otro país de Europa, ni siquiera en la propia Venecia, disfrutaron entonces los Bassano de un prestigio similar entre el público y los coleccionistas.

Sólo Tiziano entre los pintores italianos les superó en número en la antigua Colección Real, donde sus obras colgaron en un espacio tan emblemático como el Salón de los Espejos del Alcázar de Madrid junto a las de Velázquez, Rubens, van Dyck, Tintoretto, Veronés y el citado Tiziano. Durante siglo y medio, los Bassano fueron copiados, imitados, coleccionados, alabados e incluso criticados, y entre 1590 y 1615 su peculiar modo de servirse de elementos profanos para presentar asuntos religiosos les situó en la vanguardia pictórica, lo que les valió el reconocimiento de literatos como Lope de Vega o Suárez de Figueroa.

Desde que en 1992 se celebrara el IV centenario de la muerte de Jacopo Bassano (hacia 1510-1592), su prestigio no ha dejado de crecer cimentado en exposiciones, congresos y monografías. Ahora que su reputación está sólidamente asentada tras épocas de fortuna y otras de olvido, parecía pertinente profundizar en sus obras y las de sus hijos que poseyó la antigua Colección Real, distribuidas entre El Escorial y el Museo del Prado.

En la selección se ha procurado incluir aquellas tipologías que cimentaron la popularidad de los Bassano: escenas de Paraiso, cocinas ilustrando parábolas evangélicas, nocturnos, y viajes del Antiguo Testamento. Las pinturas se ajustan a las características antes enunciadas y a la forma de trabajo habitual del obrador familiar. Percibimos así la participación de varias manos en una misma obra o la dependencia de unos modelos repetidos hasta la saciedad, tanto para figuras humanas y animales como para los paisajes, muchos presididos por la mole del Monte Grappa. Estas circunstancias explican igualmente las diferencias de calidad, pues junto a pinturas decorativas pero discretas como las Estaciones, realizadas sin duda por ayudantes, encontramos la impresionante Fragua de Vulcano, una de las últimas obras maestras de Jacopo, donde se revela como el verdadero heredero de la pintura de manchas de Tiziano.

Miguel Falomir Faus, Comisario de la exposición

Entrada de los animales en el Arca de Noé. Detalle. Jacopo Bassano. Museo del Prado

Entrada de los animales en el Arca de Noé. Detalle. Jacopo Bassano. Museo del Prado

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