Madrid, 10 de marzo de 2016
Georges de La Tour (1593 - 1652), fue un pintor barroco famoso en su tiempo pero olvidado pronto hasta que en el siglo XX se interesaron por él diversos investigadores que lo han sacado de nuevo a la luz.
Y es precisamente la luz un elemento clave de sus cuadros, en los que se detecta la influencia de Caravaggio y de Gerrit van Honthorst, pintores conocidos por La Tour en el curso de sus viajes a Italia y países Bajos, respectivamente.
El interés renovado por el pintor francés ha sido clave para que aumenten las obras localizadas de su autoría. Si hace cien años apenas se conocían una veintena ahora se le atribuyen unas setenta. En total se le reconocen ahora más de 40 pinturas como autógrafas; hay 28 telas y grabados que son copias de originales perdidos. De las más de 70 composiciones conocidas, sólo cuatro están fechadas y 18 firmadas.
La exposición de Madrid es sin duda la mayor hecha sobre La Tour fuera de Francia, pues reúne prácticamente el 75 por ciento de su obra, merced a los préstamos de más de 20 instituciones de siete países.
La Tour vivió en un momento crítico para la historia de su tierra, la Lorena, que finalizó con la pérdida de la independencia política del ducado. Se le documenta como un pintor acomodado en lo económico, desabrido en lo personal y reconocido en lo profesional, que alcanzó el cenit en su carrera con el nombramiento de pintor de Luis XIII. Aparte del rey, sus clientes fueron gentes poderosas como el propio Richelieu, el superintendente de finanzas Claude de Bullion y el arquitecto Le Nôtre.
Los cuadros de La Tour se caracterizan por esa iluminación, habitualmente de luz artificial, que se centra en un foco de atención cargado de intimidad, pero en el que se evitan los detalles concretos. Su pintura está cargada de lirismo, sobre todo en sus escenas nocturnas, casi siempre religiosas. Tienen un colorido casi monocromo y formas monumentales, impregnadas de soledad y silencio.
Esa “economía de medios” conducirá en la etapa final de la producción a la realización de pinturas ensimismadas, con una luz metafísica que abstrae cada vez más de la realidad a sus modelos. Ningún gesto, ningún movimiento viene a turbar el recogimiento de los personajes replegados en sí mismos, absortos y reflexivos.
La Tour ha tenido en los últimos años un mayor peso en el Prado, tras la adquisición de “Ciego tocando la zanfonía”, en 1991, con fondos del legado Villaescusa, y el depósito de “San Jerónimo leyendo una carta”, obra inédita descubierta en los fondos del Ministerio de Trabajo por José Milicua, miembro del Patronato del Museo del Prado, a quien se dedica esta exposición.
Son comisarios de la muestra Andrés Úbeda, Jefe de Conservación de Pintura italiana del Museo del Prado y Dimitri Salmon, del Museo del Louvre.
El recién nacido. Georges de La Tour. Óleo sobre lienzo. Rennes, Musée des Beaux Arts/ Museo del Prado
San Jerónimo. Georges de La Tour. Óleo sobre lienzo. Museo del Prado.