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LA OTRA CEPEDA

Artículo del escritor Rogelio Blanco sobre las distintas geografías de La Cepeda, en especial de la que tiene una menor riqueza agraria, a la que bautiza como La Otra Cepeda. Publicado también en Filandón, revista cultural de Diario de León.

LA OTRA CEPEDA

Rogelio Blanco Martínez

Las escasas noticias que se emiten sobre la comarca de La Cepeda, casi siempre se refieren a una parte, "La Cepeda Húmeda", la fertilizada por el río Tuerto, la próspera, la que abarca las poblaciones ubicadas entre Villameca y Carneros; mas, no es la única. Existe otra, La Cepeda Alta, orográficamente más accidentada y seca, más despoblada, que en su mayor parte pertenece administrativa-mente a los ayuntamientos de Quintana del Castillo y de Villagatón. Es la Cepeda olvidada, la que no ofrece ríos, parajes o monumentos singulares, sin prohombres afamados ni vías notorias de comunicación que la crucen. Es la Cepeda del silencio, de la urz y del centeno. Un espacio que se acomoda entre lomas y arroyuelos, al que la Matona y El Tesón custodian y observan, que se proteje con el fescor de los ríos Omaña y Tuerto, a la que acunan entre el tedio de la ensoñación y de la utopía auroral. Es mi tierra, algo casual que por su cualidad inunda y se revela como eupsiquia individual.

En este ámbito se fragua la acallada biografía de sus gentes, son los moradores donados a una mirada límpida en pos del anhelo que reconozca su memoria. Son los embargados en el recuerdo que se apiada de los que desprecian unos corazones inmensos aún cargados de eutopías u otras ensoñaciones.

Ahí, en ese claro del mapa leonés, en su centro geográfico, y sólo centro geográfico, (pues nunca esta Cepeda pesó sobre nada ni nadie, nunca humilló realidad alguna ni a sí misma), no se atisban magnas obras ni aconteci-mientos, sólo miradas desentumecidas por la brisa matinal que aún reconocen el aroma del pan caliente, y la fragancia del brezo que se mece sobre sus campos. Sobre un eterno silencio alimentado de centeno y de patatas, pero genitor de frentes anchas y serenas, limpias y sustentadas por un cuerpo adusto y macerado por el esfuerzo contumaz, el que se requiere para arrancar a la tierra un alimento en permanente brega, pero oreado por el orvallo y por el humo de los hogares, se alzan los corazones de mujeres y hombres que vigilan inquietantes el porvenir.

Así son las gentes de esta Cepeda seca y humilde que se balancea en el olvido y se ofrenda sin rencor al visitante; pues sus protagonistas, sus gentes, están ejercitadas en la siempre-lucha de arrancar un pan y una pasión de su hontanar, que se presencian al viajero con sus nostalgias y sueños, pues están curtidos en mil sementeras, en primaveras florales mecidas por el ritmo de la alondra mañanera y el susurro de la abeja; y todo sucede bajo un cielo para recordar, en la espesura del pinar, en el frescor del atardecer, entre el aroma del brezo y el fulgor del atardecer, en el lento desnudarse otoñal de los robles y las veladas invernales, y, mientras, se soporta mejor el estremecimiento que produce el cierzo sobre la ventana que el posible olvido de sus oriundos emigrados. Pues estos cepedanos no pueden olvidar la cadencia de la historia o del rumor que se anida en sus mentes y sus corazones; ya que ambos laten al ritmo de mil adioses y bajo el peso de mil viejas senten-cias. Riofrío, Ferreras y Morriondo; Escuredo, San Feliz y Villarmeriel; Castro, Quintana y Ábano; Palaciosmil, Requejo y Corús; Villagatón, Culebros, Valbuena y los Barrios de Nistoso; pequeño ramillete de esperanzas al que la agonía pretende invadir, aunque se espera que sus lugareños siempre sean los últimos en hablar, en narrar la biografía de su espacio, pues ellos representan a todos los cepedanos de la historia y aún proyectan el logro de un espacio feliz, ya que encarnan lo perenne y la utopía, la eterna presencia.

Desde esta radicalidad (de raíz) sólo nos queda pedirle a Ariadna que nos ayude a dilucidar lo opaco y nos conduzca a la esencialidad de sus gentes, los que tan decididamente subrayan la fonación del posesivo en la alocución "mi pueblo"; tanto hincapié es el modo de identificarse con el origen. Valgan, pues, estas reflexiones como una forma de sentir, el gesto de un cepedano cualquiera; sin olvidar que si el sentir se extirpara al ser humano, éste dejaría de verse. Pues el sentir también es una forma de conocer y de historiar, de dejarse llevar por el incesante ritmo del corazón. Mas cuando se vive fuera de la tierra, si al menos uno no la siente, camina en la extrañeza, de ahí que para orientarse se precise el norte de ese casual donde se nace, ya que marca la ineludible dirección a donde mirar. Y en este caso a unas gentes que esperan, nos esperan y aún no desesperan, solamente nos añoramos.

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