Parece que en el mundo hay dos tipos de catástrofes: las que afectan a los territorios “normales” y a los más pobres. La de Chile parecía de los primeros, con unos balances de víctimas realmente cortos para la magnitud del temblor.
Pero hay una segunda reflexión en el caso chileno. El número de víctimas registradas allí fue menor en el caso del terremoto que por el maremoto o tsunami que le siguió.
En Chile hay indignación por este último aspecto. Aún con todo tipo de avisos, es muy posible que esas olas inmensas que se lanzaron sobre las ciudades y pueblecitos costeros hubieran causado víctimas. Sin duda. Pero es cierto que si se hubieran extremado los avisos de emergencia se hubiese podido paliar el desastre humano.
Si tras el tsunami que afectó a los territorios del Sudeste Asiático el 26 de diciembre de 2004 se advirtió de la necesidad de crear sistemas de alerta generales, tras el de Chile... la advertencia es que hacen falta sistemas de alerta locales y planes para afrontar emergencias.
Es excelente que a los constructores se les exijan sistemas antisísmicos, pero hay que hacer algo mas: planificación para afrontar los desastres ...y para hacerlos más pequeños.
Por último, una reflexión sobre otro aspecto. Tras el terremoto de Haití, todos los organismos mundiales lamentaron la devastación y las vidas perdidas. Fue una magnífica reacción que aún está produciéndose...
Empujados por la espectacularidad de las imágenes y el sensible mensaje de los medios, la respuesta hacia Haití fue excelente.
Algunos querríamos ver un poco más de preocupación por Chile.