Por Tomás Alvarez. Guiarte.com. Valencia. 18/03/2018
En marzo Valencia es color, alegría, negocio y rito. Las fallas son –sin duda- uno de los mayores espectáculos festivos del orbe; un inmenso espectáculo que ni siquiera buena parte de los propios valencianos –acostumbrados a su repetición cada doce meses- es capaz de valorar en su justa medida.
La fiesta fallera fue inscrita en el año 2016 en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. Es una celebración que se extiende por buena parte de la región, y en la que el eje central son los monumentos falleros, en torno a los cuales se desarrollan actividades gastronómicas, musicales o religiosas.
La palabra falla parece derivada de fácula, hoguera o llama en latín. Se cuenta que el origen de los monumentos falleros está en las hogueras organizadas antaño en la víspera del patrono de los carpinteros, San José. En este momento, cuando el invierno deja paso a la primavera, los carpinteros hacían limpieza del taller y quemaban todos los elementos sobrantes.
Seguramente, alguno de aquellos artesanos colocó los viejos trastos, virutas y restos de madera de forma artística, simulando una figura, tal vez muñeco, innovación que sería el inicio de un afán perfeccionista que acabaría dando lugar a una auténtica competición anual por hacer la hoguera más bella y espectacular.
Según señala la UNESCO, esta es una fiesta que se celebra para saludar a la primavera, tanto por las gentes de la ciudad y región de Valencia, como por la diáspora valenciana emigrada al extranjero. La misma se caracteriza por la construcción e instalación de los grandes grupos escultóricos integrados por efigies más o menos caricaturescas, que los artistas y artesanos locales crean inspirándose en sucesos de la actualidad política y social.
Multitud de plazas del entorno valenciano son, durante unos días, centro de fiesta y museo de arte efímero, hasta que el 19 de marzo, final de las fiestas, los monumentos mueren devorados por el fuego; un fuego que calienta los rostros de quienes presencian el “sacrificio” e iluminan las lágrimas de los más encariñados con la obra; muy especialmente las de quienes durante unos días han protagonizado de alguna forma ritos y festejos.
Para los falleros, organizados en comisiones, hay un inmenso componente de rito y tradición. Trajes, desfiles, himnos, cánticos, ofrendas, fuegos. Para la sociedad, las fallas son un elementos de sociabilidad, unen a la raíz social e identifican. Entre mis viejos recuerdos, evoco a veces un viaje por la Patagonia en el que me encontré, ya cerca de la Península de Valdés, a una mujer vendiendo buñuelos al lado de una carretera solitaria. Aquella mujer me habló emocionada de sus raíces valencianas y me recordó que aquel era el día de San José.
Aparte de lo social, hay un enorme componente económico de gran trascendencia tanto por el mantenimiento de un sector de artesanos y diseñadores, como por el inmenso atractivo turístico que generan las celebraciones. Cientos de miles de personas de todo el mundo viajan todos los años a las fallas, fiestas que, además, hacen del fuego un sello icónico para Valencia.
Y también hay arte; porque los monumentos no se limitan a repetir modelos (que también) sino a divertir y criticar. El monumento fallero genera comunicación, diálogo, crítica y emoción estética que seduce a millones de miradas. En él, el viajero encontrará a veces un mensaje ecologista, otras veces político, en ocasiones denuncia social y en muchos casos simplemente un sexismo que frecuentemente roza la grosería.
Todo ese maremágnum de ritos, tradiciones, música, arte y movilización de masas trastoca durante unos días la vida ciudadana. El ruido es infernal, en un caos que integra por los sones de las charangas, los estallidos de pólvora, y hasta el zumbido de los helicópteros que vigilan la masa humana desde el aire, en previsión de incidentes en materia de Seguridad. Las calles solitarias del barrio del Carmen son por unos días pasillos para multitudes, y en los bajos los establecimientos se venden todo tipo de productos, desde latas de cerveza a pasteles de boniato, mientras las buñueleras no paran un instante de elaborar en la plena calle los buñuelos de higos o de calabaza.
Hay también en el ambiente un confuso caos odorífico. El olor de los petardos se mezcla con el de las fritangas, el las paellas, los aromas del pan recién amasado y hasta el del azahar de los naranjos.
Y estalla el color: color de los monumentos falleros, color de las vestimentas, luminosidad del cielo mediterráneo… y color chillón y cutre de las vallas que rodean a las instalaciones falleras (color amarillo con anuncios rojos de marcas arroceras).
Hay un halo de cutrerío en medio de tal caos. El viajero se encuentra ante una ciudad a la vez radiante y sucia, con papeles por doquier, orines en las umbrías, y alimentos sin protección alguna en los puestos callejeros. Todo tiene un tono que nos recuerda la masiva humanidad de algunas ciudades orientales.
La inmensa afluencia de viajeros obliga a cortar el tráfico en una gran parte de la urbe, y estimula el espíritu emprendedor de muchos, de modo que el autobús de dos pisos, que tiene imposibilitado el recorrido turístico por un centro urbano tomado por la masa, se transforma en puesto callejero inmóvil, donde se expanden raciones de paellas; y en la pulcra heladería se sirven también platos regionales. Tal vez el cucurucho del helado tenga un olorcillo azafranado… pero esto también forma parte de ese “mestizaje” temporal que reinas por las calles.
Las fallas son esto y más. Son verbenas y fuegos de artificio; son grupos de chinos tomando salchichas alemanas en un puesto callejero de un señor de Cuenca; madrileños haciendo selfis ante la falla monumental del Ayuntamiento, manteros de ébano huyendo de la policía en las calles del Mercado Central... Y son alegría, emoción y hervor en la sangre, cuando llegan los atronadores acordes explosivos de una buena mascletá.
Y mucho, mucho más; por eso es recomendable verlas ...y vivirlas.
Falla de Na Jordana, en 2018. Guiarte.com
Ambiente en torno a la falla de El Pilar. Imagen Guiarte.com
El gentío en torno a las fallas apenas disminuye en la noche. Imagen de Guiarte.com
Las típicas vallas antiestéticas que rodean y afean los monumentos falleros, también son ya patrimonio de la humanidad. Imagen de Guiarte.com
Durante unos días, Valencia resulta exuberante en alegría, música y creatividad. Imagen de guiarte.com
Falla/instalación Los desastres de la guerra: Caballo de Troya en el Centro Cultural El Carmen, de Valencia. Imagen de Guiarte.com
Las fallas transforman el mes de marzo en un momento de esplendor para los negocios hosteleros y comerciales valencianos. Falla de la plaza Dr. Collado. Imagen de Guiarte.com