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Juan Martínez. Vanitas, siglo XXI

Pese a su inmensa calidad, y al hecho de que tenga obra colgada en el Guggenheim de Nueva York, en el Museum of Arts de Pittsburg(Pensylvania) o en muchos grandes museos de Europa, Juan Martínez es relativamente desconocido en su propio país. Su última exposición en Madrid, en la galería Amparo Gamir, en abril de 2004, reune una gavilla de obras realizadas desde el año 2000 hasta ñla actualidad, en las que se puede observar claramente un altísimo valor pictórico y una notable coherencia temática.

EXTRANJERO EN SU PROPIO PAÍS.

El artista nació en un ámbito rural andaluz, en 1942, pero pronto emigró con su familia a Barcelona y luego a Suiza. Creció artísticamente en Centroeuropa y, de hecho, es más conocido en Suiza y Alemania que en su tierra natal, en la que de vez en cuando desembarca con su obra, porque se resiste a ser extranjero en su propia tierra.

Su residencia en Centroeuropa tal vez haya sido determinante para darle a su obra unos matices expresionistas, un expresionismo de raíz germánica, que se ha enriquecido con una concepción dramática de la existencia que se puede rastrear en gentes tan alejadas como Saura, Goya o Valdes Leal.

Amigo de María Zambrano, Martínez sorprende a veces al entrevistador, por su gran bagaje cultural, que le lleva a citar con fluidez pensamientos de Aristóteles, Platón, San Agustín o Marcuse. La muerte, la vida, el amor o la máscara se encuentran en la temática permanente de sus trabajos, con una rigurosa austeridad de colores. Hay un permanente simbolismo en sus obras, en las que asombra una pulcra estética, de una fría hermosura, un equilibrio compositivo, una gran limpieza de trazos e incluso una rotundidad geométrica que nos remite al cubismo.

Francisco Calvo Serraller, en la catálogo de esta exposición de Juan Martínez dice: “...los escuetos trazos que cincelan vigorosamente sus rostros-máscaras parecen retomar la negra cuchilla con que Picasso abrió el revolucionario surco del cubismo. Hay esa dramática concisión y síntesis de evocación picasiana, con la correspondiente cola de ídolos africanos, ibéricos y otras fuentes medievales, igualmente bárbaras(...) pero en ella también se deja traslucir otras remembranzas hispánicas de la vanguardia histórica, como las del “gótico” Julio González tardío”

VÁNITAS.

Juan Martínez es hijo del desarraigo. Acuciada por la necesidad, la familia del pintor dejó los campos olivareros andaluces y se trasladó a Cataluña, cuando Juan Martínez era aún un bebé. En Cataluña Martínez hizo estudios de arquitectura, pero acabó en Suiza, centrándose en la pintura.

Carlos Fuentes dice que Juan Martínez es el mejor pintor español de su generación. El escritor afirma que en las pinturas de Martínez está la banalidad de lo inmediato y la desolación de lo existente. Hay en sus gentes vacío y tensión.

La muerte está en sus cuadros. A veces, el espectador puede pensar que el artista reinterpreta, en clave de modernidad, las antiguas “vanitas”, aquellas composiciones pictóricas encaminadas a representar la fugacidad de la existencia y la ineluctabilidad de la muerte, temática querida por diversos autores holandeses y españoles del XVII.

Martínez, con sus máscaras y rostros esta apuntado también a la vacuidad de la vida terrena, a la futilidad de una existencia que está destinada a la muerte. No está de más recordar que “vanitas”, en latín tenía la significación de vacío.

Dice Calvo Serraller. “El ansia existencial que de siempre ha impulsado el profundo pozo psíquico de Juan Martínez no deja naturalmente de mostrarse también aquí y ahora, devolviendo al artista a sus negros fueros españoles, de Goya en adelante. Me refiero a ese negativo de todo rostro, del que ni siquiera se libra la máscara: el de la muerte. No hace falta a este respecto subrayar el obvio sentido funerario de las máscaras, sino el espectral corte de calavera con que sintetiza Martínez el destino humano. Este corte o patrón conminatorio cobra, no obstante, una mayor y más vigorosa pujanza al ser tratado por Juan Martínez con la sumaria ligereza de una silueta, que se enreda, a veces, con la danzarina fragancia de una cartilla caligráfica, o, en otras, como un simple recortable, horadado o maculado con negros lunares, que refulgen sobre la superficie de la tela con los simplificados signos de un “comic” de la muerte, atravesado por bandas de luces nocturnas o diurnas, en azules y amarillos”.

MÁSCARAS Y GRITOS.

Ciertamente, abundan las máscaras en su pintura. “La máscara –dice el pintor- es una autoprotección que permite exteriorizar algo que no se haría sin ella. Sin máscara tememos que se nos reconozca con nuestro propio cuerpo, nuestra propia piel, y se nos dañe. En la máscara hay autoprotección y expresión. A la vez.”

También abundan unos rostros que asoman desde sus cuadros con una mirada impávida e inquietante. Desde la época de los noventa reiteró la visión de un personaje que mira al espectador desde un hueco definido por un plano alargado rectangular. Son lo que él llama “los acechos”. ¿Acusa este personaje a alguien con su mirada? ¿Grita en silencio? “En realidad, pienso que no gritan los seres que hay en mis cuadros, más bien piensan y por eso adquieren ese aspecto fuera de todo lo normal”... “Mis personajes no son parte de clases ni mitos. Son la masa, el pueblo”, dice Martínez.

Y hay soledad en sus cuadros.”No invento nada. Miro alrededor y veo que el hombre nace, se mueve y muere solo”. En un mundo reacio a ver el drama, Juan Martínez, lo refriega por el rostro del espectador, con dramatismo, pero con delicadeza estética similar a la que tuvo hace siglos Calderón de la Barca cuando escribió:

“Estas que fueron pompas y alegría
despertando al albor de la mañana
a la tarde serán lástima vana
durmiendo en brazos de la noche fría...”

Tomás Alvarez

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