El Centro de Arte Reina Sofía presenta una retrospectiva dedicada al artista austriaco Adolfo Schlosser (Leitersdorf 1939 - Madrid 2004), autor de una obra variada y de notable interés, desde el plano de la plástica al de la poesía.
Adolfo Schlosser 1939-2004 sobrevuela sobre su vida y trayectoria profesional. Materiales diversos, como paja, madera, piedra, resinas, pieles... evocan una visión “natural” del arte, en una ambiciosa presentación, en la que el comisario de la muestra, Francisco Calvo-Serraller, pretende reunir las distintas etapas creativas del autor, y donde se incluye, aparte de su producción escultórica, obra sobre papel, tapices y material fotográfico. Estará abierta hasta el próximo 16 de mayo
Según Calvo Serraller, Schlosser ha hecho una de las tareas más interesantes de los últimos 40-50 años, viviendo al margen de la actualidad y de sus compromisos.
El autor
Schlosser nació en Austria. El haber sido hijo de un ceramista, podría considerarse una influencia en su sensibilización inicial hacia el arte. Los primeros años de su trayectoria artística vienen definidos por la formación en pintura en la Escuela de Gratz, y en escultura en la Academia de Bellas Artes de Viena; la pintura abstracta de estos primeros años estará aún lejos de lo que después veremos en España. A los 19 años emprende viaje a Islandia, donde residirá durante cuatro años; dicha estancia le marcará considerablemente en su evolución posterior. Por una parte, supondrá el inicio de casi toda una década dedicada a la escritura, poesía y algo de teatro. Por otra, el contacto directo con la naturaleza, con el paisaje y la fauna ártica, se convertirán en constantes a lo largo de los años.
Tras este paréntesis vuelve a su país, pero sólo por tres años, puesto que saldrá huyendo del reclutamiento militar y sólo volverá a tierras austriacas una vez más, con su entonces mujer, María Rosa Arija. El largo periplo en el que se embarca junto a Eva Lootz, tendrá diferentes paradas hasta, finalmente, llegar a España en 1967, donde vivirá hasta su muerte. Entre los diversos trabajos que llevará a cabo durante estos primeros años, cabe destacar el que desempeña en una fábrica de tapices de Vallecas. Este hecho es importante en su trayectoria profesional, puesto que entre 1970 y 1973 realizó una serie de tapices en lana con motivos geométricos que posteriormente se expusieron en la galería Ovidio en 1973; hoy sólo se conservan cuatro ejemplares. De esos mismos años también quedan varios dibujos coincidentes en los motivos de abstracción geométrica y que, igualmente, fueron presentados en la muestra arriba mencionada.
Sin embargo, lo más destacado de esta época y que se convertirá en una constante en toda su evolución posterior, será la recuperación de la escultura como principal forma de expresión. Coherente con sus dibujos y tapices, en estos años también recurrirá a la abstracción geométrica. Su creciente interés por el espacio y la tensión, le llevará a experimentar con materiales como el plástico o metacrilato y la cuerda o la goma elástica. Un buen testimonio de esta producción lo constituye la exposición de la galería ibicenca Carl Van der Voort en 1973.
En los años siguientes evolucionará hacia formas y materiales muy diferentes a los previos, aunque la época anterior, de forma sutil, a menudo estará presente. A partir de ese momento comienza a experimentar con materiales orgánicos extraídos directamente de la naturaleza, como pieles, ramas y maderas, hollín, etc. Su residencia en Bustarviejo, un pueblecito de la sierra madrileña, se convierte en la principal cantera para su obra. De ese paisaje extrae la mayoría de la materia prima que, sin apenas manipularla, se convertirá en la espina dorsal de sus esculturas. “Naturaleza y vida palpitantes –escribe el comisario, Francisco Calvo Serraller, en el catálogo que acompaña la muestra- marcadas por el estigma físico y existencial del tiempo, el transcurrir. Elementos y fuerzas naturales que nos condicionan y nos limitan, pero a través de los cuales somos capaces de trascender lo visible y adentrarnos en las misteriosas raíces de lo real”
Toda esta obra será expuesta, desde un principio, en la galería Buades. En ese espacio tendrá la oportunidad, no sólo de exponer sus creaciones y compartir vivencias con los otros artistas de su generación, sino también de llevar a la práctica varias performances entre los años 1977 y 1979. Cabe destacar el concierto celebrado en 1979 con instrumentos musicales de su propia factura que será después retransmitido por Paloma Chamorro en TVE1.
En la década de los ochenta comenzará a trabajar en sus grandes instalaciones, siempre basándose en elementos orgánicos. Felices ejemplos de esta producción son La rosa de los Vientos, Fata morgana, Steinbruch o Parásito. De igual forma, no abandona el trabajo escultórico, que forma siempre parte de toda su producción posterior.
Su gran aportación al arte contemporáneo internacional se le reconoce oficialmente con la concesión del Premio Nacional de Artes plásticas de 1991.
En los últimos años su espíritu inquieto le llevó a experimentar con nuevas técnicas. Con el apoyo del fotógrafo Enrique Carrazoni realizó varios montajes fotográficos, algunos de ellos adoptando formas escultóricas. Su destreza para el dibujo se ve potenciada por el uso de materiales “extraños”, como el vino.
Adolfo Schlosser, en definitiva, es un artista polifacético que cultiva diferentes vías de expresión, pero que, a pesar de tal heterogeneidad técnica y formal, en su trabajo siempre subyace un hilo rector integrado por su sensibilidad e integridad. Por esta misma razón, es difícil someterlo a una clasificación artística; no son pocos los movimientos a los que se le ha intentado vincular (land-art, arte cinético, conceptual, minimalista), sin embargo, Schlosser sólo se ha regido por su capacidad creativa y sus propias leyes emocionales. En palabras del comisario de la muestra “dando un nuevo soporte a la descuartización irónica del lenguaje artístico, salir del ensimismamiento artístico. Volver a empezar. Simbolizar, que es reunir dos partes separadas”.