Madrid, 25 de febrero de 2013
“Juego de interiores. La mujer y lo cotidiano” reúne una selección de diez obras de las colecciones permanentes que comparten el gusto artístico por retratar asuntos de la vida cotidiana, familiar o íntima. Del 26 de febrero al 2 de junio de 2013, en el museo Thyssen-Bornemisza.
En este caso presenta un diálogo entre obras relacionadas temática o formalmente, pero de épocas y procedencias diversas: desde la Holanda del siglo XVII, donde la pintura de interiores alcanzó inusitada calidad al tiempo que ganó su independencia como género pictórico, pasando por la pintura francesa del XVIII, donde se popularizaron los retratos de figuras femeninas en estancias privadas, a la pintura de escenas domésticas del siglo XIX y principios del XX.
Estas miradas permiten mostrar la representación de interiores en la historia de la pintura y a lo largo del tiempo: el uso de una luz envolvente que aísla el espacio interior del supuesto bullicio exterior, la vinculación en su mayoría con el universo femenino, la actitud introspectiva de los personajes y la sensación de quietud, como si la escena se hubiera congelado en el tiempo,… pero sobre todo el interés por representar un espacio físico concreto (el interior de una habitación) y el estado anímico de los personajes.
Se produce de esta forma una cierta exaltación del universo individual y del espacio privado frente al mundo exterior, marcado por los vaivenes políticos o sociales.
El tamborilero desobediente (c.1655) de Nicolaes de Maes, discípulo de Rembrandt y uno de los máximos representantes junto a Vermeer de la pintura de interiores, se “enfrenta” a Mujer con frutero (c. 1900‐1910), del danés Carl Vilhelm Holsoe, pintor también de interiores cuya técnica ha sido comparada con la de los maestros holandeses del siglo XVII. Ambas escenas representan actividades cotidianas protagonizadas por mujeres en las que los objetos están descritos con detalle.
Muchacha cosiendo (c. 1720), del italiano del siglo XVIII Antonio Amorosi, se ha emparejado con Muchacha cosiendo a máquina (c. 1921) de Edward Hopper. En ambas, el espacio está apenas descrito para concentrar toda la atención en resaltar la vida interior de las retratadas. Hopper se centra en el sentimiento de soledad, frente al detallismo de Amorosi.
En Francia se popularizaron en el siglo XVIII los retratos femeninos en sus estancias privadas. François Boucher es un excelente ejemplo de este tipo de representaciones. En La Toilette (1742) muestra este estilo en su esplendor; un interior ricamente decorado en el que se nota el gusto por el Orientalismo chino. Enfrente, El quimono (c. 1895), del norteamericano William Merritt Chase, donde aparece una mujer en la intimidad, sentada también con un biombo de fondo, en esta ocasión de estilo japonés.
Gerrit Dou, artista del taller de Rembrandt, se especializó en escenas de género de pequeño formato con gran atención al detalle. En Joven a la ventana con una vela (c. 1658 1665), la figura esta modelada por la luz que le ilumina desde abajo; lo mismo que en La cantante (1891‐1892), de Édouard Vuillard, pintor francés integrante del grupo Nabi, conocido por sus escenas domésticas y su apasionante relación con el mundo del teatro.
Una vertiente diferente de este tipo de obras intimistas se encuentra en las escenas de mercado, muy frecuentes en la pintura flamenca del XVII y que volverían a popularizarse en los siglos XIX y XX. El mercado de pescado, Marsella (1904‐1905), de Raoul Dufy, y El antiguo mercado del pescado en el Dam, Amsterdam (c.1650), de Emanuel de Witte, son dos ejemplos de ello. Ambas escenas están pobladas de personajes y comparten el carácter intimista de un espacio cerrado gracias al tratamiento de la luz y a la descripción de los objetos.
Edward Hopper. Muchacha cosiendo, c. 1921, en el Museo Thyssen‐Bornemisza
Gerrit Dou. Joven a la ventana con una vela, c. 1658‐1665. Museo Thyssen Bornemisza