El problema no es otro que el de los viajeros que llegan en coche y que ocupan los alberges, desplazando de ellos a los esforzados y auténticos peregrinos.
Sobre peregrinos y pícaros de fin de siglo
Por Roberto Araujo Gómez
Zaragoza, 18 de junio de 2001
Cuando a principios de los años 90 me tropecé con el Camino de Santiago, la moda eran los viajes a sitios exóticos con nombres rimbombantes. También estaba en auge la moda de la bicicleta de montaña (moda de la que yo era partícipe). Así que la idea de atravesar España desde Roncesvalles a Santiago por unos sitios que en principio quedan a desmano y desconocidos para mí me pareció una aventura interesante en todos los aspectos.
Por otro lado, dada mi vida sedentaria, exceso de peso, fumador, y habituado a la buena vida y sus comodidades, tenía dudas de poder realizar el viaje con éxito. Pero una vez decidido y acompañado por amigos (del mismo corte que yo) el trayecto se convirtió en una experiencia única, en la que la aventura dio paso a un viaje enriquecedor; donde superar los muchos malos ratos y contrariedades que se nos presentaban, se recompensaba con otras muchas sensaciones y satisfacciones que habiamos aprendido a valorar, y en las que la Visa no tenía ningun protagonismo. En esa situación, la emoción de llegar a Santiago y ver las torres de la catedral es indescriptible.
De esa experiencia me quedó la espina de hacer el Camino a pie, y la certeza de que podría realizarlo a pesar de tener problemas en los pies (utilizo plantillas ortopédicas), de seguir fumando y del exceso de peso.
Lo único que necesitaba era tiempo para ir sin apuros y en una época donde evitar el calor (que tan mal llevo). La otra vez había viajado en Septiembre y había sido excelente. Así estuve años esperando, hasta que hace dos años se me presento la ocasión en Abril del 99. Decidí comenzar en Somport.
Los primeros días pensaba que había pecado de optimismo y que mis pies no aguantarían. Caminaba 15 km. con mucha calma y cuando llegaba al final de mi etapa los fuertes dolores me hacían dudar de hasta levantarme de la cama para ir al baño. Por supuesto en vista de las circunstancias, me alojé en hostales para poder tener mas intimidad y el baño mas cerca. Así fueron pasando los días, con el convencimiento que era cuestión de tiempo pero que lo conseguiría.
Ya al quinto día note mejoría pero seguía con muchas molestias, hasta que acudí a una farmacia y me aconsejaron antiinflamatorios. No fueron milagrosos pero me aliviaron muchísimo. A partir de ese momento todo continuó igual pero soportando mejor las molestias y dolores de los pies.
A todo esto nunca consentí que mis molestias afectaran mi estado de animo o me impidieran el disfrutar de los paisajes, gastronomía, el trato con las gentes de los lugares por los que pasaba, y de la soledad de mi Camino.
Peregrinos especiales
Cuando por fin llegue al albergue de Puente la Reina con la ilusión de encontrarme a otros peregrinos, el tumulto me desbordo y por un momento pensé buscar un hostal; estaba el ambiente raro pues un grupo de franceses se habian hecho dueños y aunque en teoria sobraban camas lo tenian todo acaparado, y los curas que llevan el albergue por no discutir prefirieron habilitar un local anexo para el resto (el unico inconveniente era que para ir al baño y a las duchas había que salir a la calle); como en estas situaciones lo mejor es no perder la compostura y el buen humor decidí quedarme aceptando de buen grado lo que me ofrecían. Esa tarde noche hice migas con dos vascos mayores compartiendo mesa y conversación durante la cena, situación que se repitió a menudo hasta después de llegar a Santiago.
En los días sucesivos también haría amistad con un alemán a pesar de que el no hablaba español ni yo alemán, haciendo bueno el dicho de que si dos quieren entenderse los idiomas no suponen obstáculo, también hice amistad con un grupo de brasileños que se habían conocido en el Camino.
Como no hubo mas contrariedades, el grupo de franceses seguía en su tónica, acaparando todo, exigiendo silencio a las nueve de la noche y despertando con sus preparativos a todo el mundo a las cinco de la mañana, y siendo los primeros en llegar a los albergues a pesar de la avanzada edad de muchos del grupo; hasta que a fuerza de caminar y el pasar de los días nos constató que disponian de vehiculos.
Ya en Santo Domingo de la Calzada fue el detonante, a las cuatro de la tarde (hora en que llegamos mis amigos y yo) nos encontramos el albergue completo y nos ofrecieron dormir en el suelo del frontón, en vista de que dicho grupo estaba dentro y de que también había ciclistas alojados, me dirigí al hospitalero expresándole que en otra situación estaría encantado de dormir en el suelo pero que ese día no lo podía aceptar, pues en teoría teníamos preferencia sobre los ciclistas y me ofrecí para señalarle a los integrantes de dicho grupo que hacia el camino en coches, cuestión que confirmarían mis compañeros y otros peregrinos.
Dicho hospitalero no quiso entran en materia alegando que él era objetor y que no podía hacer otra cosa, así las cosas decimos irnos a buscar un hostal alojándonos al final en la hospedería de las monjas, y acortar la etapa del día siguiente lo bastante para no volver a coincidir con el dichoso grupo.
Como toda contrariedad en el Camino tiene su lado positivo, aprovechamos para hacer la colada en la lavandería de la hospedería donde nos la plancharon, y dormir a pierna suelta hasta las diez de la mañana.
Otro detalle también escabroso nos paso en Burgos, donde nos sentimos monitos mientras enseñaban las instalaciones de los barracones a un grupo de gente (muy elegantemente vestidos ellos y ellas) a los que no importaba el que estuviéramos en las duchas o en paños menores.
En Hornillos también se repitió la situación de que ciclistas a las dos de la tarde ocupan camas y otros a pie tienen que dormir en el suelo pagando lo mismo.
Normas que de poco valen
Hay cosas que después de haber hecho el Camino en bicicleta y a pie no entiendo; partiendo de la base que se expone en la credencial de que el peregrino no tiene derecho a nada por su condición (cosa lógica), también se exponen una serie de normas y preferencias que nadie se preocupa de hacer cumplir.
No tengo nada contra los hospitaleros y menos con los voluntarios u objetores, pero me parece que para charlar con los peregrinos no tienen necesidad de aceptar las responsabilidades de estar al frente de un albergue.
Por otra parte, encuentro que es una pena la masificacion que se está produciendo y que producen situaciones esperpénticas donde no importa llamar a la puerta del domicilio de un alcalde, de la Guardia Civil convencidos de la obligación de que alguna institución o entidad tiene obligación de resolverles cualquier desacuerdo o contrariedad que se les presente.
Estoy totalmente de acuerdo con las crónicas que tenéis en vuestra pagina, especialmente la del Espíritu del Camino. Mis reflexiones y experiencias personales que tengo anotadas en un diario las reservo para mi intimidad, primero porque aburriría al lector mas paciente y segundo porque soy de la opinión que el Camino hay que vivirlo y las sensaciones son particulares de cada peregrino.
Peregrinos-ciclistas en la meseta cerealística. Foto Miguel Moreno-guiarte. Copyright