Barcelona, 15 de febrero de 2012
Eugène Delacroix cuestionó la necesidad del tema en la pintura. Según él, lo que provocaba emoción en un lienzo eran sus valores plásticos —materia, luz, color—, más allá de las escenas que se representan. Dar a conocer esta nueva imagen de Delacroix, alejada de su asociación con las grandes composiciones de tema histórico, como un revolucionario enfrentado a las rígidas convenciones del arte neoclásico, es uno de los objetivos de Delacroix (1798-1863).
La exposición organizada por la Obra Social ”la Caixa” y el Museo del Louvre es la más completa realizada jamás sobre la trayectoria del pintor francés en España. Reúne más de 130 obras procedentes de colecciones públicas y privadas de Europa y América, que permiten reconstruir la evolución del artista, desde sus inicios, cuando buscaba la inspiración en creaciones artísticas y textos literarios, hasta la etapa final, marcada por la síntesis del conjunto de su obra.
Uno de los atractivos es poder contemplar obras que se han convertido en referentes de nuestra cultura visual, como Grecia expirando sobre las ruinas de Missolonghi, uno de los bocetos de La muerte de Sardanápalo, o Mujeres de Argel en sus habitaciones, que Delacroix pintó de resultas del viaje que hizo por el norte de África en 1832, pasando por diferentes ciudades españolas. Este viaje le influyó profundamente, y la exposición también ahonda en el vínculo de Delacroix con España.
Junto a los óleos de gran formato, se muestran bocetos, dibujos, acuarelas y grabados que ofrecen un testimonio de la vida interior del artista y lo aproximan a la sensibilidad contemporánea.
Delacroix (1798-1863), comisariada por Sébastien Allard, conservador del Departamento de Pintura del Museo del Louvre, estará en Barcelona del 15 de febrero al 20 de mayo de 2012.
La exposición supone la culminación del acuerdo de colaboración entre la Obra Social ”la Caixa” y el Museo del Louvre, suscrito en el año 2009. Gracias a este acuerdo, ya se han podido ver en los diferentes centros CaixaForum exposiciones como Rutas de Arabia, Tesoros arqueológicos de Arabia Saudí, Príncipes etruscos y Otro Egipto. Colecciones coptas del Museo del Louvre. Ahora, la inauguración de Delacroix (1798-1863) marca el inicio de los actos de celebración del décimo aniversario del prestigioso Centro Cultural del ”la Caixa” en Barcelona.
La exposición convivirá a partir del 16 de marzo con otra amplia retrospectiva sobre Francisco de Goya a partir de los fondos que atesora el Museo del Prado. De este modo se relacionarán estas dos figuras, precursoras innegables de la modernidad, cuya trayectoria tuvo puntos en común. Y es que precisamente, con esta muestra se descubrirá a una nueva generación de espectadores la relación del pintor francés con España. Durante el viaje que realizó a Marruecos en 1832, Eugène Delacroix hizo diversas escalas en España: Algeciras, Cádiz y Sevilla. «Todo Goya palpitaba a mi alrededor», escribió a su amigo Pierret, manifestando su precoz interés por el arte de la península Ibérica. De hecho, Delacroix fue uno de los primeros en Francia en conocer los Caprichos de Goya.
Más de 130 obras para descubrir las múltiples facetas del genio
Esta gran retrospectiva propone una visión completa de la obra de Delacroix y de su evolución pictórica, recorriendo las diferentes etapas de su producción, desde las primeras obras, que buscan la inspiración en el museo, hasta la etapa de madurez, en la que el artista repite los temas que trabajó anteriormente, con otra perspectiva, poniendo especial énfasis en sus obras de historia, así como en las de inspiración oriental.
Además de las obras procedentes del Museo del Louvre, la exposición cuenta con numerosos préstamos de instituciones de todo el mundo —Galería de los Uffizi (Florencia), The National Gallery (Londres), The Metropolitan Museum of Art (Nueva York), Musée d’Orsay (París), The Art Institute of Chicago, The British Museum (Londres) o el Musée des Beaux-Arts (Burdeos)—, así como de colecciones privadas.
El conjunto muestra que el pintor francés conocía profundamente la tradición pictórica de los encargos oficiales y de los temas heroicos de la historia y de la religión, y cómo la reinventó antes de confrontarla con la revolución del realismo a partir de mediados del siglo XIX. También se centra en aspectos menos conocidos de la producción del artista. El retrato constituye uno de ellos: el gran Retrato de Louis-Auguste Schwiter, que sedujo tanto a Degas que lo compró, muestra el genio del maestro en este campo.
El autorretrato también ofrece un interesante campo de análisis, dado que Delacroix solo realizó tres enteramente de su mano, todos ellos presentes en la exposición: el famoso Autorretrato con chaleco verde y el Autorretrato como Ravenswood, los dos del Louvre, y el Autorretrato ejecutado hacia 1842, procedente de la Galería de los Uffizi de Florencia.
ÁMBITOS DE LA EXPOSICIÓN
Delacroix y el modelo
En la época de Delacroix, el desnudo constituía la piedra angular del aprendizaje artístico. El ciclo de María de Médicis de Rubens, en el Louvre, proporcionó al joven pintor un modelo a seguir. En esta sala se exponen varios estudios que ponen de relieve la originalidad de Delacroix al anteponer la fascinación por la luz y el color de la carne femenina a la precisión anatómica.
Las tres versiones del retrato de Aspasia suponen una extraordinaria investigación sobre el color. El reto es reproducir la luz y la textura de terciopelo de la piel de la mulata. Para conseguirlo, Delacroix marca con un marrón más oscuro ciertas partes del cuerpo, como las axilas o el dorso de la mano, desatendidas en el desnudo académico. Además, se recrea en el contraste entre el marrón de la piel y el rojo intenso de los labios. Si comparamos los tres retratos, podremos comprobar que el rostro y el cuerpo interactúan con el fondo coloreado, que pasa de rojo en la versión más antigua, a verde en la más moderna.
Las ilustraciones de Fausto
La literatura representó para Delacroix una poderosa fuente de inspiración. Una de sus principales obras como litógrafo fueron diecisiete planchas para Fausto de Goethe (1828), que proponen una lectura muy personal de esta obra.
Delacroix se aleja del texto original, deja de lado los amores entre Fausto y Margarita, y se centra en la relación entre Fausto y Mefistófeles, su doble maléfico. A lo largo de la serie, la imagen de Fausto se identifica cada vez más con su diabólico mentor, hasta el punto de llegar a confundirse con él en la escena de la seducción de Margarita.
El retrato y la influencia británica
Entre los años 1820 y 1830, la obra de Delacroix denota una fuerte influencia de la pintura inglesa, sobre todo a partir del viaje que realizó a Londres en 1825 y después de haber conocido al pintor Sir Thomas Lawrence. Delacroix interpreta el retrato británico de acuerdo con su propia personalidad pictórica. La obra más relevante de este periodo es el retrato del barón Schwiter (1826). Como en muchos retratos ingleses de la época, la pintura aspira a captar el carácter del barón, que aparece de pie, en un parque. Pero en vez de reproducir una actitud falsamente distendida, Delacroix privilegia los aspectos formales y, mediante la indumentaria, realza su sentido aristocrático.
El gusto romántico por el disfraz se manifiesta especialmente en el retrato del barítono Barroilhet vestido de turco o en el autorretrato del artista como Edgar Ravenswood, el protagonista de la novela de Walter Scott La novia de Lammermoor (1819).
La inspiración literaria
La imaginación de Delacroix necesita estímulos. «Lo que hace falta para encontrar un tema, sería abrir un libro capaz de inspirar y dejarse llevar por la disposición del momento», escribió en su Diario. En la década de 1820 a 1830, estos estímulos le llegan a través de la literatura. Pero no basta con ilustrar una narración: el artista transcribe las emociones que le provoca la lectura. Más adelante, la sola visión de los colores de la paleta será suficiente.
Delacroix irrumpe en los Salones de dicha década con audacias estilísticas que revolucionan la pintura de historia. Al mismo tiempo que exalta la materia de la pintura, renueva sus temas a partir de lecturas de literatura antigua y moderna: junto con Dante, Cervantes o Milton, las novelas de moda de Chateaubriand o de Walter Scott. Lord Byron se convierte en una figura tutelar para el artista, que le sugiere temas exóticos, como Sardanápalo o el combate de Giaur y Hassán, y le proporciona una visión de la historia contemporánea.
El drama de Grecia
«¿Quién se pondrá al frente de tus hijos dispersos? ¿Quién te liberará de una esclavitud a la que estás demasiado habituada?», escribió Lord Byron en su poema narrativo Las peregrinaciones de Childe Harold (1812-1818), tras su primer viaje a Grecia en 1810. Las ideas de Byron calaron hondo en Delacroix, que dedicó varias obras a la guerra de independencia griega. En esta sala se pueden contemplar una acuarela y un estudio de La masacre de Quíos (1824), que evoca la matanza de 20.000 griegos y el sufrimiento de las mujeres y niños supervivientes.
En 1826 Delacroix pintó Grecia expirando sobre las ruinas de Missolonghi. La obra estaba destinada a una gran exposición en beneficio de los revolucionarios griegos, y representa la heroica resistencia de los habitantes de Missolonghi. Es también un homenaje a Lord Byron, que murió en esa ciudad en 1824.
Recuerdos del viaje a Marruecos
En 1832 Delacroix participó en una misión diplomática francesa en el norte de África, acompañando al conde de Mornay en su visita a Abderramán, sultán de Marruecos. En el transcurso de ese viaje realizó varias escalas en ciudades españolas: Cadis, Sevilla y Algeciras.
En su cuaderno de viaje, Delacroix tomó una gran cantidad de notas del natural, lo que le permitió perfeccionar la técnica de la acuarela. Este periplo norteafricano proporcionó al artista un inagotable repertorio de temas y motivos, en los que trabajó hasta el final de su vida. Algunas obras de pequeño formato, como Una calle en Mequinés, respiran frescor e inmediatez.
La gran decoración
A mediados de la década de 1830, la actividad de Delacroix se multiplica con la realización de grandes decoraciones para edificios públicos, por encargo del Estado: el Salón de Rey y la biblioteca del Palacio Bourbon (actual sede de la Asamblea Nacional francesa) y la biblioteca de la Cámara de los Pares.
En 1849 realizó el techo principal de la galería de Apolo en el Louvre, de cuya obra se presenta un boceto.
Medea y San Sebastián
A finales de la década de 1830, Delacroix vuelve al clasicismo y pinta grandes óleos de tema mitológico y religioso. Realiza varias versiones de Medea, donde la esposa de Jasón aparece con gesto salvaje, puñal en mano, poco antes de asesinar a sus hijos, y de San Sebastián, donde el santo aparece exánime, mientras santa Irene le retira las flechas del martirio. Ambas obras revelan la influencia de los maestros Andrea del Sarto, Rubens y Van Dyck.
La soledad de Cristo
El sentimiento religioso no es muy relevante en la obra de Delacroix, y la crítica de su tiempo se lo reprochaba. Sin embargo, la figura de Cristo ocupa un lugar muy destacado en su producción.
Delacroix veía en la imagen de Jesús crucificado al individuo enfrentado al destino y la muerte. Sus Crucifixiones se centran en la soledad de Cristo. El pintor interpreta la Pasión como un drama humano lleno de dudas, sufrimiento y resignación.
Series y variaciones
En 1847 Delacroix retoma su diario, interrumpido en 1824. Mientras trabaja en varios proyectos de pintura decorativa, reflexiona sobre su obra y recupera temas literarios que había tratado veinte años atrás. Ahora se muestra crítico con Byron, aunque este le inspira El naufragio de Don Juan o La novia de Abidos. Realiza una serie sobre El rapto de Rebeca, inspirada en el Ivanhoe de Walter Scott, así como diversas variaciones en dibujo, pintura y grabado a partir de un tema shakesperiano: Hamlet y Horacio en el cementerio.
La caza de los leones: el poder del boceto
La Exposición Universal de París de 1855 encumbró a Delacroix, que presentó en sus salas una retrospectiva de treinta y cinco obras. Sobresalía especialmente un cuadro de enormes proporciones, La caza de los leones, en el que retomaba sus investigaciones sobre la pintura de animales. El lienzo se inspira en Rubens: Delacroix quería presentarse a los ojos del mundo como el sucesor del pintor flamenco.
Anticipándose a la modernidad pictórica, Delacroix antepone la fuerza de la expresión a la perfección formal.
El paisaje, entre la materia y el espíritu
La tentación de la pintura pura está siempre presente en la obra de Delacroix. ¿Cómo un arte tan material puede llegar al alma del espectador y transmitirle tan profundas emociones? En sus escritos, el artista habla del «acuerdo mágico» que permite a la pintura apoderarse de quien la contempla.
A partir de 1850, paisajes y estudios atmosféricos cobran una importancia creciente, como si el pintor sintiera la necesidad de comprender y explicar este fenómeno. Delacroix pasa temporadas en Dieppe, Normandía. El contacto con el paisaje marítimo le permite experimentar nuevas sensaciones y plasmarlas en el lienzo a través de sombras coloreadas y reflejos que anticipan la búsqueda luminosa de los impresionistas.
Eugène Delacroix. Boceto de la Muerte de Sardanápalo, 1826-1827, óleo sobre lienzo, 81 x 100 cm, © 2009 Musée du Louvre / Erich Lessing
Eugène Delacroix. Autorretrato con chalecho verde, 1837, óleo sobre lienzo, 65 x 54,5 cm. Musée du Louvre. 2010 Musée du Louvre / Angèle Dequier
Eugène Delacroix. Mujeres de Alger en su aposento, 1834, óleo sobre lienzo, 180 x 229 cm, Musée du Louvre. 2009 Musée du Louvre / Erich Lessing