Si empezamos por la plaza del Obradorio, lo primero que llama la atención es esa fachada de barroco flamígero que se alza bella y caótica hacia el cielo.
La base arranca de unas espectaculares escaleras hechas en el final del siglo XVII, con tres tramos de escalones y una monumentalidad que la hacen sin parangón en España. Desde el fin de la escalinata hacia arriba ya es todo de Casas y Novoa, que entre 1738 y 1750 recubrió la portada original románica con un añadido genial. Aún se pueden ver disfrazadas a las torres románicas, las cuales se prolongan por niveles decrecientes, llenos de decoración en la que no faltan obsesivamente las volutas.
El cuerpo central no queda atrás en decoración, estatuaria y uso de formas barroquizantes. Es tal el cúmulo de barroco que por un momento el viajero piensa que no hay elemento alguno románico en el interior. Esa impresión se desvanece sólo con entrar.
Pero si seguimos adelante pasamos ante el Palacio de Gelmírez, obra románica de aquel arzobispo que tanto impulsó la ciudad en el siglo XII. Luego subimos a la plaza de la Azabachería, pasando por una escalera con la recubierta medieval, a la sombra de la cual no suele faltar algún artista ambulante que desgrana sones de sabor antiguo, y recolecta unas monedas para sufragar su viaje.
La puerta de la Azabachería era por donde llegaba el camino Francés. Allí había en el siglo XII una fuente donde cabían 15 peregrinos, que se lavaban antes de entrar al templo catedralicio. Alrededor había un mercado y tiendas de artesanos que trabajaban el azabache. La puerta románica se llamaba Puerta de Francia, pero fue destruida en el XVIII para ubicar un portal neoclásico.
Si seguimos rodeando en el sentido de las agujas del reloj podemos descubrir en la esquina un templo pequeño, de triple ábside, es la iglesia de la Corticela.
Ya en la plaza de la Quintana está la Puerta Santa, que se abre sólo en los años santos. Es una portalada de escasa calidad, geométrica, donde se han situado numerosas estatuas que procedían de la puerta de Francia.
Más llamativa es la contigua torre de la Trinidad o del Reloj, poderosa, dominadora de este espacio. Es barroca, terminada en el XVIII por Domingo de Andrade.
Siguiendo el paseo se accede a la plaza de Platerías, donde se halla la fachada sur de la catedral, con portada de doble arco y su tímpano lleno de relieves de la vida de Cristo. Se ha identificado a su escultor con uno de los de San Isidoro de León. La presencia de Arcos polilobulados también vincula la puerta a otras obras españolas.
Toda la obra adquiere una mayor relevancia al estar sobre una escalinata, que prolonga el espacio de la plaza hacia la Casa Deán, otro de los magníficos edificios del siglo XVIII.
Ya en Platerías, el visitante puede retornar hasta la Plaza del Obradoiro para completar el giro, o bien toma dirección adelante hacia la calle del Villar o del Franco, para sentarse en un mesón y degustar otro arte, el de la cocina. La felicidad también se fragua en la taberna.
Puerta de Azabachería. Foto guiarte
La famosa Puerta Santa. Foto guiarte.