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Júlio Quaresma. Arqueologías Comestibles

Valencia, 11 de noviembre de 2014
En la obra de Quaresma no se plantea ningún relato moralizador, y en su imaginario no parece que tenga sentido la apelación a la miseria de la vanidad. En sus pinturas no se trata tanto de un cuestionamiento de la presencia del hombre sino de una alegoría de la diferencia, un sutil cuestionamiento de la mirada etnocéntrica que trazó el mito del otro salvaje.

El protagonismo inquietante de la máscara en su concepción de la naturaleza muerta retoma aquella alteridad que impulsó a la vanguardia histórica pero que, en buena medida, quedó sublimada o deformada en una perspectiva en la que no había una reflexión crítica sobre los procesos de catalogación y exclusión cultural.

Por medio de la máscara, Quaresma invoca la potencia de lo pretendidamente primitivo, nos introduce en la ritualidad africana. Establece una rara (dis)torsión de ese género que se ocupa de la pintura de los objetos que no se mueven. Porque si la máscara “rigidifica” el rostro, no deja de estar asociada a un ritual, a una performatividad excepcional. Estos curiosos objetos están llenos de fuerza e intensidad, por lo que se crea así una nueva historia dentro de una composición, cuya atmósfera sensual está siempre presente.

La máscara no es una realidad “autónoma” si no que forma parte de un conjunto de ritos y mitos, que interviene en momentos festivos o en sacrificios, que marcan lo excepcional y afectan a la vivencia cotidiana. Esos “objetos” que condicionan, en todos los sentidos, la vida de los sujetos están colocados junto a lo que nos alimenta y adquieren un tono inquietante, como si las naturalezas muertas dejaran de lado lo decorativo para imponer un tono cuestionador.

Quaresma introduce en su pintura un repliegue conceptual, junto a la rotunda realidad de la máscara la también inquietante cualidad de la carne. Esa carne sedimenta la historia de muerte, violencia, sacrificio y cacería que atraviesa la tradición de la pintura. Sin duda, los bodegones de Quaresma también nos presentan lo sabroso sin dejar de introducir la inquietud o extrañeza de la máscara, los signos de la vida y de la desaparición, lo que nos alimenta y también aquello que tememos, lo material y eso que tal vez nos ponga en contacto con lo sagrado.

Los planos teatrales de la pintura de Júlio Quaresma funcionan como un velo, atrapando nuestros deseos, sugiriendo que estamos ante un enigma; medita sobre un género tradicional de la pintura al mismo tiempo que introduce algo ajeno a esa tradición como es la máscara africana sin perder de vista en su “exceso de lo comestible” la condición tremenda de los desfavorecidos de la tierra.

Júlio Quaresma. Arqueologías Comestibles
Instituto Valenciano de Arte Moderno. IVAM
Guillem de Castro, 118, Valencia
Hasta el 6 de enero de 2015

African Mars Archaeologies, 2012. Julio Quaresma.

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Diálogo de cornos, 2012. Julio Quaresma.

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O Banquete, 2014. Julio Quaresma.

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