Málaga, 13 de diciembre de 2012
La exposición del Museo Picasso de Málaga afronta esta ambigüedad semántica y cultural del objeto que en ella se analiza, asumiendo su condición heterogénea, en la que se citan bruscamente el desprecio y la piedad, la risa y el llanto, la empatía y el escarnio, el espanto y la ternura; al fin, el rechazo y el abrazo ante lo que somos.
La muestra (que podrá visitarse hasta el 10 de febrero de 2013) sigue tres caminos de génesis y maduración; tres «versiones» culturales de lo grotesco: la que se define bajo ciertas formas de la ornamentación, la que se asoma al abismo para ver que nada nos sostiene y la que combate con risas la propia necedad de lo humano.
El grotesco ornamental tiene el privilegio de ser el que da nombre a estos dominios de la sensibilidad moderna. La anécdota de su procedencia se sitúa en las últimas décadas del siglo XV y bajo el suelo de Roma, donde se descubren –como formando grutas— las paredes pintadas de la Domus Áurea edificada por el emperador Nerón en el siglo I. Se encuentran en estos muros imágenes ingrávidas de seres híbridos, además de composiciones de arquitectura inverosímil. A partir de este hallazgo, las alusiones al estilo pompeyano se extienden progresivamente por toda Europa, por sus países y por sus siglos.
El segundo linaje de lo grotesco nos asoma a los vértigos de la falta de sentido, llevándonos desde Bruegel hasta los simbolistas y los dadaístas. Esta tradición atraviesa las exigencias que para el humano occidental han satisfecho el carnaval, la máscara, el travestismo o el juego de la verdad y la mentira. Lo grotesco abismático nos descubre, con una carcajada, que ya nada nos ampara, que no somos más que hijos de Prometeo haciendo frente al vacío.
Lo grotesco cómico posee una orientación más social y moral. Se encuentran aquí la comedia y la sátira, pero también variaciones modernas de la risa social, como la caricatura o la larga tradición de lo burlesco, que culminará en el cine mudo de los cómicos de las primeras décadas del siglo XX.
Hoy lo grotesco continúa impregnando cada pliegue de lo humano en sociedad. Se podría decir que incluso lo toca todo hasta volverlo vulgar o ridículo. En el filo del siglo XXI, pareciese que, más que nunca, lo grotesco ha alcanzado sus más altas cimas: desde ellas caemos cada día.
El factor grotesco reúne más de 270 pinturas, esculturas, dibujos, grabados, libros, documentos y fragmentos de películas, obras de 74 artistas reconocidos entre los que se encuentran Francis Bacon, Louise Bourgeois, Otto Dix, James Ensor, Max Ernst, José Gutiérrez Solana, Victor Hugo, Paul Klee, Willem de Kooning, Roy Lichtenstein, René Magritte, Man Ray, Franz Xaver Messerschmidt, Juan Muñoz, Meret Oppenheim, Pablo Picasso, Richard Prince, Juan Sánchez Cotán, Antonio Saura, Thomas Schütte, Cindy Sherman, Leonardo da Vinci, Bill Viola y Franz West.
La exposición incluye una sección de imágenes en movimiento, que incluye fragmentos de las películas El botones (1918, Buster Keaton y Fatty Arbuckle), El jorobado de nuestra señora de París (1923, Wallace Worsley) y Bedlam (1946, Mark Robson), así como algunos metrajes de Georges Méliès. La selección muestra como desde sus inicios el cine incluyó lo grotesco (lo burlesco) en su modo moderno de contar historias y varios directores participaron de esta mentalidad.
A Gathering of Thirty-five Expressive Heads. Louis-Léopold Boilly (1761-1845)