París, 19 de septiembre de 2016
Los vestigios se hallan en una solitaria meseta erguida sobre el valle que delimita la frontera turco-armenia. Allí perviven viviendas y edificaciones religiosas y castrenses, en una estructura urbanística típica de la Edad Media, que se fue configurando a lo largo de los siglos bajo la soberanía de diferentes dinastías cristianas y musulmanas.
Ani alcanzó su máximo esplendor entre los siglos X y XI, cuando fue capital del reino armenio de los Bagrátidas. Entonces superó los 100.000 habitantes y se engrandeció con magníficos edificios y templos. Se le llamó la ciudad de las 1000 iglesias, alguna de las cuales sigue en pie en parte y muestra la pericia de sus arquitectos. 
La ciudad se benefició del control que ejercía sobre uno de los ramales de la Ruta de la Seda. Posteriormente, bajo el sucesivo dominio de los bizantinos, selyúcidas y georgianos, conservó su rango de encrucijada importante del tráfico mercantil de caravanas.
La invasión mongola de 1239 y el devastador terremoto de 1319 asolaron la ciudad y precipitaron su decadencia. En el siglo XVIII quedó totalmente desierta, cuando los monjes dejaron el último monasterio. 
Según la UNESCO, Ani ofrece un amplio panorama del desarrollo arquitectónico medieval gracias a la presencia de casi todas las innovaciones arquitectónicas que emergieron en la región entre los siglos VII y XIII de nuestra era.
La zona delimitada del sitico de la UNESCO abarca 250.7 ha. Con un área de protección de 432.45 ha. Sobre el espacio solitario y abandonado emergen restos de las fortalezas, de la catedral, dedicada a la Virgen María o el esplendoroso ábside de la iglesia del Redentor… imágenes que muestran la grandeza del pasado y de la destrucción. 
Fortaleza de Ani. © Fahriye Bayram/Unesco
Interior de una antigua mezquita. © Fahriye Bayram/Unesco
Restos de la Iglesia del Redentor. © Fahriye Bayram/Unesco
Restos de una iglesia excavada en roca. © Fahriye Bayram/Unesco