Madrid, 26 de noviembre de 2013
Jerónimo de Ayanz y Beaumont 1553 – 1613) -autor del texto- fue además un personaje polifacético con actividades muy distintas, desde la milicia a la pintura, la música o la cosmografía. Desarrolló numerosas invenciones con fines militares e industriales, tales como tipos de hornos o campanas para buceo.
En el plano militar, destacó en lugares claves como Francia, Túnez o Flandes... de modo que su vida llena de intensidad inspiró alguna página literaria al propio Lope de Vega.
El texto que ha sido incorporado ahora a la Biblioteca Nacional fue publicado torno a 1600 por este inventor navarro, comendador de ballesteros de la Orden de Calatrava, en el que describe sus ideas en torno a la utilización industrial de la energía del vapor mediante una serie de ingenios.
Estas ideas serían desarrolladas posteriormente por Ayanz en un memorial que dirigió a Felipe III, en el que solicitaba la concesión de un privilegio de invención para sus ingenios; en 1606 se le otorgó dicho privilegio, en lo que constituye la primera “patente” de una primitiva máquina de vapor.
El impreso, encuadernado en pergamino moderno, consta de ocho hojas tamaño folio e incluye siete dibujos en los que Ayanz ilustra sus planteamientos. Se trata del único ejemplar conocido de la obra.
El origen de las invenciones de Ayanz se encuentra en su nombramiento en 1597 como administrador general de las minas del reino. Ayanz recibió el encargo de viajar por España para comprobar el estado en el que se encontraban las minas españolas y de plantear soluciones a los problemas que detectara. Dicho viaje fue determinante para el desarrollo de sus ideas respecto al empleo industrial del vapor.
Pese a la concesión del privilegio de invención, la aplicación de las máquinas ideadas por Ayanz no obtuvo mucho interés. No obstante, la significación de sus trabajos es enorme: de un lado, hasta entonces la energía del vapor sólo había sido objeto de juegos y curiosos experimentos; de otro, la siguiente “patente” de un ingenio de vapor no se concedió hasta casi un siglo después, la otorgada el inglés Thomas Savery.
El ejemplar, el único conocido de la obra, fue de carácter privado y de circulación muy restringida.
Uno de los folios del impreso, en el que se pueden ver dibujos explicativos sobre el planteamiento ideado por Ayanz.