Barcelona, 8 de julio de 2015
Esta exposición de Alfons Borrell (Barcelona, 1931) manifiesta la imposibilidad de entender la obra del catalán como un proceso cerrado, estático y concluyente. La pintura de Alfons Borrell exige al espectador formas de experimentación más que códigos de interpretación. La selección de los trabajos permite recorrer su obra a partir de dos características inseparables y que sustentan, de algún modo, la atención que las piezas reclaman: la primera es la constancia; la segunda, la intensidad.
Bajo el título Alfons Borrell. Trabajos y días se agrupan más de un centenar de obras que abrazan sesenta años de trabajo intenso y constante, a partir de una aproximación no cronológica que adopta la forma y la metodología de un ensayo, en siete ámbitos de estudio que permiten nuevas lecturas y confrontaciones y remiten a ciertas actitudes y posiciones de su autor hacia el arte como experiencia de vida.
A principios de los años sesenta, en plena dictadura franquista, Alfons Borrell participa en el denominado Gallot, un efímero gesto de rebeldía artística que se produce en la ciudad de Sabadell.
Borrell, instalado en el lenguaje de la abstracción, con una obra íntima y contenida, alejada por completo de las gesticulaciones públicas y las actitudes desafiantes de los miembros del grupo, atravesará este grupo de manera oblicua, con la angulación que le da su experiencia particular.
Esto da lugar a un antes y un después en la producción del artista: la obra abstracta de mediados de la década de los cincuenta, anterior a Gallot, y su producción posterior, que se consolida como un lenguaje propio a mediados de los setenta.
La muestra reúne varias piezas que muestran una actitud que aparece en toda la obra de Borrell, y que podríamos definir como un movimiento de apertura a la naturaleza, entendida como una fuerza dinámica en constante transformación. Ese movimiento se confronta con el de contracción y repliegue de otras obras del pintor. Es en este movimiento constante de apertura y cierre, de deseo y temor, donde encontramos la fuerza que rige la obra de Alfons Borrell.
La creación de un espacio de orden y contención en el seno de un lenguaje que se repliega sobre sí mismo es lo que, de alguna manera, proponen las obras de Alfons Borrell. La obra deja de estar llena de confidencias y experiencias exteriores y se manifiesta como una evidencia en su pura presencia autónoma. La renuncia al color y la utilización del blanco y el negro como únicos elementos, que se produce en sus trabajos de finales de los setenta refuerza esta actitud contenida y no evocativa. Borrell emprende una vía hacia el lenguaje de la abstracción de una radicalidad y una singularidad muy particulares en el contexto artístico del momento.
En el trabajo posterior de Borrell se evidencia la voluntad de acotar el espacio a partir de una forma cuadrada o rectangular. Esta manera de entender la obra como un espacio para recorrer sus límites constituye una constante en toda la producción de Borrell. Sus signos de acotación y medida son un medio de marcar una superficie, con frecuencia a partir de pequeñas líneas diagonales que atraviesan y delinean el espacio, o simplemente a partir de una línea vertical, que designa simbólicamente una presencia, o bien de una horizontal, que nos remite a la noción de horizonte.
El color, para Borrell, tiene una cualidad de agente invasor. En su obra, el color está íntimamente vinculado a una experiencia de luz. Se mueve y fluctúa como un sujeto autónomo. El color como materia sale de su marco y lo invade todo. En la obra del artista, el naranja tiene connotaciones simbólicas. Es un color que representa la luz, pero no la luz del crepúsculo sino la de la aurora, que da sentido a aquello que nace como forma de vida y de esperanza.
Alfons Borrell. Trabajos y días. Fundación Joan Miró.
Alfons Borrell. Trabajos y días. Fundación Joan Miró.