Por Tomas Álvarez, León, mayo 07.
José Luis García Grinda ha hecho ahora una aportación excepcional al conocimiento y valoración de la arquitectura popular con su trabajo relativo a La Cabrera, editado por el Instituto Leonés de Cultura; su trabajo es una auténtica joya que pone en valor un patrimonio casi desconocido e insuficientemente valorado.
En el extremo suroeste de la provincia de León, al sur del Bierzo y al norte de las tierras de Sanabria, hay un país alejado de autopistas y ferrocarriles, un territorio apenas poblado y lleno de belleza; un paisaje de montes recubiertos de robles y matorrales, rasgado por profundos valles, en los que se asientan pequeños pueblos, que aparecen ante nuestra mirada como minúsculas sinfonías de techos de pizarra.
Pero cuando nos acercamos a esos núcleos descubrimos el valor de una rica arquitectura tradicional basada en los materiales del entorno, en la que brillan las ingeniosas soluciones que el hombre ha ido dando a través de los tiempos a los problemas constructivos más variados.
La casa cabreiresa más antigua es de una sóla planta, pero la más típica es la de corredor, con dos alturas y escalera de acceso exterior. El piso inferior era habitualmente área de trabajo y de ubicación de los animales domésticos, en tanto que la planta elevada correspondía a la vivienda.
Esa arquitectura ha ido enriqueciéndose con el paso de los años. En las construcciones más humildes y primitivas aún podemos hallar los rasgos constructivos de hace 2000 años, sacados a la luz por exploraciones arqueológicas de los viejos castros. Pero las construcciones más primitivas coexisten con otras de técnicas más avanzadas, que fueron adquiriendo mayores alturas y refinamientos, a medida que avanzaron los tiempos.
García Grinda recopila –mediante una fabulosa colección de fotografías- los distintos tipos arquitectónicos, los materiales constructivos, y las soluciones variadas para la construcción de escaleras, ventanales, portones, hornos, chimeneas...
En su exposición se ve cómo las cubiertas de paja –las habituales desde la prehistoria a la la primera mitad del XIX- fueron sustituidas paulatinamente por la pizarra, especialmente cuando se construyeron casas de dos alturas.
La Cabrera es una tierra económicamente austera y pobre. Sus suelos son escasamente productivos, aunque ahora se está obteniendo de ellos gran rentabilidad mediante la extracción y comercialización de pizarra, actividad que tiene ciertos detractores por las heridas que genera en el paisaje por tajos y escombreras.
Esa pobreza, que envió a las gentes a la emigración, hizo que quedaran pueblos enteros –Villar del Monte es un magnífico ejemplo- con una valiosísima arquitectura tradicional prácticamente intacta. Eso los convierte hoy en lugares de gran atractivo cultural y turístico. El abandono ¡Oh paradoja! les ha permitido llegar a nosotros cargados de interés, valor y belleza.
No obstante, hay que hacer mención del efecto perverso de la incultura y los “nuevos ricos” que retornan al viejo hábitat y construyen horrorosas modernidades que desentonan y empobrecen el valor de conjunto de los pueblos. Arquitecturas horrorosas de fibrocemento o ladrillo, revestimientos de azulejos o de piedras de “quiero y no puedo”, es decir de esas lajas de colores inadecuados que se pegan con cemento sobre la fachada, sin orden ni concierto, y que son un atentado al buen gusto.
A veces no sólo son los particulares, sino los propios ayuntamientos o instituciones publicas quienes ponen esos edificios inadecuados en medio de los poblados. Es el símbolo de la modernidad más cutre.
José Luis García Grinda finaliza con una exposición de las aberraciones constructivas modernas y propone criterios de construcción y conservación.
El libro es una joya para el conocimiento de la arquitectura tradicional, pero especialmente es valioso para La Cabrera. Sería recomendable que la Diputación leonesa lo entregara a todos los niños de La Cabrera e incluso a todos los hogares (apenas habrá unos mil vecinos en el territorio) para que en cada uno de ellos se valore y conserve ese horno volado, esa rústica chimenea, la ventanilla del portón, la vieja cerradura hecha por el herrero, la balconada de madera... Sería bueno divulgar entre los cabrerireres esa obra, para explicar colectivamente que “eso” que tienen desde antiguo es digno de preservar, nunca de sustituir por uralitas o bloques de cemento...
La provincia de León tiene grandes joyas arquitectónicas, románicas, góticas... hasta gaudinianas. Pero tiene también unas joyitas ocultas, escondidas y escasamente valoradas. El libro de La Cabrera, Cuadernos de Arquitectura, nos alerta de que no sólo hay que conservar las gárgolas y ventanales de las grandes iglesias, sino la arquitectura rural de la Baña, Truchillas, Forna, Villar, Pozos, Trabazos, Pombriego, Corporales, Truchas, Benuza, Odollo, Manzaneda, Robledo, Llamas... de todos los pueblos de La Cabrera.
Un gaitero toca en el pueblo de Corporales. Guiarte Copyright
Pajar en Villar del Monte. Guiarte Copyright
Granizo en Forna. Guiarte Copyright
Casa en Villar del Monte con su chimenea recientemente restaurada. Guiarte Copyright
A la izquierda barrio viejo de Forna. A la derecha casas de corredor en Villar del Monte. Guiarte copyright