La Cepeda, noviembre de 2008
Como en muchas otras zonas y pueblos, también entre las gentes de La Cepeda existía la tradición de nombrar con un apodo a la sus convecinos, en algunos casos para diferenciar a las personas que coincidían en nombre y apellidos, en otros por razón de su oficio, a veces con mala uva y en algunos casos, heredados. Los cepedanos se conocen entre ellos no por apellidos, sino por apodos o motes que, con frecuencia, han heredado de sus progenitores o de lejanos ascendientes. El apellido apenas si aparece, si no es en actos oficiales.
Recuerdo mi sorpresa infantil cuando, en la reunión del concejo, pasaban lista a los vecinos llamándolos por nombre y apellidos, en lugar del apodo.
Por el nombre "de pila" identificaban en nuestros pueblos a mucho menos de un tercio de los varones y a dos tercios de las mujeres.
La costumbre de repetir en el hijo el mismo antropónimo del padre obliga en todas partes a hacer mutaciones en el significante para identificar a cada uno de los dos individuos. En la Cepeda, aparte de Pepe (José), Paco (Francisco), Toño (Antonio), Lola (Dolores) y pocos más, apenas si se utilizan los hipocorísticos tan frecuentes en el mundo hispánico.
Como en casi toda la geografía española se usa para el hijo pequeño homónimo del padre el diminutivo, siendo, al igual que en todo el dominio asturleonés el sufijo -ín / -ina el preferido para el pequeño, en sus primeros años. En Castilla es -ito /- ita en Aragón, -ico / -ica y en Andalucía, -illo / -illa.
Es frecuente que, en algunos casos, este diminutivo en -ín siga utilizándose durante toda la vida del individuo, e incluso, finado el individuo, identifique a la descendencia: "Los de Felipín de Vega", "los de Juanín de Quintana".
Sin embargo, a diferencia de otras regiones, predomina (o predominaba a finales del siglo XIX y comienzos del XX) el uso del aumentativo en -ón para las personas mayores (no tanto -ona para las féminas). El tío Tomasón, Beninón, Angelón, Salvadorón, etc. no eran peyorativos, sino identificativos de individuos cuyos hijos estaban ya casados.
Así, tenemos en un mismo pueblo, y referidos a adultos, Felipón, Felipe y Felipín; Pedrón, Pedro y Pedrín, etc. Y en pueblos próximos: Josepón el de Ábano y Josepín el de Sanfeliz.
Además, aparecen sufijaciones, y aumentativos, no siempre tienen carácter despectivo sino más bien apreciativo en La Cepeda: Pedruscos, Santones, Jesusón, Josepón, Quicón y varios Felipón (Quintana, Villar) eran personas muy apreciadas a mitad del siglo XX.
Aunque no siempre conocí a los individuos a las que se referían con esos nombres deformados, recuerdo el tono peyorativo al nombrar a Craudu (Claudio), Antón, Senete, Felipayo, etc.
Los apodos casi siempre tenían prioridad sobre los nombres en lenguaje familiar. Unos eran aceptados por el individuo o la familia y se decían "a la cara y sin tapujos": es el caso de los toponímicos Llanudicos, Tayuelos, Queimarrastros, Santidadaes, Arrastracarros, Vilortos, Ralengos, Gatiñosos o Barrosos y los gentilicios Morenos, Gitanos, Canallas, Cardadores, Faifumu, Melláu, Papa, Obispo, Pelosblancos, Reyes, Roisos, Talines. Otros sólo se decían "a la cara" y sin que se sintiera ofendido el identificado, en fiestas y reuniones distendidas: Tufas, Trampatuerta, Teixo, Ribancas, Raposo, Patapalo, Ojotuno, Menguy, Melucho, Lesnas, Fallés, Fanfarria, Diablo, Curvales, Chimineyu, Cuadrado, Corneta, Canseco, Barbastristes, Balandrán. Recuerdo la anécdota de una niña que, en su inocencia, dijo: "tio Lesnas, que dixo mio padre que si podía prestáye una vaca pa mañana", y recibió la respuesta: "diye al tio Canseco que sí, que ye la presto".
Finalmente he oído un sinfín de apodos más que se utilizaban siempre en ausencia del interesado y con ánimo ofensivo. De muchos de ellos desconozco a la persona identificada por el mote, pero, por respeto a las personas y familias así designadas, creo preferible omitir la lista en este pequeño artículo.
Germán Suárez Blanco