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La Conejera

Los responsables máximos de la Fundación Sierra Pambley, que ubicaron un centro de enseñanza en Villameca, conocían entre ellos a la zona como "El Tibet", y la realidad es que nuestra máxima exportación era la de servidores para las casas burguesas. Germán Suárez, evoca alguna característica de la zona en su artículo "La conejera"

"En la primera mitad del pasado siglo XX, la mayoría de los pueblos de La Cepeda y Maragatería, buena parte de la cosecha de centeno, trigo e incluso patatas la obtenían de los quiñones (parcelas de monte que se sorteaban entre los vecinos para su cultivo).

En Villarmeriel, por presiones de dos o tres "terratenientes"que poseían un rebaño y se consideraban a sí mismos como ricos, no se permitía echar "quiñones", reservándolo todo para el pastoreo. Por eso el hambre acechaba a casi todas las familias que tenían un montón de hijos -de seis a ocho era lo más frecuente-.

Hasta los años cincuenta no se comenzaron a labrar quiñones en Villarmeriel. Y sólo entonces desapareció el hambre.

Los ganaderos de Omaña (de zonas como Riello o Soto y Amío), llamaban a Villar "la conejera" porque de sus casas de piedra cubiertas por un techo de paja de centeno salía una manada de arrapiezos entre los que estaban seguros de encontrar algún pastor de 8 ó 9 años que, por casi nada y la manutención, pastorease sus cabras y ovejas.

También los ganaderos de La Cepeda -Vanidodes, Vega Magaz, Porqueros, Quintana...- encontraban en Villar pastores para su ganado. Pero el nombre de "la conejera" circulaba entre los de Omaña.

El ajuste solía ser por un año. La soldada anual, unos treinta o cuarenta duros. El vestido era por cuenta de la familia del pastor. El calzado "a romper" y la manutención, por cuenta del o de los ganaderos que lo contrataban.

Pero tengo el testimonio (1918) de alguien a quien, en Porqueros, pretendieron mandar al monte... ¡descalzo!: le dieron unas madreñas de madera (sin alpargatas ni calcetines) para que saliera del pueblo con ellas. Le dijeron que luego las guardara hasta la vuelta del ganado y que anduviera descalzo. Que así correría mejor detrás de las ovejas descarriadas. El muchacho se negó a hacerlo y se volvió para Villar.

Lo habitual era que no fuese uno sólo el dueño del rebaño. El sistema de "vecera" imperante en nuestras comarcas para guardar las ovejas y cabras, consistente en que cada familia ha de ocuparse de todo el rebaño un día por cada ocho reses (o seis en algunos casos) que envía al mismo, regía también para dar alojamiento y comida al pastor contratado.

Y no todos los amos se portaban del mismo modo con el pastorcillo. La merienda habitual para el monte era un buen mendrugo de pan -que había de compartir con el mastín encargado de defender el rebaño-, acompañado tal vez de un torrezno de tocino. A veces un bote de hojalata permitía al zagal ordeñar una cabra y beberse la leche a la que quitaba los pelos con una rama de urz (brezo) que usaba como colador. La cena y el desayuno consistían en una cazuela de patatas hervidas y sazonadas con grasa de cerdo o con sebo de rumiantes.

Pero había casas en que exigían que el pastor, una vez llegado del monte, se ocupase de tareas domésticas como pelar patatas, partir las berzas para pienso del ganado, etc. No tengo noticias de que en ningún caso se preocupasen de que el pastorcillo acudiera a la escuela nocturna ni de que aprendiese a leer. Germán Suárez Blanco

Villarmeriel, 2007. Tomás Alvarez. Guiarte Copyright

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