Una playa: la de Trece
El periodista Lalo Fernández Mayo, profundo conocedor de la comarca, nos hace cuatro semblanzas de la misma: Una playa.
El agua que rodea las costas gallegas, la que baña sus playas, está fría. Para los visitantes cuya referencia es el Mediterráneo, muy fría.
…Y aunque hay que diferenciar las temperaturas del Cantábrico (que llega hasta el límite entre las provincias de Lugo y A Coruña y son algo más cálidas), y las del Atlántico, desde el cabo de Estaca de Bares hasta la desembocadura del Miño, los bañistas que se internan en estos mares demuestran con sus gestos la impresión que les causa la frialdad del agua.
Pues la Costa da Morte está en el centro de la zona de aguas más frías de estas latitudes, que muy excepcionalmente llegan a los 20 grados. El pasado verano del 2013 ha sido una de esas excepciones. Pero mientras en las costas mediterráneas el mar recibe al bañista con 25 y a veces hasta 27 grados, por aquí arriba esos 20 grados son casi inmutables. Y si el visitante hace buceo deportivo, los 20 metros bajo la superficie descienden a una media de 15, de ahí la conveniencia de aprovisionarse de un traje seco que servirá tanto para el invierno como para el verano.
Pero quizás las bajas temperaturas del agua son las que han hecho posible que las playas de la Costa da Morte mantengan aún esa imagen de virginidad que tanto se aprecia al ver los folletos turísticos. Una imagen verdadera, por otra parte, aunque no en todos los municipios.
La mayoría de las publicaciones han convenido que la Costa da Morte comienza en Malpica y las islas Sisargas y finaliza en el cabo de Finisterre (Fisterra según la toponimia gallega). No obstante, firmas autorizadas como la de Cristóbal Ramírez, experto en turismo y conocedor profundo de toda la geografía gallega, extiende la denominación hasta Muros, recogiendo en ella las dos orillas de la ría de Corcubión-Cee, siempre en la provincia coruñesa. Entre estos dos puntos todavía quedan bastantes playas desde las que no se ve ni un solo edificio y sí únicamente naturaleza.
Una de estas playas es la de Trece, en la ensenada del mismo nombre. Está en la mitad del camino de tierra que discurre paralelo a la costa entre Camelle y Camariñas y que pasa bajo el faro del cabo Villano (Vilán). Se extiende entre el cementerio de los Ingleses y el monte Blanco. Como más arriba ya comenté lo de la frialdad del agua, que no invita al baño, no sería necesario informar de que el mar que llega a Trece es bravo, abierto y que las olas suelen embestir con tanta fuerza sobre la arena tras sobrepasar los temibles escollos que hacen incluso peligroso meterse varios metros mar adentro.
Fue allí donde, en noviembre de 1890, naufragó el “HMS Serpent”, un crucero británico. De los 179 tripulantes solo tres sobrevivieron al naufragio, 30 se los quedó el mar y a otros 146 los fue devolviendo a la playa. Son los que descansan en tierra, a escasos metros de donde fueron recogidos por los vecinos de los pueblos próximos.
Pero ya lejos de la trágica historia de estos marinos, la playa de Trece luce su medio kilómetro de esplendor salvaje en las antípodas de lo que son los resorts, las aglomeraciones, los coches y las multitudes. Está rodeada de pinares que llegan hasta el camino y la única edificación que se puede ver es el muro del cementerio donde fueron enterrados los marinos británicos.
Hay otras opciones —también en la Costa da Morte— pero la playa de Trece es la más representativa de esta costa “bastante” virgen. Todavía.