Aquelarre
Siguiendo el camino arbolado por fuera de la gruta, nos dirigimos a la entrada de las cuevas del aquelarre.
Se llaman así, precisamente, porque enfrente de la entrada hay un prado, y porque aquelarre significa en euskera prado del cabrón.
Ahí mismo, hace cuatrocientos años, las brujas celebraban los aquelarres, que consistían en la reunión de brujos y brujas con la supuesta intervención del demonio en forma de macho cabrío. Al parecer, entonces era en una práctica habitual.
Hubo brujas muy famosas, como las que se nombran en el tablón anunciador que cuelga de la pared a la entrada del recinto. De hecho, lo primero que uno ve es el auto de fe por el que condenaron a cuarenta mujeres en 1612 acusadas de brujería. Figuran el nombre y la edad, el grado de participación en los aquelarres y la sentencia condenatoria. Llama la atención, de modo muy especial, la edad de las brujas: las había con apenas veinte años, pero también con más de 80. A todas, sin distinción, las hicieron presas y las llevaron a Logroño. Allí un Tribunal de la Santa Inquisición dictaminó que había que quemar en la hoguera a doce de ellas. Las acusaron de provocar tempestades, de vampirismo, de necrofagia… A las demás les impusieron penas menores.
No cuesta mucho imaginarse que en este lugar se celebraban orgías de brujería, pues al margen de las intenciones de las brujas, los rincones que esconde el recorrido de las cuevas parecen el lugar más apropiado para celebrar los aquelarres. Si avanzamos unos metros hacia adelante, cuando se sale a las afueras de la cueva, por la cara norte, uno cruza el puente del Infierno, construido con madera, y se da de bruces con la ruta del contrabandista.
En otra época más reciente, además de aquelarres y de actos satánicos, las cuevas sirvieron de refugio para los contrabandistas. La cercanía de Francia, así como las sendas que unen las cuevas de Sara, en Francia, donde se escondió Zumalacárregui durante las guerras carlistas, y Urdax, en Navarra, hoy acondicionadas al público, muestran los caminos que utilizaban los contrabandistas de tabaco, chocolate o vino. La senda que sale de las cuevas de las brujas es de una especial belleza, sobre todo por la variopinta vegetación que la adorna.
En el recorrido de las cuevas uno puede ver nogales, robles y fresnos; así como otros árboles de tipo arbustivo, como avellanos y espinos. Si alguno destaca por su aparición extraña, ése es el laurel, pues sólo se encuentra encima de la cueva; en ningún otro sitio más. Ni siquiera en los alrededores.
Tras subir una pendiente formidable, en la que a veces uno tiene que apoyarse en el quitamiedos por la inclinación de la cuesta, se llega al último tramo del recorrido. Desde allí se otea un panorama espectacular. En efecto, el visitante puede contemplar con fruición el paisaje de los cuatro puntos cardinales, respirar el aire benigno del mar, aunque no lo vea, e imaginarse que abajo, en el interior de la cueva, hace millones de años principiaron a formarse las cuevas de Zugarramurdi.
Para conservar la memoria de tanta belleza y tantas historias, se suelen organizar diferentes actos, que, de normal, coinciden con fechas señaladas. Desde hace algunos años, los habitantes, los vecinos del valle y los turistas que quieren participar, rememoran toda la simbología que rodea a las leyendas de las cuevas. El 18 agosto, tercer día de las fiestas, celebran en el interior de la mayor una comida popular denominada ziriko-jatea –cordero asado- a la que asisten varios miles de personas. Últimamente, incluso, se celebra en esas mismas fechas un concierto de música celta al que la crítica califica de magistral.
En realidad, es otro modo de conjurarse con la magia de las brujas de Zugarramurdi, cuyo ungüento lo componen el vino y el cordero, binomio que funciona como un buen brebaje, que nos hechiza siempre.