La ciudad del extremo sur
Amanece el día con tonos plomizos y silva el viento. El barco que durante cuatro días nos ha llevado por el entorno del canal Beagle y el cabo de Hornos permanece en un muelle del puerto de Ushuaia.
Ushuaia. Su nombre siempre tuvo para mí una resonancia siniestra.
Cuando residía en Buenos Aires oí alguna vez hablar del Penal, donde durante la primera mitad del siglo XX delincuentes y opositores políticos sufrieron los rigores carcelarios, unidos al frío glacial de la ciudad más austral del mundo y a las soledades de un extremo del continente del que resultaba impensable huir.
Desde la cubierta, sin embargo, el paisaje transmite otra sensación. Hace frío. Es octubre, y entre el viento flotan a veces solitarios copos de nieve. Las gaviotas hacen cabriolas por encima de la embarcación, jugando con las ráfagas.
La visión de la ciudad resulta amable. El conjunto semeja un paisaje invernal suizo. Ushuaia se expande por la ladera de una cadena de montes cubiertos de nieve. Las casas aparecen, coloristas, al lado del bosque patagónico, mirando hacia el sur, en dirección al canal de Beagle.
Las montañas que aparecen al fondo son los Andes, el inmenso espinazo de América del Sur que en su tramo final vira hacia el este, como si quisiera alcanzar África del Sur. Es una curiosidad, Ushuaia es la única ciudad de Argentina que está en la “otra ladera” de los Andes.
Un chimango, ave falconiforme de Sudamérica, vigila el bosque en el entorno de Ushuaia. Imagen de guiarte.com
Antigua edificación, en Ushuaia. Imagen de guiarte.com