Teixido; otro Finisterre
Teixido es un mundo mágico escondido a espaldas de la ría de Ortigueira, un mundo a mitad de camino entre la tierra y el mar, en equilibrio inestable, un mundo que parece destinado a deslizarse por la ladera y sumergirse en el agua, entre espuma
No parecería extraño que fuese aquel un retazo de la Atlántida, que perduró pegado como una lapa a las escarpadas laderas de la sierra que va a sumergirse en el cabo Ortegal.
El lugar se ubica en un recodo en el que el talud de esa costa alta y vertical –dicen que la costa más alta de la Europa Atlántica- se hace menos duro, permitiendo la existencia de unos pastizales y escasos cultivos. A él se llega tanto desde Cedeira como desde Cariño, por espacios de belleza impresionante.
El pueblo es pequeño, de diminutas casas encaladas, que alegran el verdor del enclave. Tiene cierto aire de viejo pueblo sin pretensiones de futuro. En la parte inferior del mismo, mirando hacia el mar se halla la iglesia, pequeña, con torre cuadrada de cúpula bulbosa.
Todo refleja un sentimiento arcaico donde se mezcla historia y superstición. En el trayecto hacia la iglesia, las mujeres venden conchas, imágenes del santo, ramitos de flores de “namorar”; ante la puerta del templo algunas vendedoras ofertan con cariño e insistencia roscas caseras. Al caer la tarde –si no han despachado el producto- acabarán entregándoselo a cualquier rapaz del lugar o forastero, a cambio de una sonrisa.
En el centro del retablo del templo se halla la imagen-relicario de San Andrés, con un fragmento de hueso del santo. Es una reliquia de procedencia caballeresca, a juzgar por la tradición. Habrían sido los caballeros de la Orden de Malta, a los que perteneció el lugar, los transportistas. Otros, más poéticos, afirman que el cuerpo del santo llegó aquí en una barca y ésta lo depositó a los pies del monte, antes de quedar convertida en una roca que aún lanza espumajos blancos cuando las olas chocan sobre ella. La leyenda de la barca es común a Santiago y a San Andrés.
Pero muchos no creen lo de la barca de piedra. María una de las veteranas vendedores de dulces me lo negaba ante la puerta de la Iglesia. La barca no está aquí, quedó allá por la Costa da Morte. “Yo la vi allí, me la enseñaron”
En el interior del templo se acumulan las ofrendas de los peregrinos: cayados, botas, muñecos, pies y manos de cera, pañuelos con oraciones,…todo refleja una mágica comunión espiritual entre el santo milagrero y sus gentes.
Teixido; en medio del caserío la pequeña iglesia. Foto guiarte
El Santo, en el pequeño altar barroco. Foto guiarte