La muestra, en el Museo Picasso de París, reúne un centenar de obras del artista entre dibujos, grabados, pinturas y esculturas en las que aparece la imagen del toro, entre ellas la serie del Minotauro, la Crucifixión de 1930 y la composición Cabeza de Toro.
Sobre el mismo tema se exponen unas 50 esculturas y cerámicas prehistóricas y de Mesopotamia, Grecia y Roma clásicas, los etruscos y los celtas, prestadas por el Louvre o el Museo Arqueológico de Madrid, entre otros.
La muestra, pretende establecer puentes entre la modernidad y las culturas de Mesopotamia, Grecia o Roma, siempre con el toro como figura central.
Según los organizadores, estas esculturas demuestran "cómo Picasso supo encontrar la inspiración en creencias muy antiguas y cómo les dio forma y vida". "La obra de Picasso es la resurrección más asombrosa del poder mítico e iconográfico" del mitraísmo, un culto procedente de Oriente y presente en Roma y en el norte de Europa con centenares de templos consagrados a Mitra entre los siglos II y IV, agregaron.
Según los organizadores de la muestra, el artista demostró una "gran fidelidad a la imaginería sacra" y dio "un sentido trágico particular a la efigie del Minotauro", presente por ejemplo en Creta y en los frisos del Partenón, en los que se describe el sacrificio del toro.
La veneración del toro, encarnación de las fuerzas masculinas de la naturaleza salvaje y la fertilidad, es uno de los puntos comunes de numerosas culturas europeas. En la Edad de Bronce, las formas de culto se traducen en el enfrentamiento del hombre y el toro, y entonces aparecen las primeras tauromaquias, ritos a la vez que manifestaciones deportivas que sobreviven hasta la actualidad en las corridas.
También en Creta se multiplican hacia el año 1400 antes de Cristo los frescos de acróbatas saltando sobre toros, y en la Grecia clásica, en el siglo V antes de nuestra era, los famosos frisos del Partenón ilustran el sacrificio de ese animal.
La fuerza de atracción de ese culto de origen asiático, que a partir de Siria y Anatolia se expandió rápidamente por todo el Mediterráneo Occidental, se debió a que se inscribe en una antigua tradición de culto que se remonta a las imágenes de toros de las pinturas rupestres del Paleolítico.
En el siglo primero de nuestra era fue introducido en Occidente por las legiones romanas que habían luchado contra los partos y el culto contagió también a la administración del Imperio.
Vinculado desde su más tierna infancia al mundo del toro, Picasso nunca dejará de representar la figura del animal, ya sea en su vertiente monstruosa como en su versión antropomorfa, entroncando con el mito del minotauro. El universal artista logró que el toro y el torero intercambiaran papeles, cambió el sexo de alguno de los protagonistas de sus composiciones y realizó, en definitiva, una simbiosis de sexo, muerte y religión.
Picasso no dejaría de dibujar, de pintar, de esculpir la efigie impresionante, ora monstruosa ora antropomorfa, lo mismo destructora que protectora, de ese animal sagrado. Tras haber multiplicado en su obra gráfica y en su pintura las escenas de corridas, a las que fue siempre tan aficionado y a las que siguió acudiendo con asiduidad en su exilio del sur de Francia, Picasso dio al culto del dios toro un sentido trágico particular muy próximo al sentido de sacrificio de las grandes religiones antiguas.
En los años treinta del siglo pasado, Picasso creó su serie de las Minotauromaquias, en muchas de las cuales ese animal se ve confrontado a una joven, y durante la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial el artista asociará las imágenes taurinas con el tema de la muerte.