Carta a J.Louis Wells
"Querido Louis":
Espero poderte ser útil en tu petición. Me alegra que hayas dejado de ser un yanki al uso y te decidas a meter la nariz un poco más allá de Madrid y un poco más en nuestra historia. Te propongo un recorrido que te llevará por auténticos pecados del paladar y que te harán pensar que mil años, en este país, no son nada.
Como sólo dispones de dos semanas, te sugiero comiences en Cáceres. Allí nacieron y de allí partieron, deberías saberlo, gentes de vocación conquistadora que llegaron antes que tú al continente que habitas. ¿Te suenan de algo Pizarro o Núñez de Balboa? Te darán, seguro, razón de ellos. Antes de tu primera comida en el Parador, no olvides pedir en recepción el libro “La cocina de Paradores”, de Alfredo Amestoy y Luis Cepeda, y échale una ojeada mientras te tomas un entrante de ibérico; la ensalada de perdiz te entrará sola. Ojalá tengas la suerte de tener tu habitación en la torre de este Palacio de los Marqueses de Torreorgaz, porque notarás cómo se te vienen encima un buen puñado de siglos. Por cierto, no te traigas tus antiácidos; bastará con que busques el sosiego en el pequeño patio abierto al cielo desde el que se oye una fuente.
Duerme bien, porque mi siguiente sugerencia es Zamora y tienes un trecho. Es una pequeña ciudad hacia el norte que muchos compatriotas míos desconocen. No dejes tú de verla y de mirar a la cara, desde la Plaza Viriato, el gran palacio de los Condes de Aliste. Cuando lo hayas contemplado bien, entra y pide una habitación, porque estás en el Parador. El claustro renacentista del palacio te dejará boquiabierto, pero antes de que hayas cerrado la boca te encontrarás una monumental escalera que también te abrirá los ojos (vigila si alguien te mira porque con esa cara estarás de foto).
Sube despacio sus amplios peldaños de granito y pon tu mano en la barandilla. ¿Por qué? Porque allí también la pusieron los Reyes Católicos, llamados Fernando e Isabel, y te vas a encontrar más de una vez con ellos en tu recorrido. No dejes de darte una vuelta por la ciudad. En una de las puertas de entrada por la muralla, “El Postigo de la Traición”, hace mil años, protagonizó un hecho memorable El Cid (para vosotros, Charlton Heston): se cargó de un espadazo a Bellido Dolfos, asesino de su señor el rey Sancho II. Pero mejor que te lo cuenten cuando llegues.
Tordesillas es tu próximo destino. Está cerca, en dirección este. Allí, a las afueras de la ciudad, hay un coqueto y relajante Parador que te estará esperando con un doradito cochinillo asado. Cómetelo mirando a través de los ventanales y degustando un Ribera del Duero (tú pídelo así y te entenderán). Relájate allí de tu paseo por Zamora, pero no dejes de visitar el lugar donde se firmó el Tratado de Tordesillas y el Real Monasterio de Santa Clara. Allí estuvo cautiva una reina a la que tuvieron por loca. Se llamaba Juana y era hija de los Reyes Católicos, los que te presenté en Zamora. A la pobre mujer la casaron con un infante extranjero llamado Felipe y apodado El Hermoso. Cuentan que le quiso con locura, pese a que él iba hocicando por las esquinas con cualquier cosa con faldas. Que allí te lo expliquen, pero que sepas que ni él era tan hermoso ni ella estaba tan loca.
Sigue camino hacia el sureste y llegarás a Sigíenza. Sube a la zona más alta, atraviesa una enorme explanada empedrada y entra al castillo. Es tu siguiente Parador. Mucha historia y más intrigas aún retumban en sus salones, pero antes regístrate y pide que tu cama tenga dosel, como la que ocupó Doña Blanca de Borbón (otra cautiva en ese castillo por orden de Pedro I El Cruel, un tanto bruto tal y como te contarán). Por aquí también pararon Isabel y Fernando y su hija Juana, la de Tordesillas. Cuando hayas digerido tanta historia, recorrido el Salón del Trono y visto la recoleta capilla del castillo, dirígete al comedor y no pidas la carta: ve directo al morteruelo y remata con el cabrito al romero.
Mientras el estómago cumple con su obligación, acércate hasta la catedral y que alguien te cuente la historia del Doncel de Sigíenza. Fue un jovenzuelo al que las armas no convencían; quizás por ello murió víctima de una que empuñaba uno de nuestros antepasados moros. Por cierto, no te vayas a creer que murió doncel. Ábrete paso hacia el sur y llega hasta Toledo. Me siento incapaz de contarte en pocas líneas lo que allí te espera. Busca un experto, entérate bien y siéntate en tu terraza del Parador, en el Cerro del Emperador. Comprenderás muchas cosas. Guarda en tu memoria lo que desde allí veas, porque no lo contemplarás desde ningún otro lugar.
Toledo nunca acaba de verse y el Parador será tu particular atalaya y tu mejor refugio. Al descanso te ayudará un buen caldo de perdiz, pero para comértelo tendrás que romper con la cuchara la bóveda de hojaldre que cubre el tazón.
No dejes de ver el amanecer de esta tierra desde tu terraza. Tu presidente hizo famosa la puesta de Sol de Granada; no pierdas tú la oportunidad de hacer lo mismo con el amanecer de Toledo.
Tampoco olvides que también por aquí anduvo el Cid (el de Zamora, ¿recuerdas?) al servicio del rey Alfonso VI, quien llegó al trono tras el asesinato de su hermano, Sancho II. Y tus eternos acompañantes, los Reyes Católicos, tuvieron aquí mucho que hacer; tanto, que aquí nacería la hija a la que luego apodaron La Loca, la de Tordesillas.
¿Sigues todavía ahí?
Continúa hacia el sur y llega a tu último destino: Granada. Si consigues habitación en el Parador de San Francisco serás de los pocos privilegiados que duerman dentro de La Alhambra.
Me he sentido incapaz de resumirte lo que encontrarás en Toledo y más incapaz aún me siento con Granada. El Parador tiene más historia dentro que la que ha recogido tu país en 300 años. Allí, en un luminoso patio de este antiguo convento franciscano, por fin, podrás acercarte a la lápida bajo la que descansaron los cuerpos de tus ya íntimos Reyes Católicos. Acércate y piensa que no te han abandonado ni un solo día de tu viaje. Pero mejor piénsalo tomando un solomillo con cebollas caramelizadas en la terraza del restaurante que da al Generalife. No querrás irte de allí jamás."